"Buretil correspondencia"
por Carlos Roque Sánchez
‘Cartas al Director’. Hace tiempo leí que hubo una época en la que, la sección ‘Cartas al Director’, tenía su peso específico en los periódicos. Y era así, no sólo porque entre los lectores existían auténticos profesionales de este género epistolar sino porque, como le salían gratis al periódico, los responsables del mismo le daban cancha. Más tarde, cuando disminuyó el número de cabeceras de diarios y decayó la afición de los lectores-escritores, se vieron en un problema, de modo que tuvieron que dedicarse a escribir falsas cartas, para así dar la impresión de mantener un número de lectores del que ya carecían. Cuestión de imagen y publicidad. Hoy, con los periódicos impresos de difusión gratuita y los de versión digital, parece que la afición vuelve bien como tal carta al director, en el apartado de ‘Comentarios’ o, directamente, a través del correo electrónico. Como es mi caso pues, mayoritariamente, ustedes se ponen en contacto conmigo de esta forma.
Creo que nunca, perdonen que les escriba de memoria, un lector se ha dirigido a mí a través de una carta al director, y en muy escasas ocasiones a través de los comentarios, lo que evidencia un hecho. No desean un contacto epistolar público, aunque sí privado a través del correo electrónico, lo que deja de ser una pena pues, cualquier columnista les puede decir lo interesantes y enriquecedoras que resultan las opiniones de los lectores, máxime si se hace de esta forma en la que se pueden implicar otros lectores. Y lo resultan, además, independientemente de su contenido sea éste en forma de crítica severa, idea feliz, amable estímulo, íntima complicidad, descubierta de un gazapo, felicitación o para ponernos a caer de un burro. No importa, al menos en mi caso, pero es que de todo hay como en botica y, de verdad les digo que todas son de agradecer pues cada una de ellas guarda una enseñanza.
¿Y por qué escriben? Pues mire usted, por todo. Unos son para protestar porque no escribo de lo que ellos quieren, lo que me parece bien. A modo de explicación de esta no complacencia, sólo se me ocurre esgrimir dos argumentos. Uno, no siempre estoy a la altura de los intereses de todos los lectores, un desfase espacial e interno y, dos, suele ser mayor la frecuencia de peticiones de los lectores, que la de aparición semanal del periódico, un desfase temporal y externo. Otros, vuelvo a los motivos de los descontentos, lo hacen porque escribo sobre lo que ellos no quieren que escriba. Aquí poco tengo que decir, ya que suelo hacerlo acerca de aquello que, personalmente, me resulta interesante. Tengo comprobado que, si un tema me aburre, es garantía casi absoluta de que aburrirá a la mayoría de los lectores, ‘ergo’ no lo escribo. La minoría, como siempre, tiene una solución sencilla: basta con no leerme.
Y esotros protestan porque escribo sobre lo que ellos quieren, pero no en la forma que les gusta, o sea, no como ellos lo desean leer, razón suficiente por la que me suelen ponen a parir cuando muestran su enfado y protesta, qué le vamos a hacer. Soy consciente de no poder estar a la altura intelectual de algunos lectores, cosa que lamento y por partida doble ya que valoro, de un lado, el esfuerzo del lector al escribir y, de otro, la posibilidad de polémica y controversia que con su escrito genera. Algo de lo más interesante y terapéutico, créanme, pues salvo un imponderable, no suelo tardar más de veinticuatro horas en contestar a todos. A cualquier remitente y a todo tipo de remite.
¿Para qué escriben? Entre otros, hay un grupo de lectores que van a la caza del gazapo, de la real o supuesta pifia deslizada por un servidor en el escrito, y que gustan de comunicarte. Ya saben a qué me refiero, esos errores que deja escapar quien habla, o como en este caso escribe, y que pueden tener muy diferentes orígenes. Desde la ignorancia del autor, hasta una simple inadvertencia tipográfica, pasando por un error de documentación o una generalización hecha de forma rápida y, por tanto, de consecuencias peligrosas. El caso es que no importa cuantas veces se haya revisado y corregido el escrito. Un gazapo que se precie de serlo estará camuflado en el texto, oculto a la vista de su autor, permaneciendo al acecho en espera de su momento que no es otro que el día de su publicación. Entonces saltará y se le verá. Está allí el hideputa, y a veces es enorme el muy cabrón.
Hasta entonces a uno se le ha pasado por alto pero, ahora, en el negro sobre blanco del periódico o de la pantalla, o bien lo detecta uno mismo (no suele ser mi caso) o bien un avezado lector te lo comunica (que sí lo es). En cualquiera de ellos, ambos los he vivido en mis propias carnes, les aseguro que acojona. Debo aclarar que, por suerte, los lectores que me escriben sobre mis gazapos lo suelen hacer de forma amable y nada pedante, a pesar de tener razón. Lo que los retrata. Yo por mi parte encantado y agradecido ya que es doble la lección que me dan. Una de humildad, nunca se puede saber todo sobre todo y siempre habrá alguien que sea una autoridad en el asunto que trates. Otra de respeto hacia el lector, por su categoría y seriedad al abordar el texto. Gracias.
CONTACTO: [email protected]
FUENTE: Enroque de ciencia






































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