Día 1 de confinamiento.

 

 

Me dispongo a coger la pluma cual espada y el folio como escudo para luchar contra el tedioso pasar de las horas. Confeccionado un diario que me pide que en folio plasme lo que a mi mente escapa.

 

Me presto por responsabilidad civil ataviado con esa carga de compromiso con la realidad que te rodea y alejado de la inconsciencia cegada por la histeria generalizada.

 

Al despertar todo sigue en pie, absolutamente todo permanece como siempre, como otro día más. Pero algo ocurre, hoy es distinto,  algo lo recorre todo dejando una imperturbable estela de soledad, una fría sensación impregnada por la inmovilidad de la gente, debido al destierro hogareño.

 

Pero el día amaneció, el universo sigue jugando y orbitando en pleno contraste con lo que sucede a millones de kilómetros. Desconociendo que aquí en la Tierra el tiempo se paró como si de una señal divina se tratase o un mensaje para decirnos que quizás fuese necesario parar esta frenética sociedad que en su mayoría actúa de forma mecanizada, ejecutando acciones continuamente como sí no existiese alguien que accione el botón detrás, robotizados inmunes al que te rodea, al vecino, al tendero, al barrendero, etc., difuminados en el horizonte como sí se tratara de un gigantesco dominó compuesto de fichas identificadas solo por un par de puntos.

 

Tal vez esta tregua pueda servir para dedicarnos más tiempo y cultivar en nosotros la flor que hace tiempo que dejamos de regar, darle fin a la obra a medias que dejamos, pasar más tiempo con la persona que te despierta al lado, con el niño que llevas al colegio, etc. Descolgar el teléfono y mantener aquella charla que tenemos pendiente.

 

 

Es el momento de ser más humanos, más nosotros y menos apáticos.

 

 

Daniel Peña