Acepta resignado su presente consciente de que es consecuencia de la crisis sanitaria por la que atraviesa la Humanidad y que no puede exigir  mucho más hasta que esta se controle y pueda aspirar de nuevo a un sueldo y no a una ayuda, a un trabajo y no a un apaño, a comer en casa y no en un comedor social, a guardar cola en el súper del barrio y no en el banco de alimentos de la ciudad.

Consciente de que su destino está ahora en manos de una naturaleza implacable, trata de renunciar a complicarlo todo aún más con exigencias y lamentos. A partir de ahí, entiende también que tendrá que pasar hambre y frío para que insolidarios con clase calmen  sus necesidades más lujosas, pero lo que no puede entender es que aún así, continúen recibiendo el apoyo incondicional de quien apoya las causas por fanatismo y defiende incondicionalmente a personas indignas simplemente porque representan causas afines, y sin merecerlo, a instituciones muy dignas.

A Jesucristo lo juzgaron y los fanáticos que no sabían lo que hacían lo llevaron a la cruz. En la Edad Media la gente era quemada  por fanáticos que temían sus ideas. Más adelante, los negros eran esclavizados para que otros se beneficiaran de su trabajo, hoy nadie se beneficia pero ellos todavía siguen sufriendo a los fanáticos de aquello.

Mientras que miles de seres acumulan hoy ingentes cantidades para poder disfrutarlo no se sabe cuándo, otros miles murieron ayer de hambre y otros miles callarán hoy por conformismo con todo. De aquella dura lección impartida hace más de dos mil años, si en algún momento aprendimos algo, ya lo hemos olvidado todo.

Luis Cabaneiro Santomé