Diario del año del coronavirus
Toma planeta
por Balsa Cirrito
Cuando yo era niño había muy pocos canales de televisión. De hecho, decir canales, en plural, casi resulta exagerado, ya que solo había dos, y el segundo (llamado por aquellas UHF) empezaba a las siete de la tarde o cosa parecida, no mucho antes de que nos fuéramos a la cama.
El caso es que los niños de entonces – sin otras opciones - veíamos muchos programas a los que los niños de ahora no le echarían un ojo ni hartos de gusanitos. De resultas, nos tragábamos noticias o reportajes que quizás no fueran los más apropiados para nuestra edad. Recuerdo haber visto un documental sobre refugios atómicos que me dejó turulato, y que durante varios días di la tabarra a mi padre para que construyera uno en nuestro patio, como hacían muchos americanos en sus jardines (por si alguien lo duda, mi padre no lo construyó).
Por ese motivo pasé mucho miedo en mi infancia, temeroso de una guerra nuclear y de otros cataclismos. Y hubo una noticia que oí en un telediario que me marcó. El Club de Roma – venía a decir la información – ha señalado en un informe que entre 1985 y 1990 se agotarán las reservas petrolíferas del planeta. También daba otros datos catastrofistas que no recuerdo (yo era un niño listo, pero no tanto, caray), aunque el hecho de que se acabara el petróleo parecía aterrador. ¡Un mundo sin coches! Evidentemente, se equivocaban.
El Club de Roma, sin duda, se puede considerar una institución ecologista, y con el tiempo fui descubriendo una característica común a todas las organizaciones ecologistas: no aciertan nunca. O, para no ser demasiado concluyentes, no aciertan casi nunca. Si hay algo de lo que podemos estar seguros que no va a ocurrir es de algo predicho por algún ecologista, cuanto más radical, más improbable.
Pongamos por ejemplo el cambio climático. En realidad, hablar del cambio climático no es algo reciente, sino que se viene anunciando desde hace ya muchos años. Los cambioclimatistas, a día de hoy, han fallado en todas sus predicciones en cuanto a aumento de temperaturas. Parece difícil, pero así, es: no han dado ni una.
En general, los ecologistas mienten como bellacos (que es algo que no son). Un ejemplo, la deforestación. Sobre todo a raíz de la epidemia de Coronavirus, se ha hablado mucho de la zoonosis y de que esta viene provocada por la pérdida de masa forestal. Mentira. Aunque les resulte raro escucharlo, la superficie arbolada del planeta ha crecido durante las últimas décadas.
Lo peor de todo esto es que, para que nos vamos a engañar, los ecologistas llevan razón. No hay que ser la niña Greta para darse cuenta de que el ritmo actual de crecimiento en la producción y de aprovechamiento de recursos naturales no puede seguir indefinidamente. Nada es infinito, salvo el sueldo de los futbolistas, y la Tierra, como todo, tiene sus días contados. Pero, y es a lo que voy, los ecologistas radicales, con sus exageraciones y falsedades, hacen más daño que bien a la causa que dicen defender (es algo muy común; siempre he creído, por ejemplo, que nadie ha hecho más daño al pueblo palestino que los “amigos del pueblo palestino”). Y, en todo caso, no termino de ver el sentido de andar reciclando o poniendo generadores eólicos cuando ahí están los americanos y los chinos contaminando como si se tratara de un concurso de villanos.
¿Qué propongo, entonces, que parece que no estoy conforme con nada, ni con los ecologistas ni con los antiecologistas ni con los palestinos ni con las bebidas light? Pues propongo más ciencia. Cuando Pedro Sánchez accedió al gobierno sentí una enorme ilusión con el hecho de que Pedro Duque fuera ministro de Ciencia e Investigación. Sus primeras comparecencias, además, acrecentaron mis esperanzas. Luego, por supuesto, me decepcionó, porque la primera función de un político es decepcionar a sus votantes, independientemente de lo que haga, porque las esperanzas siempre van a superar a la realidad; y eso que Pedro Duque dio bastantes pasos en la buena dirección. Logró los presupuestos más holgados de la historia para la ciencia en España (ojalá se mantengan unos años) que, con todo, se han revelado insuficientes en asuntos como la vacuna española contra el Coronavirus.
Pero a lo que voy. De un futuro oscuro va a ser difícil que salgamos con consignas del tipo que nos da el ecologismo. Nuestros problemas con el planeta no se van a solucionar teniendo conciencia ecológica o reciclando o cogiendo la bicicleta en vez del coche para ir al trabajo. La mayor parte de las personas (y personos) va a seguir comiendo jamón y chuletas de ternera pese a que sea mejor para el medio ambiente que comamos acelgas y endivias, y no vamos a dejar de poner el aire acondicionado en verano o la calefacción en invierno salvo que el precio de la luz sea un disparate (pero, precisamente, la manera de abaratar el precio es la de tomar las opciones no ecológicas).
No, la solución está en la ciencia. Busquemos alternativas, investiguemos, inventemos, colonicemos otros planetas... Cambiémoslo todo. (Y, de paso, enviemos a esos planetas unos cuantos afganos del género barbudo).



































Científica | Martes, 21 de Septiembre de 2021 a las 19:25:34 horas
El timo de lo ecológico me irrita especialmente. Hace ya mucho que la ciencia se postula en contra de los supuestos "héroes por el planeta". Cepillos de dientes de bambú que han tenido que cruzar continentes en contaminantes aviones; Fruta "ecológica" de la otra parte del mundo o ropa hecha con plástico reciclado a precio de blazer de Dior.
Coincido al 99%. Yo puestos a echar del planeta a alguien, me quitaría de en medio a los ingleses.
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