Quantcast
Redacción
Jueves, 12 de Septiembre de 2019

Taxi IV (por Ángela Ortiz Andrade)

Teo, que así se llamaba el “inocente novio”, volvió a emprender un nuevo viaje de negocios, esta vez a la costa Oeste de los Estados Unidos; no sin antes dejarle a su chica una tarjeta de crédito con buenas reservas, así que Eva se propuso pasar un año sabático a costa de su “mecenas”; desde ese momento y por unos meses, dejaría aparcada su otra vida. Cuando Teo no estaba, en vez de quedarse sola en el ático espectacular,  se iba al piso de su amiga del alma. Aquél era su refugio donde se sentía acompañada, tranquila y libre para ser ella misma. A Zoe, su querida amiga, le pagaba la mitad del alquiler y los gastos del piso. A cambio de esto, Zoe se comprometió a no hacer preguntas ni cuestionarla.

 

A Zoe simplemente había que quererla. Era una mujer buena de verdad, optimista, comprensiva y sobre todo, discreta. Siempre encontraba la manera de hacer que Eva se sintiera bien y eso era algo que ella agradecía con creces.

 

Una vez reinstalada en el piso, cuando estuvo sola, marcó el número de teléfono que se encontró en aquel papelito y que ya había memorizado. Sonaron tres tonos, entonces se escuchó:-“Hola, soy Diego”. Ella simplemente dijo:-“Sabes dónde vive Zoe. Te espero mañana a la 10” y la comunicación se cortó.
Se llevó toda la noche sin dormir escogiendo las palabras, los argumentos convincentes para que la comprendiera y no le desmontara todo el teatro en el que se había convertido su manera de vivir… Cerraba los ojos, pero la imagen de él aparecía y su sonrisa lo inundaba todo, no la dejaba pensar con claridad; entonces se ponía nerviosa.

 

A las 9 de la mañana Zoe se marchó a trabajar (lo hacía todos los fines de semana), Eva que aún llevaba puesta una camiseta de algodón gris y unos calcetines gruesos de lana, fue a la cocina a hacer café; mientras el café subía, ella empezó a escoger la ropa que se iba a poner. Tocaron a la puerta, ni siquiera eran las 9:30, pero intuyó que Diego se había adelantado. Miró por la mirilla y le abrió; en ese momento la cafetera avisó de que su café estaba listo, así que le dio la espalda y se dirigió a la cocina para apagar el fuego; iba pensando en qué guapo venía y que en cuanto se lo  echara a la cara le iba a reñir por ser tan impuntual. No pudo, porque en cuanto apagó la vitro y se volvió, él estaba allí mismo, frente a ella y la besó en los labios. Eva se echó hacia atrás para hablar, pero Diego la volvió a besar aún con más fuerza, con uno de los brazos la atrajo hacia él mientras no dejaba de besarla. Entonces le susurró al oído: “No podía esperar más para esto” y ella en ese momento no pudo, no quiso otra cosa que dejarse llevar.

 

Hicieron el amor en todos y cada uno de los rincones del piso; gimieron, sudaron, se quedaron sin aliento… Acabaron exhaustos, tanto que ella se quedó dormida. Cuando se despertó, pensó que en sólo una mañana había sentido más placer que en toda su vida. Se dio la vuelta en la cama, pero allí no había nadie, tampoco en el resto del piso. Diego  había desaparecido y a ella la asaltaron muchísimos sentimientos muy contradictorios entre sí: felicidad, incertidumbre, miedo, también enfado y mucha confusión, porque no estaba segura de si aquello había sido sólo sexo o si se trataba de algo mucho más profundo.

 

Entonces cayó en la cuenta y se sobresaltó: “¡Ostras, Zoe!”.

 

Ángela Ortiz Andrade

Comentarios Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.119

Todavía no hay comentarios

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.