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Redacción
Martes, 18 de Junio de 2019

Elda IX (por Ángela Ortiz Andrade)

Ese domingo decidió pasarlo tranquila en casa. Eran las seis de la tarde y aún no se había quitado el pijama; odiaba cocinar, así que de cuando en cuando asaltaba la despensa con lo que más le apetecía, las Pringles habían desaparecido en tiempo récord, el mismo final se atisbaba con las galletas de chocolate y los frutos secos; sonó el teléfono, era Fernando:


   -“¿Te gusta la comida japonesa? Te recojo y te invito. He quedado en  Kanji  para hablar con su chef y que me enseñe algunas técnicas. ¿Lo conoces?”
   -“Pues sí, sí que lo conozco, hace muchísimo que no voy porque tuve allí una mala experiencia.”
 -“¿Y eso?, ¿Te dieron pescado en mal estado?”
 -“Pues mira, sí. Podríamos decirlo de esa manera.”
- “Ponte aún más guapa si cabe, que voy en camino”.


Elda saltó del sofá y corrió al cuarto de baño. En poco más de una hora su chico llamaba al timbre para recogerla.


En el restaurante durante la cena, Fernando notó que lo miraba con  recelo y que le hablaba lo justo, algo distraída y reservada,  le preguntó la razón. Ella le contestó:


   -“Fer, no soy tonta. La reforma del negocio os ha salido por un dineral,  conduces un cochazo, tienes un Patek Philippe en la muñeca ¿sabes lo que cuestan esos relojes? pues claro que lo sabes, ¡qué pregunta más tonta!, no te privas de ningún capricho;  joder, si hasta para tomar la comanda del restaurante usas una pluma exclusiva. El restaurante no puede dar para tanto ¿de dónde sacas el dinero? O estás endeudado hasta las cejas o estás metido en algo turbio.”


Entonces Fernando comenzó a contarle la historia donde lo explicaba todo:
  

“El hotel-restaurante era de mi tío Paco. No tenía mujer ni hijos y pasaba todo el tiempo allí, es más, aquello era toda su vida. Las malas lenguas dicen que más de una vez encontró en la playa algunos fardos perdidos de droga que llegaban hasta allí a la deriva y él los recogía y hacía negocios con eso. Hubo una noche en la que una gran tormenta destrozó parte del restaurante, fue en la que  mi tío desapareció junto con un pescador amigo suyo que cuando no estaba faenando en la mar, le hacía compañía.
  

Denunciamos la desaparición, mi hermano que era el que trabajaba en el hotelito asumió las riendas de todo el negocio, yo cerré el bar que tenía en el centro del pueblo y me fui para ayudarlo. Con mucho trabajo lo sacamos adelante, nos esforzamos en introducir platos nuevos, de mejor calidad  y en refinarlo todo para que dejara de ser un antro; comenzamos a recibir visitas de personas que llegaban hasta allí porque otros se lo habían recomendado, gracias al boca a boca  conseguimos una buena fama. En el parking cada vez había más coches, en los círculos gastronómicos comenzamos a tener un hueco entre los mejores, las cosas nos iban muy, muy bien. El colofón vino muchos años después, cuando nos llamaron desde Castellón para que fuéramos a identificar un cadáver que podría ser el de nuestro tío, efectivamente era él. Había sido una muerte violenta, a los culpables los metieron entre rejas, la policía nos dijo que aquello parecía un ajuste de cuentas, aunque no había nada claro. Lo bueno que sacamos de este asunto tan trágico fue que el hermano de mi padre nos había dejado un sinfín de casas, locales y garajes salpicados por toda la costa levantina, lo vendimos casi todo y así sumamos aún más dinero al fondo común que teníamos; en agradecimiento nos vimos con la obligación de invertir en el lugar donde lo recordábamos  muy feliz, por eso no escatimamos en gastos. Y por esto también el restaurante se llama “Ca Paco”, aunque tú veas con tan malos ojos ese nombre, pero es un homenaje hacia su persona. ¿Y ahora estás contenta?”
  

Elda levantó su copa y le dijo más tranquila: –“Gracias cariño”
  

Terminaron su cena y mientras ella tomaba el postre, él se dirigió a la cocina para hablar con el chef. En esta ocasión el mochi le supo mucho más rico que la última vez que lo comió.

 

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