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Prudente Arjona
Sábado, 29 de Febrero de 2020

La Lotería de Navidad

[Img #130649]En esta sección publicamos capítulos del libro "Desde el Picobarro de Rota" (Relatos y cuentos), escrito por el roteño Prudente Arjona que gentilmente lo ha cedido para compartir con los lectores de Rotaaldia.com. El autor, quiere simplemente que se conozcan las historias y anécdotas que describe y en esta sección de Opinión semanalmente se irán publicando.

 

 

LA LOTERÍA DE NAVIDAD

La suerte no es para quien la busca, sino para quien la encuentra”

           

 

Hasta que Pedro se fuera a la Mili, siempre trabajó de bracero y de temporero en cualquier lugar que lo llamaran, pero aconteció que una vez se licenciara, comenzó a florecer la construcción en nuestro País y en verdad lo que sobraba era trabajo y faltaba mano de obra, lo que le valió a Pedro encontrar un puesto como peón en una urbanización en plena ejecución. El trabajo era duro y la labor a destajo con una cuadrilla, aunque ganaba dinero, la faena era muy laboriosa lo que le ocasionaba llegar a casa de sus padres, totalmente agotado.

 

Hay que decir que Pedro, aunque tenía su chica, no estaban casado, así que le hacía ilusión ejecutar pronto el enlace si continuaba esforzándose de la misma manera y a tal fin, una mañana, mientras tomaba el bocadillo prescrito en el convenio, coincidió con el equipo de encofradores que, comentando la ardua labor que desarrollaba, el jefe de equipo le ofreció trabajar con ellos de ayudante, lo que le supondría una tarea menos fatigosa y mejor remunerada.

 

Pedro aceptó de inmediato y a la semana siguiente ya estaba acometiendo sus primeros pinitos en el campo del encofrado, y observando que la diferencia entre el sueldo de oficial y el de ayudante era abismal, así que se implicó a fondo en su trabajo, poniendo toda su voluntad en aprender lo antes posible un oficio que no le parecía difícil adquirir los conocimientos mínimos para desarrollarlo.

 

La urbanización era inmensa, por lo que, con  un poco de suerte Pedro podría tener trabajo para tres o cuatro años, por tanto, creyó oportuno comenzar a hacer planes de boda. Ángela, la novia, inició los preparativos, buscando asimismo un piso pequeño en alquiler; Ya que la idea de ambos era el de adquirir un hogar en propiedad, en un futuro inmediato.

 

Como Pedro presumía, en unos meses, ya realizaba trabajos de oficial encofrador, le volvieron hacer un nuevo contrato, ganando casi el doble de lo que percibía como ayudante.

 

Los planes de Pedro y Ángela iban saliendo según sus cuentas, así que no tardaron en casarse y acomodarse en el piso alquilado. Pero como las cosas iban bien decidieron entramparse en una vivienda propia. Comenzaron a buscar algo que les interesara, tras visitar una docena de viviendas, dieron con una pequeña finca en el extrarradio del pueblo, la cual disponía de vivienda y huerto. A ambos les pareció idónea y mucho mejor de lo que pensaban adquirir.

 

No dudaron un momento, fueron al banco donde Pedro tenía domiciliada su nómina y solicitaron un préstamo, hipotecando la parcela y la vivienda, más los dos pisos de los padres de ambos contrayentes, puesto que pretendían hacer una buena reforma en la casa a adquirir y para ello necesitaba efectivo para comprar la finca y asimismo para acometer la reforma.

 

A los tres meses de casados, Pedro y Ángela ya se habían instalados en su nueva casa. Todo marchaba, puesto que de seguir así, en tres años estaban seguros de poder pagar la hipoteca y liberado los avales de la casa de sus padres y de la de sus suegros que tan generosamente habían aceptado, arriesgarse en avalar la adquisición de la propiedad de sus hijos.

 

Y claro, como muchas veces ocurre, una vez más se dio el “Cuento de la Lechera”, porque, la inmobiliaria quebró y cuando una mañana Pedro llegó a su puesto de trabajo, se encontró con todos los compañeros trabajadores de la obra en la puerta de la misma, cuya entrada la cruzaba una cinta de plástico donde también aparecía un oficio del juzgado que notificaba que la obra quedaba precintada. Luego se enteraron de que los promotores se habían fugado con el capital de los compradores y no habían pagado a los proveedores, ni a los empleados, a los que  nos adeudaban tres meses de sueldo.

 

A Pedro se le hundió el mundo. Éste, sin decir nada, con la cara blanca y el corazón compungido, se fue a recorrer las diferentes obras en ejecución, en busca de un puesto de trabajo de encofrador, de peón, o de lo que fuera. En todas las obras tomaron nota de sus datos y quedaron en llamarlo si hiciera falta. Al igual que él, los ciento cincuenta trabajadores de la obra hicieron lo mismo, siendo aún más difícil emplearse. Cabizbajo volvió a su hogar y encontró a Ángela que acaba de volver de la peluquería donde trabajaba. Ella, al igual que él, lloró amargamente ante tan desesperante situación. ¿Qué podían hacer...?

 

En la barriada más cercana a su finca, había un club de Caza y Pesca al que Pedro solía ir por las noches a tomarse algunas cañas de cervezas, y hacia allí se dirigió a relajarse y pensar con una bebida en la mano.

 

—Pedro, ¿no vas a comprar una papeleta?, ¡hombre!, que solo quedan dos números y se juega mañana el billete de lotería de Navidad que está colgado en el bar. -El secretario de la entidad, interpeló a Pedro. Éste, con cara de pocos amigos le contestó.

 

—Para numerito, el mío, que acabo de quedarme parado, con todo lo que tengo pendiente de pagar...

 

—Quien sabe, a lo mejor te toca los décimos y luego... -No terminó de concluir la frase, cuando Pedro, levantándose con desgana se echó mano al bolsillo y le preguntó cuánto costaba el número.

 

—Pedro, vale un euro, pero si te quieres quedar con los dos que quedan... ya podríamos empezar a vender papeletas para el próximo billete de lotería, pues la verdad es que necesitamos dinero para organizar la próxima competición provincial de pesca.

 

Pedro se quedó con los dos números y al siguiente día tomó la moto que tenía y se dispuso a recorrer las demás obras que se estaban llevando a cabo, así como las de poblaciones cercanas. Pero la suerte no le acompañó tampoco; la misma promotora había hecho lo mismo con otras promociones inmobiliarias y los responsables habían desaparecido con un montón de dinero de todos los compradores. Por lo que la policía los tenía en busca y captura.

 

Llegada la noche, harto de dar vueltas, se acercó al club de Caza y Pesca a tomarse un vaso de vino que le echara para abajo el amargor de la garganta. Y nada más entrar en el local, varios de los socios presentes le gritaron, diciéndole.

 

—¡Pedro, te ha tocado el billete de la Lotería de Navidad!

 

El encofrador en paro, cuando llegó a su casa le dio la sorpresa a Ángela, la cual tomó de inmediato el billete con los diez décimos de lotería de Navidad y lo guardó en la cómoda diciendo; -mucha sería la suerte de que te tocara el billete y también saliera premiado...

 

—Mujer, no seas tan negativa, sólo le tocan a los que llevan décimos, porque todos los números entran en el bombo...

 

Los siguientes días continuó Pedro recorriendo todas las obras de la comarca, pero no había trabajo ni de encofrador, ni de peón, ni de pinche...

 

—Tampoco hay nada. Ángela, me he hecho varios cientos de kilómetros en balde. Mañana me quedo en casa a descansar y para pensar si no debería marcharme al extranjero, porque no le veo salida a este enorme problema y dentro de unos días vendrá el segundo plazo del pago de la hipoteca, así que mañana te vas a acercar al banco y saca todo el dinero que tenemos de fondo, porque como nos carguen el recibo, no vamos a tener pasta ni para comer.

 

—Pero, Pedro, si no pagamos nos quitaran la casa; ya sabes que los banqueros no se andan por las ramas y son pocos solidarios. Mientras le pagues no hay problemas, pero en cuanto dejas de corresponder, ya lo tienes en lo alto.

 

Pedro no podía esperar de brazos cruzados en el sofá, así que a la mañana siguiente, tomó el autobús de línea y se marchó a la capital a visitar los diferentes consulados para ver la posibilidad de encontrar trabajo fuera del País.

 

El encofrador recorrió las distintas delegaciones extranjeras; de Alemania, Francia, Bélgica, Inglaterra y otras tantas de los Países  bajos; Recogió impresos e información y se marchó de vuelta al pueblo. Al siguiente día, ayudado por Ángela, comenzó a rellenar los formatos y hacer fotocopias de toda la documentación requerida.

 

Dos días más tarde, Pedro volvió a la ciudad y entregó en cada consulado sus respectivos expedientes, solicitando trabajo relacionado con la construcción y también, dispuesto para trabajar en cualquier fábrica o factoría como empleado no especializado.

 

Ya solo quedaba esperar y que la suerte le acompañara para que lo llamaran para trabajar en cualquiera de los países solicitados lo antes posible.

 

Pasaron varios días y Pedro se impacientaba, por ello se ofreció a trabajar en el campo y de hecho consiguió emplearse en días alternos en la recolección de la aceituna. Pasó una semana y al regreso de su última peonada, una carta del banco lo esperaba, cuyo sobre ya había abierto Ángela y que nada más entrar en el hogar, salió a recibirlo, se abrazó a él y con lágrimas en los ojos le anticipó el contenido de la misiva, mediante la cual le comunicaba, “...que acudiera al banco para hacer frente al descubierto existente en su cuenta bancaria, al no haber fondos para cubrir el correspondiente plazo de la hipoteca del mes en curso”.

 

Como quiera que, ni Pedro, ni Ángeles atendieron al requerimiento de la entidad bancaria a ejecutar ningún tipo de ingreso, pasada una semana, fue el propio director de la oficina quién llamó por teléfono al matrimonio, advirtiéndole, “...el riesgo que corrían al no cubrir el descubierto, pues el cargo diario de intereses sobre la cantidad adeudada era del 24%, y que si en una semana no aparecía por la oficina a liquidar el importe del recibo de la póliza más los intereses, comenzaría por la vía de urgencia a poner en marcha el proceso de desahucio, dado que el haber retirado los fondos de la entidad y el de encontrarse en paro, eran pruebas palpables de que no tenían voluntad ni efectivo para hacer frente a la hipoteca, de ninguna de las maneras”.

 

Aquella noche se la llevó Ángela rezando y llorando, pidiéndole al Santísimo que le proporcionara un trabajo a su marido, pues de lo contrario lo perderían todo y tendría que volver a casa de sus padres y aún seguirían debiéndole al banco mucho dinero; Cosa que ni Pedro, ni Ángela se podía explicar. Pero lo peor sería que con toda probabilidad, los padres de uno y de otro perdieran sus humildes hogares. Y entonces a dónde irían ellos y los padres de ambos... La cosa se les había puesto bien de espaldas.

 

Pedro que no había pegado ojo tampoco, maldecía su estampa, ante tan mala suerte, puesto que de la noche al día había cambiado su futuro. Así que se vistió y se fue al bar deportivo a tomar café, cuando llevaba una hora hablando con los pocos clientes del ambigú de la asociación deportiva, descargando y desahogando sus problemas con algunos de los presentes. Mientras tanto, el aparato de TV del establecimiento, comenzó a dar los primeros números premiados del Sorteo de Navidad. Pedro seguía absorbido con sus problemas, a los que nadie le prestaba atención, ya que todos los clientes estaban pendientes de la pantalla y la transmisión en directo de la rifa.

 

Llevaría una hora el sorteo en marcha, y el clamor de la gente lo despertó de su letargo; Había salido tempranísimo el Primer Premio cargado de millones, que la mayoría, según el locutor, fueron a parar a Madrid, Sevilla y Valencia. Algunos comentaron que -si había tocado en Sevilla también, quería decir que ya estaba cerca la suerte en su pueblo. La retahíla continuaba, y Pedro con la cara entre sus manos, sentía caer a su alrededor los muchos millones de euros que se estaba repartiendo, mientras que él veía desparramársele la vida entre tantas bolas y cifras cantadas por los alumnos del Colegio de San Ildefonso de Madrid.

 

De momento, una cifra, un premio seguido de un griterío desgarrador hizo sobresaltar a Pedro cuyo corazón comenzó a latirle a punto de salírsele por la boca; ¡Pedro, Pedro, nos ha tocado el segundo premio, ha caído en el pueblo!, ¡Despierta hombre, que ya se te han acabado los problemas!

 

Pedro era incapaz de reaccionar. Por lo que comenzó a pellizcarse, creyendo que todo era un sueño. Pero no, no era una quimera, sino una realidad, y todo el mundo lo confirmaba.

 

En un instante, le vino a la cabeza todas las cosas que podía hacer: como adquirir un local en el mejor sitio del pueblo y montar una peluquería a todo lujo para que Ángela la regentara -ya que era la ilusión de su vida-. Así lo haría. Por su parte, se presentaría en el banco y mandaría al director al mismísimo infierno. Pagaría íntegramente la hipoteca y depositaría el dinero en otra sucursal, ¡Qué digo, en otra sucursal!, en varias, no fuera ser que el banco donde ingresara el dinero, quebrara. Mejor era repartirlo en otras entidades, por si las moscas...

 

Compraría un Mercedes y un gran caserío en el centro del pueblo y una finca alejada del pueblo, donde criara caballos y todo tipo de animales, y... en fin los proyectos se le acumulaban en la cabeza...Pedro hacía sus planes mientras comenzó a correr el champan por el local, otros bebían cubalibre, a esa hora tan temprana de la mañana; whiskys, brandy, etc. etc. todo esto entre gritos descompasado; ¡Somos ricos!, ¡ya no tenemos que trabajar más!

 

Pedro se tomó un aguardiente y con la copa en la mano, llamó a uno de los muchos chico que habían escapado del colegio ante tanto griterío y dándole un euro, le pidió que fuera a la peluquería donde trabajaba Ángela y le dijera, -lo que seguramente ya sabía- que tomara los décimos y los ingresara en el banco y que se fuera para la casa y lo esperara. Ya tendría tiempo de llevarse todo el dinero, así lo fastidiaba por todo lo mal que él lo estaba pasando hasta ese momento.

 

El muchacho salió corriendo en busca de Ángela, mientras que Pedro, recapacitando, pensó en “no pagar la hipoteca”, de manera que la chulería que el banco lo había sometido, ahora sería él; que se llevara la casa y luego pleitearía con el banco los pagos restantes, - ¡Se iban a enterar de quién era él...!

 

Ángela, que ya sabía la noticia por la TV de la Peluquería, se quitó el delantal del establecimiento y trató de salir corriendo en busca de su marido, pero en eso que se topó con el chico que de sopetón le transmitió la información de Pedro. Ángela le dio otra moneda al chaval -que se fue loco de contento, como si también le hubiese tocado la lotería- y la peluquera corrió a su casa antes de que le robaran el billete premiado.

 

Ángela abrió el cajón de la cómoda y metió el billete de lotería premiado en su bolso. Cuando iba a salir para el banco, varias mujeres del barrio que la habían visto llegar a casa, comenzaron a felicitarla, pidiéndole que se tomara un vasito de vino de la botella que traían en la mano. Tras abrazos y gestos de alegría, y como no; indirectas para que no se olvidaran de ellas como buenas comadres que eran. Ángeles pudo zafarse de las vecinas que le habían hecho un cerco infranqueable. Salió rápidamente asiendo fuertemente el bolso donde guardaba el billete de lotería y a media calle, otro grupo de mujeres y hombres se abalanzaron sobre ella, abrazándola y alegrándose de la suerte que había tenido, etc.

 

A Ángela le fue ocurriendo eso cada paso que daba, pues, casi todo el mundo de la barriada llevaba décimos y participaciones del mismo número, así que el júbilo y el alborozo estaba generalizado por doquier. Pensó dirigirse al bar-ambigú de la entidad deportiva para abrazar a su marido, pero, no, ya tendría tiempo de repartirse besos, abrazos y todo lo que hiciera falta. Llegar al banco era lo primero.

 

Pero el pueblo era una pura celebración; La gente se había echado a la calle y ya se veía entrar camiones de televisión con pantallas parabólicas para transmitir en directo la gran noticia.

 

Unos familiares rodearon a Ángeles y a ellos se acercaron varios corresponsales con micrófonos y cámaras en ristre tomando imágenes del acontecimiento. A eso, una mujer de las que estaban en la reunión con Ángeles, les dijo a los periodistas,

 

—¡Venid, aquí tenéis a una de las afortunadas, premiadas con más dinero!

 

De inmediato seis o siete micrófonos se le acercaron a la boca -como si fueran polos de fresa- una cataratas de preguntas ametrallaban a Ángela por diferentes profesionales de la información. Aquello le resultaba agobiante, porque jamás se había visto en otra. Al mismo tiempo no quería ser antipática, pues la estaban viendo en toda España y parte del extranjero. Así que Ángela fue respondiendo a las preguntas que le hacían los periodistas, los cuales ya sabían que,  era peluquera, que su marido estaba en paro, que tenían una hipoteca, que lo habían llamado del banco, que pretendían desahuciarlos, etc. etc. Hasta que no apareció otra persona afortunada, no dejaron tranquila a Ángela, que a trompicones corría hacia el banco, no sin antes pararla medio pueblo.

 

Pedro era uno de los mayores premiados, pues llevaba un billete entero, o sea, ¡diez décimos!, por lo que le correspondía un buen número de millones de pesetas -porque, aunque estaba el euro mucho tiempo atrás ya establecido en el país, en encofrador hacía sus cuentas en pesetas. Lo cierto es que Pedro captaba la mayor atención de los medios, a los que el hecho de ser un afortunado con muchos problemas y una historia digna de contar, los periodistas no lo dejaban ni a sol ni asombra.

 

Aturdido por las cámaras, las preguntas y las copas ingeridas, Pedro se pudo escabullir para irse a su casa, donde Ángela lo esperaba para compartir su alegría. Pero a Pedro no se le quitaba de la cabeza el banco, la hipoteca y el desahucio, por lo que se le pasó una idea por la cabeza que de inmediato quiso ponerla en práctica; Se dirigió al dueño del bar que no paraba de sacar bebidas al estilo “barra libre”.

 

—Víctor, ¿tienes por ahí una garrafa vacía?

 

—Si quieres te la llevas llena de moscatel, manzanilla, oloroso, o con lo que quieras. Si lo que pretendes es emborracharte con tu mujer, hoy invita la casa.

 

—No, nada de eso, la necesito vacía. Si te parece ¿entro en la trastienda y me apaño una?

 

—Como si te quieres llevar todas, ya no me va hacer falta nada de aquí, así que ya no vendo más cerveza, ni al Rey, que me lo pidiera...

 

Pedro entró en el almacén y tomó una garrafa de media arroba, salió por la puerta trasera, para que nadie lo molestara y se dirigió a la gasolinera que le cogía de paso hacia su casa. Llenó de gasolina el recipiente. Llegó a su hogar y tomando a su mujer por la cintura, la besó mil veces y saltando como dos niños pequeños comenzaron a llorar de alegría. En ese momento Pedro le hizo a Ángela una pregunta:

 

—¿Fuiste al banco?

 

Ella le contestó, -sí, pero... -con tremendo ímpetu, Pedro tomó de la mano a Ángela y la sacó de la casa, diciéndole, “-espera un momento, que de inmediato vuelvo”.

 

—Pedro, tengo que contarte, que el banco...

 

Ángela no pudo terminar la frase porque Pedro ya estaba dentro de la casa, había estrellado la garrafa de gasolina en el suelo y tomando la vela que Ángela mantenía encendida a San Pancracio a manera de prerrogativa, pidiendo solución a sus problemas- la lanzó sobre el líquido inflamable que no tardó ni medio segundo en prender, en eso que Ángela entraba gritando al ver lo que estaba haciendo Pedro. Éste le dio un empellón, al tiempo que le decía:

 

—¡Apártate de aquí, a mí no me robarán mi casa; Quiero que sea cenizas lo que se encuentren los desahuciadores  del banco!  jajajaja. Y tú no te preocupes por nada, tenemos dinero suficiente para comprar la mejor casa, los mejores muebles, y todo lo mejor que tú quieras adquirir. Ahora nos sobra dinero para todo que desees.

 

—¡¡Pedro, el bolso, hay que coger mi bolso, mi bolsoooo!!

 

—No te preocupes por el bolso, mujer, te compraré uno de cocodrilo, de piel de leopardo, de...

 

—¡¡¡Nada, nada podrás comprar cien mil bolsooo!!!

 

Ángela le entró un ataque de nerviosismo, acompañado de una lipotimia, cayendo al suelo inconsciente.  Pedro al verla tendida en el suelo, se alarmó y fue corriendo por agua de pozo del huerto y se la vertió en la cara. Mientras que las llamas consumían su casa.

 

Ángela, la cual comenzó a mover la cabeza, en cuanto abrió los ojos, volvió a la realidad y mirando enardecida a Pedro como una pantera acorralada, le gritó con toda su fuerza:

 

—¡¡¡Pedro, en mi bolso están los décimos de lotería. Te lo quería decir pero no me dejabas!!!

 

—¡Ay Dios mío, que desgracia!, ¡Pero yo te pregunté si habías ido al banco y tú me respondiste que sí!, ¡entonces!…, ¿por qué te lo trajiste de vuelta a casa y no lo ingresaste?

 

—Sí, es cierto, no te mentí cuando te dije que fui al banco, pero entre las vecinas, los periodistas, etc., cuando llegué, éste ya estaba cerrado.

 

—¿Y ahora que hacemos, puesto que la  casa no está asegurada, porque hace unos días no pude renovar la póliza por no tener dinero...?

 

Ángela le contaba a Pedro todo esto en un mar de lágrimas, las cuales caían a borbotones corriéndoles por el canal de sus bien proporcionados pechos. En eso, como una calabaza lanzada al suelo, un ruido tremendo hizo a Ángela alzar los ojos, viendo a Pedro tendido en el suelo junto a ella. Una enorme laguna de sangre, brotaba de una brecha abierta en su frente. Ángela comenzó a gritar mientras que muchas personas se acercaban al lugar del siniestro, ante las enormes llamas que había producido el fuego intencionado por Pedro.

 

Cuando llegaron los bomberos, la policía y una ambulancia, el médico que la tripulaba, sólo pudo confirmar que Pedro había muerto y no por la brecha de la frente, sino de un infarto.

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