Diario del año del coronavirus
La vida por etapas
Balsa Cirrito
Me atrevo a decir que durante las últimas semanas hemos pasado muchos españoles por una serie de etapas similares.
Primera etapa (podríamos llamarla etapa Netflix) de curiosidad. De creernos que somos los protagonistas de una serie distópica de TV.
Segunda etapa, etapa de conciencia del encierro (podríamos llamarla etapa Ana Frank), en la cual nos agobiamos con el confinamiento, nos asfixiamos, nos angustiamos y decimos con voz dramática: “¡el encierro no va a acabar nunca!”.
Esta desemboca rápidamente en la tercera, que es la etapa depresiva (sería la etapa Winnie the Pooh), en ella no vemos futuro a la situación y todo nos parece oscuro, triste, desesperanzado.
Insensiblemente, alcanzamos la cuarta etapa, la de aceptación de la realidad (o etapa Jorge Javier Vázquez).
Por último, la quinta etapa, en la que no solo aceptamos nuestra situación, sino que comenzamos a encontrarle cierto encanto (etapa Fernando Esteso).
Ahora que estamos a punto de dejar las etapas y pasar a las fases, siento una pequeña desazón. Digo, porque al final casi terminé encontrándole el gusto al confinamiento. Creo que les he contado en alguna ocasión que mi casa tiene un patio más bien estrecho y alargado en forma de L. Y que he utilizado el patio para dar caminatas de una hora escuchando podcasts. Pero hay más. Llevo viviendo en esta casa como veinte años, y casi nunca le había pillado la utilidad a ese patio. Ahora comemos en él casi todos los días. Alguna tarde me tumbo en un banco, que hasta ahora era un objeto inservible, y me coloco debajo de una parra que está creciendo orgullosa, deseando que broten las uvas moscatel. Ahí duermo la siesta, acompañado de una suave brisa que adormece como el soplo de un koala. Tengo la borrosa sensación de cierto verano perpetuo, de una situación que no sabemos nunca cuando dejará de ser esa situación. A decir verdad, a menudo no sé si estamos en martes o en jueves. Yo he descubierto mi patio, pero estoy seguro que cada cual habrá hecho descubrimientos parecidos.
Y es que terminamos por adaptarnos a todo. Sin duda, esto ha sido y está siendo duro, pero se me ocurren muchas situaciones peores. En el occidente europeo, desde el final de la II Guerra Mundial, llevamos varias generaciones de gente que vive vidas completas sin cataclismos. Sin guerras y sin revoluciones sangrientas. ¿Cuántas personas de otras épocas han podido decir lo mismo? Creo que muy pocas, casi ninguna. Si el Coronavirus es el cataclismo que nos corresponde para varias generaciones, el equivalente a una guerra, creo que tendríamos motivos para estar casi contentos. Eso sí, que se pare ahí. Porque si hubiera una sexta etapa sería seguramente la etapa vuelva a la casilla de salida, que es una etapa que supongo nadie quiere. Y podríamos terminar, y ahí está el peligro, en la etapa Armageddon, detrás de la cual ya no existen etapas.
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