Por fin se despide el 2020, el año del número bonito, que para lo que nos sirvió más vale que en lugar de tomando uvas lo hubiésemos recibido a pedradas. Por unanimidad este que caduca, aunque existen muchos calificativos, e incluso sustantivos, para no citarlo por la cifra, es, ha sido, el año del COVID. Más nos valdría que no se le recordase en el futuro como el primero de la pandemia, que visto lo visto es para temer lo que pueda venir.

Redundar en todo lo conocido se antoja innecesario. Así que, y muy en serio, recordar con todo el cariño y la más profunda tristeza a quienes se nos fueron, gloria a las víctimas que es lo principal; desear, soñar, pedir, rogar, exigir, imponer, que nos tomemos esto muy en serio, y no creamos que porque asomen las vacunas ya está todo solucionado. ¡Cuántas más han caído sin haber llegado a tiempo a estas, desde que nos comunicaron su existencia y su disponibilidad!

Repitiendo, si es preciso hasta la saciedad, que nos jugamos la vida, la salud y el futuro; que reine la sensatez de una puta vez (no era mi intención que surgiera un ripio).

En estas desdichadas circunstancias cabía esperar que todo el mundo pusiéramos de nuestra parte para que toda esta tragedia nos afectase cuanto menos mejor; al igual que las conductas de innumerables impresentables, que no son tan pocos como se dice, quienes facilitan el contagio, quienes tienen la responsabilidad de encauzar esto, se debaten en confrontaciones irresponsables con el único propósito de sacar tajada en el desprestigio de los rivales, e incluso de los compañeros de viaje.

Es tan exagerada y tan sucia la bronca que no cabe justificación alguna. Todo cuanto no sea buscar soluciones, proponer acuerdos, aportar ideas, no nos es útil y mucho menos en estos momentos. La incertidumbre, el sufrimiento, la preocupación, no han servido para abrirnos los ojos.

Este es el año del COVID, pero también es el año de la discordia, exageradamente en este país nuestro, tan poco proclive al diálogo, tan dado al enfrentamiento y tan visceral. Así que no cabe otra que recordar este año; para ello propongo que, de forma institucional, se dedique un día a la memoria de la Perpetua Confrontación, el penúltimo día, 30 de Diciembre, que si lo dejamos para el 31, con la fiesta, ni nos acordaríamos.

Manuel García Mata