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Carlos Roque Sánchez
Sábado, 21 de Agosto de 2021

Como decíamos ayer

[Img #150672]‘Dicebamus hesterna die’. Esta es la locución latina original que da lugar a la libre traducción del titular y que todos hemos escuchado, e incluso utilizado alguna vez, para con ella expresar la intención de regresar a un tema, el deseo de volver a un asunto pendiente, o la resolución de continuar hoy lo dejado ayer. Una expresión popular que en principio se atribuye al belmonteño Fray Luis de León, humanista y religioso agustino, en cuya dilatada biografía personal y académica no entraré si bien daré un par de pinceladas. Una prescindible, quizás poco conocida y algo oportunista por mi parte, pero resulta que el teólogo y poeta fue también astrónomo, como lo lee. En 1578, y dados sus vastos conocimientos en esta ciencia del espacio, fue comisionado para el reemplazo del calendario juliano, utilizado en Occidente desde Julio César, por el actual gregoriano, llamado así al estar propugnado por el papa Gregorio XIII. Un calendario que empezó a aplicarse en 1582, con la pretensión de solucionar el constante desplazamiento de las fiestas religiosas a lo largo de los años, debido al movimiento de traslación terráqueo y las limitaciones calendarias julianas. Sin duda alguna, nuestro religioso de la escuela salmantina es uno de los hombres importantes del Renacimiento español. La otra es inevitable, pues en ella está el germen de la historia que origina la frase, el popular y luisiense ‘Dijimos ayer’, supuestamente pronunciada por el docente en un momento y lugar determinado, pero que en realidad se gestó unos años antes.

 

Proceso inquisitorial. Denunciado ante el Santo Oficio junto a otros hebraístas salmantinos, a instancia de un tribunal religioso fueron encarcelados desde el 27 de marzo de 1571 al 7 de diciembre de 1576. Acusados de diez cargos en primera instancia -llegaron a ser setenta y tres a lo largo de los cinco años largos que duró el proceso-, la razón formal y motivo principal no fue otro que la preferencia que mostraron por el texto hebreo del Antiguo Testamento, sobre la versión latina, la ‘Vulgata’ de San Jerónimo, adoptada por el Concilio de Trento. Claro que en la denuncia también contaron unas traducciones realizadas sin la autorización eclesiástica pertinente y consideradas demasiado libres y obscenas por la Inquisición. Como la de un texto del bíblico ‘Cantar de los Cantares’, el más lirico de los textos sagrados. Pero en el fondo, lo que subyacía en el proceso -más que ver con elevadas disputas por cuestiones teológicas, lo que hubiera estado bien-, guardaba relación con algo más mundano, y ya no tan bien, como eran las continuas disputas que se vivían en la Facultad de Teología entre agustinos y dominicos, cada vez que había que cubrir una cátedra vacante. Envidias, rencillas y luchas entre órdenes religiosas, en las que se utilizaba de todo: desde duros enfrentamientos grupales, hasta graves descalificaciones personales, pasando por insultos y alusiones de todo tipo. Eran religiosos, sí, pero también eran humanos, demasiado humanos. El caso es que al final fueron absueltos, Fray Luis liberado, restituido a su plaza y cuando dicen que dijo el susodicho latinajo, para muchos, sinónimo del deseo de borrar todo aquello que no tendría que haber sucedido nunca. Y justo aquí acaba la verdad de la historia y empieza la mentira, la mentira de la verdad, resumido en ese primer día que supuestamente se incorporó a su antigua cátedra y, desde su pequeño pulpito, la empezó con “Dicebamus hesterna die”.

 

Una frase apócrifa. No obstante, todo lo investigado apunta a que ésta nunca salió de sus luisianos labios, jamás la pronunció en ese contexto. Esa es la verdad de la mentira y en el argumentario de esta hipótesis negativista aporto el valor de la prueba, o bien dicho, de la ausencia de la prueba. No solo no aparece en ningún escrito del fraile, ni la menciona ningún otro cronista o literato de la época, algo sorprendente dada la relevancia del personaje y el sucedido, sino que la primera referencia documentada nos llega de la mano del italiano Nicolás Crusenio, en su obra de 1623 ‘Monasticon Augustinianum’. Un texto bastante tardío y algo hagiográfico en la opinión de no pocos exégetas, para quienes la frase fue solo una afortunada invención y la anécdota, una magnífica leyenda. Por otro lado, hay controvertidos datos físicos y temporales acompañando a la anécdota, que le restan credibilidad. Como el tiempo transcurrido hasta que el profesor pudo incorporarse, la cátedra que en realidad ocupó o la misma oportunidad de la cita, entre otras. Sin embargo, no por ello se debe rechazar de plano que la pronunciara o una similar. Sus biógrafos cuentan que solía iniciar sus clases resumiendo lo explicado en la clase anterior, una práctica a la que no pocos docentes solemos recurrir, por lo que no sería de extrañar que alguien, alguna vez, la hubiera oído de sus labios. Una frase que con el tiempo hizo fortuna y, tácitamente, se volvió a oír en boca de otros no menos conocidos y reconocidos personajes. Uno, es curioso, en la misma universidad salmantina, me refiero a Miguel de Unamuno, quien dejó dicho de sí mismo que solo era “una m entre una y uno”. Otro, un tal Sánchez, quien sin duda alguna se tiene en mucha más alta estima. No en vano, en una “lozana” obra, nos imparte toda una didascálica lección de historia, al dar rango de categoría a la cita, además de su autoría correcta. Sí, en su docta opinión, no es luisística sino de un alumno suyo, San Juan de la Cruz, o sea que es sanjuanera. Pero estas son otras historias que deberán ser contadas en mejor momento pues, al fin y al cabo, qué sabrá uno, que dijo aquél, o una, que dijo aquella.

 

Adenda. El motivo de esta ‘Opinión’ no es otro que conmemorar que tal día como hoy de hace 430 años, el 21 de agosto de 1591, murió el belmonteño, si bien unos autores apuntan a que el óbito ocurrió el día 23, otros que el 24 y estotros que el 25. En fin, lo dicho, ¡qué sabremos! Hoy como ayer, señor presidente. 

CONTACTO: [email protected]

FUENTE: Enroque de ciencia

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