"La crueldad del olvido"
"Historias populares de la villa de Rota", por Prudente Arjona
En esta sección se ofrecerán fragmentos del libro escrito por el roteño Prudente Arjona, titulado "Historias populares de la villa de Rota", que como su propio nombre indica, refleja buena parte de la historia local. Aunque el libro está a la venta en papelerías del municipio, el afán del autor nunca fue lucrarse con ello, por eso, permite a Rotaaldia.com compartir algunos de sus capítulos para que el gran público tenga conocimientos de una parte pasada de la villa.
Os dejamos con uno de los últimos capítulos de este libro:
“LA CRUELDAD DEL OLVIDO”
(Dedicado al escritor, historiador y Ex-Cronisca Oficial de la Villa, don Ignacio Antonio Liaño Pino)
Decía mi abuela que uno es mientras permanece. Cuando pasas eres un ser olvidado; una persona puede haber dado todo por su pueblo, puede haber hecho miles de favores, puede haber estado considerado, querido, mimado, reconocido, pero cuando dejas de estar en el candelero, en los escenarios, delante del micrófono, formando parte de una corporación, toda esa aureola etérea que te ha rodeado y en la que te has encontrado envuelto siempre se difumina como una bocanada de humo.
No importa el cargo, la importancia, la popularidad o el rango que hayas tenido; te apeas de la actualidad, y de inmediato otros ocupan tu espacio mientras que tus logros comienzan a invernar y a diluirse en el olvido.
Recién apartado de las responsabilidades, aun te llegan personas que, al amparo de tu influencia ejercida, tratan de que tus amistades, aun frescas, les saquen de algún que otro atolladero. Conforme pasa el tiempo las visitas son más infrecuentes. Incluso cuando paseas por la calle compruebas que cada día despiertas menos expectación y eres más indiferente a la atención de la gente, que paulatinamente te va retirando el saludo, por lo que te dedicas a repasar y enumerar las muchas cosas que has dejando en la estela que ha ido marcando tu velero a lo largo de tu navegar por el mar de la vida.
Son momentos en los que puedes comprobar que los verdaderos amigos son pocos, y que toda la parafernalia montada a tu alrededor, ha sido sólo hipocresía e intereses de aquellos que sólo fueron buscando la sombra de algún buen árbol que les diera cobijo. Ahora nadie se arrima, porque sin hojas, bajo tí no queda ya opacidad o penumbra donde guarecerse.
Y va pasando el tiempo, y las ganas de salir son cada vez menores, prefiriendo pasar las largas horas recostado en una hamaca en el crepúsculo de una habitación, apartado del ruido y de cualquier tipo de algarabía. Te sientes solo, extraño, sordo ante la estridencia de la insonoridad de tu corazón falto de estímulos. Experimentas la sensación de una canana vacía, inservible, utilizado, agotado.
No duermes mal, pero despiertas pronto. Por ello, al amanecer ya tienes la cabeza a punto para comenzar a dar vueltas a tus pensamientos, acurrucados sobre las almohadas de los recuerdos.
Los primeros candilazos matutinos perforan los encajes de las cortinas de tu dormitorio, y comienzas a pensar en el extenso guión en blanco que aún te queda por recorrer hasta que cambie la media luz de tu habitación por el ocaso que rubrica en su despedida el día ya agotado, donde el tiempo no se inmuta, no pasa y parece dormido.
Todo lo diste, y ahora la ubre reseca donde almacenabas tu poder esta vacía y cubierta por una espesa capa de polvo nostálgico. Ya nadie te visita y pasan meses sin que suene el teléfono en tu casa. Has pensado incluso en dar de baja el servicio ¿Para qué tener algo que ya no se usa? Apenas puedes leer, y sólo releyendo los títulos de los capítulos de tus libros adivinas nuevas aventuras, nuevas ideas, nuevas fantasías... pero no queda tiempo y tu vieja Olivetti está oxidada y falta de engrase. ¿Recuerdas hace tan sólo un par de años, cuando pretendiste teclear aquella carta? Entonces parecía el trote de mil caballos galopando por un sendero pedregoso. Ahora está agarrotada por el paso del tiempo, como tú. Tiene todos los mecanismos, pero están atrofiados y no responden a los impulsos del cerebro que mima las pocas neuronas que aún sobreviven en un habitáculo lleno de arcaicas telarañas.
Solo en la penumbra de la habitación, te meces al compás del vaivén del péndulo del reloj de pared y de los desacompasados latidos de tu viejo corazón herido. La persiana echada filtra el pregón de algún que otro furtivo vendedor ambulante: “!cabao’ pescá!”, “!acedías vivas!”... El viejo canario, desde el angosto patio, te recuerda que todavía hay vida tras la cortina silenciosa de tu parsimonioso hogar, donde en otros tiempos hubo bullicio, reuniones continuas de gente, ir y venir de funcionarios, políticos, industrials, etc. Aún me parece escucharte disertar y brindar por nuevos proyectos, por planificaciones geniales, por ideas luminosas. Todo quedó registrado en estas paredes, en esos anaqueles saturados de libros, revistas y fotografías enmarcadas, que te recuerdan entrega de medallas, actos oficiales, condecoraciones, agradecimientos públicos, inauguraciones, etc., y aquellas comidas con decenas de invitados que se prolongaban hasta altas horas de la madrugada, mientras tratabas de arreglar el mundo con una copa de fino elevada a las alturas. Por la mañana tenías que abrir todas las ventanas para airear el olor a tabaco de pipa, de puros habanos, de brandy... ¡Cuantas veces hubo que lavar las cortinas tostadas y apestadas por la nicotina! Las alfombras quemadas y la mantelería manchada por aquellos caros vinos que con toda generosidad sacabas para tus amistades bajo aquella frase acuñada por ti, que me martillea en el alma cuando la recuerdo, y que decía que a los amigos hay que brindarle lo mejor. O aquello que también decías (que aun sin ser tuyo lo manejabas con frecuencia, porque te encantaban las convivencias, las buenas conversaciones con buenos oradores y discutir temas interesantes: Que bonito es una copa bien hablá.
Sé que algunos de aquellos “amigos” ya han muerto, pero otros muchos aun siguen coleando, viviendo a costa de tu ayuda, de tu influencia de otros tiempos. Están enriquecidos y se han hecho famosos gracias a tu interseción, pero han olvidado las comidas, tus esfuerzos y contribución para que consiguieran situarse en la vida. La de veces que les habrás avalado en operaciones bancarias; las ocasiones que los habrás sacado de apuros con hipotecas y créditos amenazantes, etc. etc. Hoy nadie se acuerda de ti...., sólo yo sigo acompañándote en tu soledad, en tus silencios, y secándote las lágrimas furtivas que desvelan tus tristes y amarillentos pensamientos casi olvidados.
Tus hijos, a los que diste vasta educación, están lejos, trabajado en otras tierras lejanas, donde te impiden la felicidad de acariciar a tus nietos, de comer en familia, de integrarse en sus alegrías y sus penas. Creo que ha llegado el momento, compañero, de que te vengas conmigo para que reposes en mi seno y te acaricie eternamente; donde tus virtudes te sean reconocidas y compensada tu generosidad negada en la Tierra. ¡Ven conmigo esposo mío...!
Antes de finalizar, he de contaros que un poco antes de fallecer don Ignacio Liaño Pino, mi mujer y yo fuimos a visitarlo. Aunque nos reconoció y pudimos verle dibujar una sonrisa en sus labios de agradecimiento por nuestra visita, la verdad es que no pude arrancarle muchas palabras. No se encontraba suficientemente operativo como para mantener la conversación que tanto nos hubiese gustado. Lamenté haber esperado demasiado, y ello me llevó a la reflexión de que todo hombre, por muy importante que haya sido, por muy célebre, popular e influyente, ricos o pobres, cuando la salud, las cualidades físicas, intelectuales o psíquicas le abandonan, todos terminan igual, nada de aquello que lo mantuvo en el candelero, en la poltrona o en el pedestal le sirve para mantener su antiguo estatus. Cuando salí de su hogar pensé escribir un relato valedero, no solo para él sino para todas esas personas que han sido importantes y que luego son olvidadas, pero por eso, yo, con un agradecimiento profundo por todo el trabajo realizado, parte del cual aparece reflejado en este libro, no sólo lo he ido recordando en casi cada capítulo, sino que quiero dejar constancia en este artículo, que publiqué aquella semana en ROTA INFORMACIÓN como homenaje a Don Ignacio y a cuantas personas han quedado aparcadas en la cuneta del olvido, cuando han dejado de ser quienes fueron.





































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