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Redacción
Sábado, 14 de Septiembre de 2019

"Saboreando la villa"

"Historias populares de la villa de Rota", por Prudente Arjona

[Img #121073]En esta sección se ofrecerán fragmentos del libro escrito por el roteño Prudente Arjona, titulado "Historias populares de la villa de Rota", que como su propio nombre indica, refleja buena parte de la historia local.  Aunque el libro está a la venta en papelerías del municipio, el afán del autor nunca fue lucrarse con ello, por eso, permite a Rotaaldia.com compartir algunos de sus capítulos para que el gran público tenga conocimientos de una parte pasada de la villa.

 

 

Os dejamos con el capítulo.

(Dedicado a mi amigo, el pintor jerezano-roteño José Basto Mármol)

 

 

No hace mucho hablábamos varias personas sobre las obras que se están realizando en la playa del Rompidillo, y una de ella nos sorprendió a todos al afirmar que, ni el Picobarro, ni la zona adyacente la conocía, así como tampoco el final de la calle Crucero Baleares, y menos aún la existencia del parque Carlos Cano. Esta anécdota la comenté en otra reunión de amigos, y se dio el caso también que otro de los tertulianos manifestó lo mismo, refiriéndose al desconocimiento de otras zonas de Rota, lo que se demuestra que no todo el mundo sabe, ni le interesa visitar todo el contorno local,  lo que pienso es una pena, pues Rota dispone de lugares extraordinarios para disfrutar como, por ejemplo, de la calma del Parque Atlántico, del sosiego del Parque del Mayeto, de la quietud de nuestras playas, de la alegría de las flores del parque Carlos Cano, de la paz que irradia los pinares, de la estampa de los barcos arribados a los pantalanes, del romanticismo que emana del Picobarro, o la felicidad que genera en uno la campiña roteña…

 

El Picobarro particularmente me trae a la memoria mi niñez, armado con espada de madera de eucalipto, arco de vara de retama y flechas de carrizos de caña y, cómo no, tiraores (tirachinas) en ristre guerreando en las pandas de Manolo el de la Chiquita o la de Elías. Recuerdo las peleas a brazo partío por los barrancos de la playa del Rompidillo, los eucaliptos de Francisco Lucero, el Callejón de la Presa y el Cerro del Tío Malo, campos donde se libraron mil batallas en cruentos enfrentamientos con nuestros enemigos irreconciliables, como eran las huestes de la panda de El Moreno y su lugarteniente El Grillo, quienes reclutaban a sus incondicionales por las calles Higuereta, Prim, Santa Maria del Mar, Caracol, Aire, Extremadura y Tripería, con los cuales hubimos de declarar más de una trifulca en la playa de Pelapú y Piedras Gordas, devolviéndoles las bélicas visitas a nuestros territorios del Molino…

 

El Picobarro me trae otros recuerdos, como son los de los arrieros sacando arena y grava, piedras para los hornos de cal de mi padre o barro para el tejar de Francisco Lucero. Estos arrieros ayudaron negativamente a la erosión natural del mar (sin proponérselo).  La Marina permitía –previo pago- la extracción de estas materias primas para las construcciones. Por encima de todos estos recuerdos se encuentra Bartolo, el de la Estación, hombre inteligente que vivía a su aire y que se dedicaba a fabricar aquellos clásicos anafes esculpidos magistralmente de enormes trozos de barro húmedo, sobre los que se cocinó la ancestral gastronomía roteña durante varios siglos atrás. Este hombre que en la guerra civil fue afectado psicológicamente por un incidente, trabajaba en la R.E.N.F.E., a cuyo trabajo no pudo volver por la afectación bélica mencionada, por lo que se dedicó a fabricar anafes que como nadie sabía realizar. No obstante, debido a su preparación, era constantemente requerido por aquellas personas que necesitaban elevar escritos, súplicas, quejas, instancias, etc. a la autoridad competente, reclamando pensiones y ayudas que por justicia creían corresponderles, lo que permitió que muchas viudas, mutilados o huérfanos de la fratricida guerra civil consiguieran ser escuchados y atendidas sus justas reivindicaciones. De igual manera, contribuyó a la excarcelación de presos acusados de “rojos”, que cumplían condena.

 

La villa de Rota contiene otros muchos sabores para el paladar del roteño y visitante que algunas personas ignoran, como son, por ejemplo, pasear con luz matutina o vespertina por las orillas de las muchas playas que disponemos, que por desgracia no son muy frecuentadas por los roteños, quienes ignoran el placer de caminar descalzo, donde los pies vuelan como delfines recortando los refrescantes encajes salinos de las espumas... Cuando se llega a los corrales Marinos o a las piedras de Peginas, se puede escuchar con total nitidez el ruido del silencio (del que ya he hablado en alguna ocasión y del que no me cansaré en seguir comentando), ese impresionante espectáculo que supone la ausencia de estridencias, rompientes, bullicios, cohetes, coches discotecas o estruendosas motocicletas contaminantes… Sólo nos acompaña el rumor de sumisas olas peinando los arrecifes en la lejanía, cuyo murmullo se nos antojan  como piropos lanzados a las gaviotas que revolotean, siempre prestas a atrapar a algún despistado boquerón que blanquea en la superficie transparente del flujo y o del reflujo de la marea.

 

Estoy seguro que habrá muchísimas personas que aún no han caminado entre los pinos conducidos por las magníficas pasarelas de madera instaladas por el gobierno central y que invitan a pasear imbuidos en el aroma de resina y piñas engomadas. Es un verdadero placer para nuestro cuerpo y para nuestra alma, pues se respira vida a los acordes de los trinos y cantos de decenas de pájaros silvestres que levantan el vuelo a nuestro paso por las serpenteantes pasarelas que nos abren el camino por encima de las arenas y las coníferas chascas secas de los pinos.

 

De entre los miradores de madera que se asoman a la playa, hay algunos que desembocan en las dunas de los Corrales Marinos, y si tienes la suerte de cogerlos en marea baja, además de contemplar los mejores y más impresionantes atardeceres de tu vida, podrás percibir el inolvidable olor yodado que desprenden las algas y las piedras ostioneras, que se eleva en el ambiente con entremezclados efluvios de pino y mar, de erizos y piñas, de lentisco y ortiguillas… ¡No te olvides la cámara fotográfica o de video!.

 

Pero hay más, ¿cuántas personas han visitado el Centro de Interpretación del Litoral? Comprendo que no muchas, porque está siempre cerrado. ¿Y el Centro de Interpretación de la Mayetería?, bueno, pasa casi igual, pues no puedes ir por tu cuenta, has de conseguir un grupo y proponerlo al Consistorio…, pero el día que tengáis la suerte de contemplar ambas iniciativas –puestas en marcha por el gobierno municipal socialista- comprenderéis que en Rota hay cosas que ver, que aunque no son suficientes como atractivos y propuestas que entren en competencia turística con otras poblaciones, suponen para muchos roteños lugares aún por descubrir…

 

Estoy seguro que hay otras ofertas que se me escapan, pero no así la visita a los diferentes pagos campestres por caminos y veredas que hoy se pueden transitar con bicicletas o automóviles. Nuestra campiña está completamente entrelazada por una red de caminos bastantes aceptables que te trasladarán a otros tiempos de los que nos hablaban nuestros abuelos. Me tomo la libertad de invitaros a que entréis en los ranchos y habléis con los camperos, agricultores y ganaderos: son gente exquisita, amable, franca, sincera y rebosante de generosidad, y seguro que os atenderán y os mostrarán lo que hacen, el ganado, lo que siembran y la manera de vivir. Esta es una interesante propuesta para mis paisanos los roteños y para los que, sin serlo, se sienten parte de nuestro terruño.

 

Creo que sería una acertada idea colocar una pancarta en el centro de la Plaza de España con un slogan que diga: “Roteño, antes de viajar conoce mejor tu ciudá”.

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