Pues parece casi imposible hablar esta semana de otra cosa que no sea el pin parental (por cierto, ¿por qué puñetas lo llaman pin?). Por supuesto, el asunto diríamos que ha creado una frontera. Quienes están a favor se supone que son derechistas; quienes están en contra de izquierdas. No hay más que rascar. En realidad, cuando las cuestiones se presentan de esta manera, casi resulta estúpido discutir o argumentar. Sé perfectamente quiénes van a estar a favor o en contra antes de escucharlos, así que, en muchos sentidos, resulta absurdo o inútil hablar del tema.

Pero nunca he sido un forofo de la lógica, así que soltaré un par de trivialidades. Por supuesto, desagradables. (Me pongo las gafas, que cuando me las pongo parece que digo cosas más respetables).

Por lo pronto, se trata de una cuestión que por motivos profesionales conozco bien. Y quien asegure que en los colegios no se adoctrina creo que está de cachondeo. En los colegios se adoctrina de forma masiva, todo el tiempo y en todos los sentidos. Sin embargo, no lo entiendo como algo necesariamente negativo. El 80 o 90% de la doctrina que se imparte no creo que sea nociva. Respetar la democracia, a los gais o a las personas de razas diferentes, juraría que son asuntos en los que estamos (o deberíamos estar) todos de acuerdo, y quien no, creo que tiene un grave problema.

Sin embargo, queda un fleco. Un 10 o 20% bastante más discutible. He asistido a algunas charlas que realmente me resultaban algo ofensivas, y que me parece que trataban de inyectar ideas más bien sectarias. Por supuesto, en esos casos nunca me he quedado callado, y he tratado de rebatir al ayatola (o a la ayatolesa) su limitada concepción del mundo.

Y una cuestión casi lateral. Hay algo que sí resulta no sé si reprobable, pero desde luego terriblemente cansino. Y es la insistencia en los mismos temas. En los institutos, por ejemplo, son escasas las charlas sobre educación vial, pero infinitas las que se imparten sobre... Venga, les dejo que traten de adivinarlo... ¿Lo saben?  Respuesta correcta, charlas sobre la violencia de género y asuntos colindantes. Por supuesto, estoy a favor de que se conciencie a los jóvenes sobre una cuestión que no quiero banalizar, pero, ¿de verdad es la única? ¿No hay otros asuntos? El problema al que me refiero se ha convertido en una especie de paranoia y te lo encuentras constantemente, en todos lados, a todas horas. Y lo peor es que estas cosas terminan provocando un efecto negativo de rebote.

Pero, con todo, lo dicho hasta ahora es peccata minuta. Minutísima. Hay una cuestión de la que ni izquierda ni derecha hablan y que, sin embargo, a mí me parece de una claridad meridiana. La educación en sí, por definición, queridos padres y madres, se destina para el adocenamiento absoluto de vuestros hijos. La educación trata de meter a los jóvenes en un carril, ya sean gais, heterosexuales, blancos, negros o neandertales, y los obliga a circular sobre él. La educación mata la rebeldía intelectual como un insecticida liquida a las moscas. Cualquier rasgo original de individualidad, es cortado antes de que eche muchos frutos. Las diferencias de pensamiento son eliminadas. La flor que sobresale, cercenada.

Pero quizás en eso precisamente consista la educación. En igualar. Homogeneizar. Por supuesto, se pierden muchas cosas, pero seguramente se ganan bastantes más. Así que discutir sobre el pin parental casi parece una broma. Yo me preocuparía más por el hecho de que en España no nazcan premios Nobel de ciencias. Ese sí que es un pin. Un pan. Y un pum.