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Redacción
Jueves, 25 de Julio de 2019

Fraude II (por Ángela Ortiz Andrade)

Rafa empujó la puerta del cuarto, -“abuelo, ¿estás ya?”.  El hombre trataba de encontrar el agujero correcto de su cinturón infructuosamente, -“déjame a mí, que va a llegar tu amigo y no vas a estar listo”, le dijo mientras se ponía frente a él agarrando la correa. Mientras se la abrochaba, se fijó en las manos que lo flanqueaban, marcadas con infinitos lunares, que a su nieto le recordaron a los sellos que le estampaban para acceder a las discotecas, él para sus adentros pensó que los de su abuelo eran los sellos que marcaban la entrada a cada una de las etapas de su vida; curtida  de trabajo, sabiduría y paciencia. De repente le vino un flashback y las recordó ágiles y fuertes, buscando en su chaqueta un pañuelo para limpiarle los mocos antes de entrar en el parvulario. No habían estado tan cerca en más de treinta años, “¿cómo he podido dejar que pasara tanto tiempo?” Lo miró y lo vio ausente, con los labios apretados,  mirando la lámpara del techo; le metió los dedos en la cinturilla del pantalón atrayéndolo hacia sí de golpe, desestabilizándolo. El viejo dio un respingo –“¡niño, déjate de cachondeo que al final me vas a caer!” Sonó el timbre, era su amigo que venía a buscarlo para ir a jugar a las cartas y tomar unos vinos. Se fueron con un hasta luego.

 

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   -“Me he enterado de que la policía está indagando sobre ti. Por lo visto ha ido una mujer a hablar con ellos, dice que la has engañado y que va a ponerte una denuncia en cuanto tenga algo que la  respalde. Ten cuidado.” El hermano de su mejor amigo  trabajaba en la comisaría y lo puso en guardia. En pocos días Rafa se esfumó del mapa y se instaló en la otra esquina del país con nueva identidad, incluso se deshizo de la  tarjeta del móvil y desapareció de las redes sociales. “Esa estúpida resentida me iba a destrozar la vida, pues se va a quedar con las ganas, no encontrará nada para incriminarme”, pensaba Rafa mientras cortaba las verduras para  el almuerzo. Aunque no tenía oficio reconocido, la cocina se le daba bien, cosa que el anciano celebraba. “Me tienes que enseñar a jugar al ajedrez”, le pidió un día;  sus hermanas le habían dicho que el yayo era muy bueno con el tablero, además su nieto pensaba que así ejercitaría la mente y lo mantendría ocupado.

 

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  En un pequeño bar de barrio Julián y sus compañeros de partida tomaban unas copitas de vino con encurtidos. -“Julián, me he enterado que ahora vives acompañado” Dijo uno. –“¿Te has echado una querida?” Dijo otro. -“¿Es guapa?, ¿tiene alguna hermana soltera?” Dijo el tercero. –“¡Que no cojones, que es mi nieto el que se ha venido a vivir conmigo, ¡viejos salidos!” contestó Julián. –“Aaaahhh” al unísono. –“¿Y eso?”. -“Pues no sé, supongo que como ahora no encuentra trabajo, pues está conmigo, me hace compañía y no tiene que pagar vivienda, así los dos contentos”. –“¿Cuál es su profesión, a qué se dedicaba?”, -“¿Os queréis creer que aún no lo sé? Pero a mí me da que es algo relacionado con la moda y esas cosas, porque no sabéis lo preparado que va siempre, parece uno de esos que salen por la tele y lo ha tenido que ganar muy bien, porque conduce un mercedes de los caros, juega al golf y esas mariconadas. Yo lo veo desde la ventana cuando sale a la calle y me da hasta pena, tan guapo, tan bien plantao andando por ese barrio, es que no le pega para nada, tiene que verse descolocao”. –“¿Pena?, ¿descolocao? Un techo, agua, luz, calefacción y comida gratis y dices que te da pena, ¡tu nieto es un listo!” –“Vamos a tener la fiesta en paz y corta la baraja ya de una puñetera vez, que te crees que no me he dado cuenta de lo que pretendes” -“¿Qué dices Julián?, no te me pongas paranoico” -“Que sí, que intentas despistarme porque estoy en racha” -“¡Venga hombre!, ¡tú no has estado en racha desde que volviste del viaje de novios, fantasma!”

 

   Siguieron jugando entre chistes, sarcasmos y risas hasta la hora del almuerzo.

 

Mientras el guiso se iba cociendo, Rafa bajó al mínimo el fuego y se acercó al quiosco para comprar el “Hola”, su fuente de inspiración; se tumbó en el sofá y fue fijándose minuciosamente en todos famosos que allí salían reflejados, sus looks y sus estilismos. Quería ir esa tarde a dar una vuelta por el “otro mundo” a ver si encontraba lo que iba buscando desde hacía varios meses sin suerte, sin embargo, ese día tenía un buen pálpito, para ello, tendría que ir perfectamente perfecto.

 

El abuelo llegó a casa y su nieto dejó la revista encima de la cama y se dispuso a poner la mesa para ambos. Mientras almorzaban, Julián le contaba mil y un recuerdos de su juventud, muchísimos de ellos repetidos, pero a Rafa eso le daba igual, le gustaba escuchar hablar a su yayo.

 

Ángela Ortiz Andrade

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