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Redacción
Viernes, 26 de Junio de 2020

Diario del año del coronavirus

El turista no accidental

Balsa Cirrito

[Img #134438]En los últimos años, y en muchas ciudades, han surgido movimientos contra el turismo. Me refiero a gente que se harta de que las calles de sus ciudades estén ocupadas por muchedumbres de fuera. En Barcelona, por ejemplo, incluso están organizados. En Roma creo que también. En París no les hace falta, porque toda la vida de Dios han sido desagradables con los turistas. Incluso en Sevilla, ciudad de proverbial amabilidad con los visitantes, conozco a no pocos sevillanos molestos porque el centro de su ciudad se haya convertido en un pasillo de alojamiento de BNB.

           

El domingo pasado, primer día en el que se podía abandonar la comunidad autónoma, viajé a Salamanca por motivos familiares. Era la tercera vez que visitaba la ciudad en el último año. Por supuesto, Salamanca no es Benidorm ni Benalmádena (fíjense que ni siquiera empieza por “b”), y no recibe el aluvión de turistas que otras ciudades. Con todo, como hermosísima capital que es, sus calles mostraban en las otras ocasiones nutridos grupos de visitantes, muchos de ellos extranjeros.

           

El lunes pasado, sin embargo, estaba vacía. Me acerqué hasta la linda plaza de la Catedral, que en anteriores visitas había conocido casi petada, y el aspecto que ofrecía no era muy diferente al de la plaza de Bartolomé Pérez un lunes cualquiera. Me atrevo a decir – bueno, no me atrevo, estoy seguro – que la plaza roteña se encuentra más bulliciosa que la salmantina, y que podemos encontrar más curiosos contemplando la portada de la iglesia de la O que la fachada de la catedral, entre otras cosas porque yo era el único mirón. Apenas dos o tres bancos de jubilados tomando el sol y un servidor de ustedes en tan artístico paraje.

           

Alguna vez, visitando Roma, había fantaseado que tenía que ser estupendo llegar a la ciudad en invierno, sin tropezar a cada instante con la multitud de turistas, pudiendo contemplar sus infinitos monumentos sin la presión de un millar de guiris (aunque después he sabido que en el mes de enero Roma está casi igual que en julio). Me parecía, que una ciudad monumental desprovista de turistas tenía que ser estupenda.

             

Sin embargo, reconozco que la visión de Salamanca vacía no era agradable. En otros siglos, los turistas eran tan pocos que es frecuente leer en los libros de viajes que los escasos viajeros incluso llegaran a pedir (y conseguir) que se abrieran para ellos lugares de interés que eventualmente pudieran encontrarse cerrados. Ahora, sin embargo, estamos tan acostumbrados a las multitudes que las echamos de menos. El encanto del Coliseo no es solo el Coliseo, es también la marea humana que lo rodea. La guiri sudorosa y enrojecida por el sol que se cree en la obligación de  aparecer en la grada del anfiteatro a 35 grados al sol. Los orientales en grupo sonriendo enigmáticamente a todo el que se cruzan, llevando la banderita de su tropa. Los africanos con sus vistosas ropas y su cara de cachondeo perpetuo. Los musulmanes en mangas de camisa y pantalones cortos y las musulmanas tapadas como si fuera noviembre. Los españoles tratando de hablar italiano por el curioso procedimiento de terminar todas las palabras en i... Quizás el espectáculo no sea a la postre el Coliseo o la Giralda, sino la gente que mira el Coliseo y la Giralda.

           

Todos aquellos que detestan el turismo y las muchedumbres juraría que se equivocan. La masificación es parte de nuestra manera de ver el mundo. Del mismo modo que en las retransmisiones de fútbol han tenido que añadir espectadores virtuales para rellenar las gradas, porque el fútbol sin gente es muy triste, estoy por decir que muchas ciudades deberían tener hologramas de turistas para no resultar melancólicas. Ya lo cantaba Charles Aznavour: Venecia está triste sin ti.

           

PD. Una curiosidad. Si el tráfico de camiones supone una reactivación de la economía, las cosas puede que no estén tan mal: en el viaje hasta Salamanca estoy por decir que me encontré igual número de turismos que de camiones, lo cual, francamente, no me parece muy habitual.

 

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