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Redacción
Martes, 14 de Julio de 2020

Diario del año del coronavirus

El triunfo de los imbéciles

Balsa Cirrito

[Img #134950]El escritor italiano Carlo M. Cipolla publicó hace algunos años un corto ensayo que se convertiría en un enorme éxito. Llevaba el impactante título de Leyes de la estupidez humana. Lamento decir que todos y cada uno de sus puntos se cumplen hoy día a la perfección.

           

Decía Cipolla que siempre infravalorábamos el número de imbéciles. Que no llega a ser infinito, pero sí muy elevado. Igualmente, no le dábamos importancia suficiente al poder para hacer daño que tienen esos imbéciles, sobre todo porque – y es otra de las leyes – el imbécil no actúa estúpidamente para su beneficio, sino que a veces, por su propia estupidez, interviene en contra de sus intereses. Cipolla termina concluyendo que el imbécil es más peligroso que el malvado.

           

Pues en esas estamos. Ayer o antes de ayer escuché la receta de un médico americano para acabar con el Coronavirus, y que se reducía a unos simples consejos que todos conocemos: utilizar mascarilla y evitar el contacto social. Si además nos lavamos las manos constantemente, no hay más que pedir. El médico decía que siguiendo estas normas, el virus estaría derrotado en tres semanas. ¿Han oído bien? Tres semanas. Tenemos un mundo donde mueren cientos de miles de personas, donde las economías de todos los países sin excepción se están yendo al garete, donde miramos al futuro con absoluta desesperanza, y resulta que se puede arreglar en un pis pas. Literalmente en un pis pas.

           

¿Por qué no lo hacemos? Pues porque ahí entran las leyes de Cipolla: el mundo está tomado por los gilipollas.

           

¿Tenemos esperanzas de que esto cambie? Ninguna.

           

Entonces, ¿qué podemos hacer los que no figuramos en el club de los imbéciles? Cumplir con nuestra parte, rezar, y esperar que haya suertecilla.

 

¿Servirá esto de algo? Bueno, cabe la posibilidad de que los imbéciles caigan más rápidamente, pero me temo que no será así.

           

Y, por cierto, el eslogan ese de “Cadista hasta la muerte” nunca fue tan real.

 

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