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Redacción
Lunes, 03 de Junio de 2019

El concepto de belleza: lo que se ve no es lo que somos

Hoy en día y cada vez más, está presente el concepto de belleza como sinónimo de apariencia física en lo que a seres humanos se refiere, dejando de lado la universalidad del concepto como la sensación placentera que se produce en alguien cuando mira, observa y, sobre todo, escucha a otra persona. El segundo y tercer término, observar y escuchar, parecen haber desaparecido por completo de este concepto. El acto de ver más allá de la apariencia física parece quedar obsoleto cuando hablamos de belleza. Y es que cada vez son más las actitudes superficiales que tenemos frente a las personas. Nos permitimos el lujo de restar importancia a lo que son para resaltar solo la parte que se ve como si la hubiesen merecido, como si la apariencia externa se pudiese elegir, como si el azar fuese sinónimo de mérito.

 

En ocasiones, y sin darnos cuenta, nos dirigimos a las cualidades físicas de una persona, aunque lo que queramos alabar sea alguna cualidad o habilidad de procedencia intelectual. Y así lo corrobora algún testimonio, como es el caso de Mari Carmen Ruiz-Herrera López- Marrufo, quien admite haber antepuesto el aspecto físico a la capacidad intelectual de la persona a la que se dirigió en un momento concreto. Lo hacemos de manera inconsciente, quizás por las influencias y convencionalismos sociales de nuestra sociedad que resume muy bien el escritor Eduardo Galeano: Vivimos en la cultura del envase, que desprecia el contenido. Y esto va desde la publicidad que consumimos hasta cualquier ámbito del que nos rodeamos pues todo depende de cómo se vea y no de lo que es en realidad.

 

Otro de los testimonios que corrobora esta errónea pero cierta etiqueta del concepto es el de la jugadora de póker profesional Leo Margets, quien nos habla de su sorpresa al conocer los tipos de inteligencia que existen además de la necesidad de empatizar con las personas durante un curso que realizó para su carrera profesional. Y es que descubrimos muchos aspectos únicos de las personas que nos rodean si decidimos mirar más allá de lo que parecen. Ahí es donde realmente puede uno diferenciarse del resto, cuando lo conocen por lo que es y no por lo que representa. 

 

Esta concepción de la belleza que tenemos en nuestra sociedad se podría extrapolar a cualquier situación cotidiana. Por ejemplo, imagina un paisaje lleno de montones de piedras y en cada montón a una persona puesta de manera aleatoria. Cada una de las aglomeraciones están formadas por piedras distintas, unas más livianas, otras más pesadas, unas más brillantes, otras más opacas, unas valiosas, otras corrientes, etc. Y estas piedras son dadas a cada persona con la finalidad de que construyan un castillo con el montón que les ha tocado. Al finalizar la tarea y observar cada una de las construcciones, se observan castillos distintos, unos más llamativos que otros, pero peor alzados, otros, en cambio, más sencillos en apariencia, pero mejor levantados. Pues poco importa cómo se vean los castillos ya que nada puede hacer para cambiar el aspecto del material que les ha tocado, lo que sí se puede hacer es poner todos sus conocimientos y habilidades en la acción que es lo único que realmente depende de ellos. Pero tristemente, cada visitante que pasa por aquel paisaje lleno de castillos, queda asombrado por las espléndidas piedras que recubren los muros de algunos de ellos sin importarles los detalles de su levantamiento y el ingenio puesto en cada una de las obras. Así son los ojos con los que mira nuestra sociedad: aquella que alaba un castillo y no a quien lo ha construido. 

 

[Img #115374]Con esta metáfora sobre nuestra perspectiva hacia algo tan trivial como es el aspecto físico se demuestra la necesidad de reflexionar sobre cómo actuamos como seres humanos para mejorar, de alguna forma, nuestra especie de una manera más racional y menos influenciable. Es muy osado alabar aquello que ha sido creado de manera aleatoria sin que hayamos hecho nada para ser merecedores de ello. Cambiar nuestra forma de mirar para resaltar aquello que hemos elegido, creado y trabajado como seres individuales y únicos: nuestra personalidad. Somos nuestros propios artistas, y el lienzo sobre el que trabajamos no es más que una base sobre la que hemos sido creados. Pintémonos y esculpámonos de la mejor manera posible, pues ese debería ser el verdadero premio a nuestro trabajo como seres humanos. La obra de arte que otros contemplan debería ser sinónimo de nuestros principios y valores. La belleza no es más que un disfraz que camufla, en muchas ocasiones, la esencia de ser nosotros mismos.

 

 

 

 

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