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Redacción
Sábado, 04 de Mayo de 2019

"Cosas de mamá"

por Carlos Roque Sánchez

[Img #112653]Exigencia. Era una de sus recetas para iniciar nuestra educación, la de mis hermanos y la mía, en el ya antañón siglo pasado. Una exigencia que partía de los pequeños y escogidos servicios que nos solicitaba a cada uno de nosotros, para ayudar a la convivencia familiar. Ya se lo pueden imaginar, cometidos asequibles a nuestra edad, tareas que suscitaban nuestro sentido de la responsabilidad y que nos suponían pequeños esfuerzos pero que nos reportaban grandes logros. Les hablo de ocuparnos de nuestra ropa, cuidar de alguna zona de la casa, atender a un hermano menor, realizar nuestros deberes escolares, etcétera. En fin, ese tipo de cosas. Unas tareas que además tenían que estar bien hechas, porque a ella no le bastaba con que las hiciéramos, no. En su forma de entender la educación, inculcar en los hijos el amor por el trabajo bien hecho, lejos de la chapuza, exigirles hacer bien las cosas, era algo necesario, razonable e irrenunciable, si se entiende como exigencia de intentar hacerlas bien.

 

Claro que las tareas encomendadas por nuestra madre también atendían a detalles de otro orden. Desde las destinadas hacia los demás, como proteger a los que son más pequeños que nosotros, obedecer y respetar a los mayores, compartir alimentos y otros bienes, etcétera. Hasta las que nos afectaban a nosotros mismos, como vivir con naturalidad los éxitos y las contrariedades, esforzarnos en cambiar nuestros defectos de carácter, evitar el despiste que nos hace llegar tarde a las citas, etcétera. Así pretendía ella que ejercitáramos la fortaleza de la voluntad, de manera que, desacostumbrada a lo fácil, no se desfondara ante lo arduo. Lo expresa muy bien Felipe, el simpático amigo de Mafalda, cuando, dominado por la pereza, nos dice: “Hasta mis debilidades son más fuertes que yo”.

 

Autoridad. Una teoría que ella ponía en práctica ayudada de una colección de latiguillos verbales con los que nos aleccionaba, si nos mostrábamos remolones a la hora de realizar nuestros deberes. Nada importante, cosas de niños ya saben, pero ella nada, impertérrita, erre que erre: “Eso lo haces tú en un santiamén”, nos decía cuando empezábamos a protestar, o “Tardas más tiempo en quejarte, que en hacerlo”, cuando continuábamos poniendo mil y una excusas, demorando la realización de la tarea mandada. Pero, si ninguna de estas retahílas contemporizadoras le daba resultado, el final de nuestra madre era ya tajante, ineludible, inaplazable: “Antes está la obligación que la devoción”, y de ahí ya no había quien se escapara, buena era ella.

 

Aunque más tarde lo suavizara con un: “Ya verás cómo, después, te alegras de habértelo quitado”. Y además eso. Sí, exasperante, pero así era mi madre, para quien la autoridad era otra de sus recetas. Me refiero a ese tipo de autoridad que permite a los padres acercarse a sus hijos sin rigideces pazguatas e intransigencias desmedidas, ésa que les hace ser comprensivo con sus limitaciones, dificultades y problemas, pero que les impide ser permisivo con sus malas costumbres y debilidades. Una autoridad, en definitiva, que posibilite a los hijos llegar a ser competentes en sus obligaciones familiares, sociales, escolares, etcétera. Un comportamiento con el que nuestra madre, todas las madres del mundo, aciertan siempre.

 

Más muletillas. Sí, tienen razón todas las veces -es algo de lo que estoy convencido hoy que soy ya abuelo- aunque ya me cuidaba -nos cuidábamos todos los hermanos, y con nuestra peor cara de enfado- de reconocérselo así por aquellos entonces. Si la exigencia nace del verdadero cariño y la autoridad es entendida en su más profundo sentido humano, ¿cuándo se equivoca una madre en lo referente a sus hijos? Nunca, creo que nunca y además, ahora que recuerdo, la verdad es que no le faltaban muletillas para reforzar la idea. “La mentira es una araña negra y fea”, “Del tiempo de Maricastaña o del catapún”, “Eso está hecho en menos que canta un gallo”, “Cuando un hombre bebe de más, deja de divertirse para divertir a los demás”, “Antes se coge a un mentiroso que a un cojo”, “Aquí paz y después gloria”, “Vas a casa del abuelo en un plis-plas”, y así un largo, largo etcétera. Por cierto, y en otro orden de cosas, la expresión “En un santiamén” proviene de una contracción de las dos últimas palabras latinas que decíamos al santiguarnos: “In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen”. Una expresión de otro siglo y pre-LOGSE, que hace referencia a una breve duración, a algo rápido e inmediato, a un período de tiempo pequeño, y que equivale a decir “En un periquete”, “En un decir Amén”, “En un tris-tras”, o a algunas de las ya citadas. Ni que decirles que el tiempo empleado en escribir esta ‘Opinión’ se me ha pasado en un santiamén.

 

CONTACTO: [email protected]

FUENTE: Enroque de ciencia

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