Creo que ya he mencionado en muuuuchas ocasiones la poca gracia que me hace el patriotismo de bandera y pulserita. Según entiendo, se trata de una cuestión meramente folklórica. Viene a ser como llevar en el pecho una medalla enorme de la Virgen, de oro de 24 quilates, con una gruesa cadena del mismo material, luciendo en camisa abierta sobre pecho velludo.  El que la lleva, ¿es mejor católico? ¿Se comporta por ello como un buen cristiano? ¿Se convierte gracias a la medalla en una persona bondadosa? Sin descartarlo del todo, yo diría que no.

Con las banderas, lo mismo. Según  yo entiendo, el patriotismo se encuentra en otro lado. Veíamos hace pocos días unas enormes manifestaciones, llenas de banderas y gallardetes, a cuenta del asunto de los indultos. Probablemente, los que acuden a ellas no lo saben, pero tales demostraciones no son precisamente patrióticas, sino todo lo contrario, y tengo la sensación de que no se han enterado de qué va el asunto, y han sido, meramente, carne de cañón del politiqueo que nos abrasa.
    (Reconozco que este párrafo lo he incluido, fundamentalmente, para tocar las narices, porque, en realidad, tampoco tiene tanto que ver con el asunto central que nos va a ocupar).
  

El patriotismo está en otro lado. Me aterra ver cómo quienes dicen preocuparse por el buen nombre de España no se refieren a lo que realmente importa. Les pongo en situación. Tengo un libro electrónico que era de mi madre, de resultas, los títulos que contiene no tengo muy segura su procedencia. Uno de ellos llamó mi atención. Las guerras de Napoleón, se llama, cuyo autor es Charles Esdaile, historiador británico. Pues leyendo el prólogo para la edición española, se me cayó mi alma ibérica a los pies. El autor, muy amable, venía a decir que en la bibliografía le hubiera gustado incluir obras de historiadores españoles, pero el problema era que las obras de los historiadores españoles no estaban traducidas a ningún idioma. ¡Toma, toma y toma! Se me cayó el alma a los pies porque en el siglo XVIII, época en la que se crea cierto complejo de inferioridad nacional que persiste hoy día, los estudiosos españoles se quejaban amargamente de lo mismo, de la nula repercusión que tenían nuestras obras fuera de nuestras fronteras. ¿Tan poco hemos avanzado? Digo más, hace un par de días me puse a ver un documental en ARTE, el canal cultural francoalemán, sobre Marruecos. A los cinco minutos lo quité – bastante cabreado – ya que hablaba de la independencia de Marruecos, ¡sin mencionar a España, como si todo hubiera sido colonia francesa!
    

No sé si obedece a algún tipo de maldición. Una tradición terrible de nuestro país es la de estudiar la historia, no solo la extranjera, sino también la española, en libros escritos por autores foráneos. O sea, nuestra visión de España es, básicamente, la de unos cuantos británicos aficionados a la ginebra y un número igual de franchutes prepotentes. Hace algunos años, con esa alegría estúpida y papanatas que nos caracteriza, el premio Príncipe de Asturias fue concedido a un grupo de hispanistas guiris, sobre todo ingleses. Y menciono la estupidez y el papanatismo, porque entre los estudiosos premiados abundaban los que, lisa y llanamente, despreciaban a España. Leyendo un libro sobre la historia moderna de nuestro país escrito por uno de estos, maldije a todos los piratas ingleses y a la madre que los parió, viendo con la displicencia con la que trataban el levantamiento español contra Napoleón. (Por motivos profesionales he leído a muchos de estos hispanistas, e, invariablemente, muestran una actitud paternalista  y de raza superior sobre nuestra cultura) (lo cual, como suelo decir, viendo lo feos que son los británicos y británicas, tiene mérito).
    

Creo que me he perdido... ¿Por donde iba? Ah, ya... He terminado por no saber si la culpa de todo esto es nuestra o de ellos. ¿Desde cuándo no conceden un premio Nobel científico a un español? Mejor ni lo digo. Por supuesto, es probable que no hayamos hecho tantos méritos como, digamos, los alemanes. Pero también es seguro que cierto número de científicos patrios habrían sido galardonados en Estocolmo si su nacionalidad fuera otra.
    

¿Y qué podemos hacer?
    

En primer lugar, acordarnos de todos los antepasados de los guiris en modo retrete. Luego pagarles en la misma moneda (sistemáticamente, desde hace tres o cuatro años, trato de no comprar productos británicos ) (de hecho, si veo que una serie es inglesa, no la pongo en Netflix o en HBO).
    

Y por último, ser dignos de nosotros mismos. Estudiar, trabajar, luchar patrióticamente para que nuestro país avance. Investigar. Inventar. Crear vacunas de puta madre. Patentar un coche cuyo combustible sean los huesos de las aceitunas. Viajar al espacio. Colonizar planetas.
    

O sea, darles a los malditos guiris en los morros.