Quantcast
Redacción
Sábado, 13 de Abril de 2019

"Sigan mi consejo"

por Balsa Cirrito

[Img #111467]Me estoy convirtiendo en un hooligan. En un hooligan de la moderación, lo cual no deja de ser un contrasentido, solo que, tal y como está el panorama, ni siquiera será un contrasentido de los peores. ¿Y a qué obedecen estos ataques de moderacionitis? Pues muy fácil, estoy cansado. Estoy cansado de la agresividad continua que nos rodea en la que cualquier síntoma de comprender al contrario se estima como falta de firmeza o como debilidad. Y es algo que vale para todo y para todos.

           

Vayamos con un ejemplo muy chuli, visto en nuestras calles. Durante la última semana un grupo (que ni siquiera firma sus carteles), ha pegado en muchos paneles de Rota unos pasquines sumamente agresivos, llenos de descalificaciones políticas. Entre ellos, mi favorito es uno en el que aparece la cara de Pedro Sánchez mientras el letrero reza: "¡Pactó con la derecha!", con una connotación tan negativa que igual hubiera podido afirmar: "Violó a diez mujeres amenazándolas con un cuchillo y después les tatuó - es un decir - el escudo del Rayo Vallecano". Me temo que el cartel es un símbolo del estado de las cosas. Porque, digo yo, ¿con quién se piensa esta gente que edita el cartel que hay que pactar? Hasta donde yo sé, pactar se pacta con quien no es como tú, con alguien diferente, de manera que, en los pactos, ambas partes ceden para que nadie quede completamente descontento. Dicho de otra manera, lo normal es que el centro izquierda pacte con el centro derecha, porque así es como avanza el mundo y así es como se consiguen las cosas, por ejemplo, nuestra bonita Constitución. Parece mentira, pero tan elemental principio de cultura política ha sido olvidado por completo, y da miedo pensar que haya que explicar o que haya que convencer a alguien de las bondades de comprometerse con el contrario. ¿Que Pedro Sánchez ha pactado con las derechas en alguna ocasión? Pues pocas me parecen, porque cuantas más veces pacte seguro que nos va a ir mejor a todos. Ahora bien, si lo de que nos vaya bien, progresemos y seamos más prósperos molesta, entonces me callo (sobre todo por no ofender).

           

Pero no se piensen que esta forma de ver el mundo es privativa de la política. En asuntos como la ideología de género, la inmigración, asuntos raciales, cuestiones religiosas o relacionadas con la homosexualidad, cualquier puntualización o matiz revienta a los modernos inquisidores. Un par de ejemplos, cada uno de una tendencia.

           

Así, observen como una insinuación que se refiera a una mayor flexibilidad en cuestiones migratorias es despachada por los sectores más conservadores como un intento de llenar el país de tercermundistas, de moromierdas y de negros primitivos; al mismísimo papa Francisco le han dado hasta en el solideo por  mostrarse comprensivo con los inmigrantes.

           

En el lado contrario podemos poner de ejemplo la ideología de género. Cualquier reparo que se le ponga a la apisonadora feminista - y se nos vienen a la cabeza muchos - convierte a quien se atreva a desafiarla en una especie de lacayo de Santiago Abascal y, por supuesto, en un asqueroso machista.

           

Definitivamente nos encontramos en la época de la brocha gorda. Hace unos días volví a ver la película El nombre de la rosa que, como ustedes saben, se desarrolla en un convento medieval. En ella contemplamos como la Iglesia se halla desgarrada por graves polémicas teológicas, la más enconada obedece a la siguiente pregunta: "¿Era Jesucristo propietario de las ropas que vestía?", asunto sobre el cual los monjes discuten con extraordinaria vehemencia. No me digan que no resulta encantador que se tiraran los trastos a la cabeza por sutilezas tan pequeñas como esta. Hoy, desde luego, estamos en una dimensión absolutamente opuesta; o sea, sutilezas, las justitas.

           

Contra esto solo se me ocurre un remedio, y les aconsejo que lo pongan en práctica. Cuando terminen de leer este artículo, apaguen la pantalla del ordenador. No vuelvan a leer un periódico (ni siquiera deportivo) durante una semana. Durante esa misma semana absténganse de telediarios. De igual modo, siete días sin utilizar redes sociales, ni twitter ni facebook ni instagram ni la madre que los parió. Les puedo garantizar que, al cabo, serán más felices. Y las consecuencias serán obvias.

           

 

Comentarios Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.27

Todavía no hay comentarios

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.