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Redacción
Sábado, 02 de Marzo de 2019

"Antojos de embarazadas. Ciencia"

por Carlos Roque Sánchez

[Img #108374]Algo que sabe todo el mundo. Es una de esas credulidades populares que se toman por ciertas, por la sencilla razón de que “todo el mundo sabe que es verdad”. Así sin más. Y es que, si una mujer encinta desea comer algo -que bien pudiera ser que antes de estarlo, incluso, no le gustara- y no lo hace, amigo, mal asunto. Corre el riesgo de que la criatura nazca con la imagen de lo que deseaba comer, impresa en alguna parte de su cuerpo ¿A que le suena esta leyenda urbana? Sin embargo, ¿qué hay de cierto en ella? Pues vaya usted a saber. Como suele ocurrir en estos casos, lo más probable es que tenga una parte de fantasía y otra de realidad. O no. Veamos qué hay de cada una de ellas.

           

Respecto a la primera parte, según la cual las embarazadas suelen mostrar unos deseos irrefrenables de comer determinados alimentos, que antes de la gestación no sólo no probaban, sino que incluso aborrecían, nada que objetar. Es un hecho innegable, si bien no debemos pasar por alto otro que lo es igualmente. No todas las embarazadas manifiestan estas apetencias y no todas tienen antojos. De modo que el estado de embarazo no tiene como síntoma inequívoco el de mostrar ciertas apetencias. Sin olvidarnos lo que de carácter selectivo tiene nuestra memoria para asuntos como éste.      

           

Sin embargo, la ciencia nos dice que durante la gestación, el cuerpo de la mujer vive importantes transformaciones, que bien pueden implicar determinados cambios en sus gustos. Por ejemplo, un descenso de la cantidad de glucemia en sangre, que la embarazada compensa con la ingesta de todo tipo de alimentos dulces. Desde la fina bollería hasta la más exótica de las frutas, pasando por los refrescantes helados que, ni pensar quiero de qué sabor serán. También, algunas mujeres en estado, pueden experimentar una bajada de ácido clorhídrico en el estómago, lo que les hará tener preferencia por alimentos y comidas ácidas como tomates, ensaladas con mucho vinagre, etcétera. Y así se pueden poner más de un ejemplo fisiológico-nutritivo, que parecen avalar la primera parte de esta credulidad. De hecho, se estima que afecta a tres de cada cuatro mujeres embarazadas.

           

A propósito de la mancha. La segunda parte asegura que si no se satisface presto ese deseo, el bebé nacerá con una mancha en la piel de la misma forma del alimento que no se llegó a ingerir. Tremenda cosa ésta. Y sí que es verdad que ciertas personas nacen con una marca pigmentada en la piel, de color más oscuro que el resto de la epidermis. Es una mancha con forma, más o menos y por lo general, de fruta. ‘Ergo’, aquí está la prueba me dirá usted, aquí el resultado del prematernal apetito insatisfecho, algo así como un irrefutable “llevar el pecado en la penitencia”. Y ante semejante valor de la prueba, la verdad, así a vuela tecla, no sé qué contestarle, es una parte de la historia que no tengo estudiada.    

           

Sin embargo, pensando, no es menos cierto que resulta un tanto sospechoso el hecho de que la mancha siempre tenga una forma más o menos informe e irregular y, por tanto, sea fácil de asociar con cualquier fruto, en realidad con cualquier cosa que se nos pueda ocurrir. Lo digo porque, si por ejemplo la mancha es parecida a un círculo, alguien podrá decir que el antojo fue de ciruela, de naranja, de manzana o de cualquier otra fruta del estilo. Y si es ovalada, pues igual, que si una pera, que si una fresa, que si lo que sea vamos. Pero, claro, si las manchas responden a un deseo concreto insatisfecho, ¿por qué éstas no tienen una forma más definida? Por decir algunos, de corte de helado, de porción de tarta, de plátano, de flan o de yogur ¿Ven, por dónde voy?

           

Les decía sospechoso porque la ciencia, desde principios del siglo pasado, conoce el fenómeno de la pareidolia, un proceso psicológico por el que un estímulo vago y aleatorio, por lo general una imagen, se puede llegar a percibir como una forma reconocible. Es lo que nos hace ver animales en las formas de algunas nubes, reconocer rostros en paredes y pavimentos, o distinguir cuerpos humanos y objetos en los perfiles de determinadas montañas, por poner solo unos ejemplos.

           

Es en parte un error de funcionamiento de nuestro cerebro, que algunos estudiosos utilizan en evaluaciones psicológicas, bajo el nombre de test de Rorschach que, es probable les suene. (Continuará)

 

CONTACTO: [email protected]

FUENTE: Enroque de ciencia

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