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Sábado, 19 de Marzo de 2011

Balsa Cirrito

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LAS BARRERAS DE LA RUTINA       



   
  

En los ya lejanos días en que un servidor de ustedes trabajaba en los medios de comunicación a jornada completa, entrevistaba con frecuencia a dos mujeres. Eran muy pesadas, y ahora, pasados los años, puedo confesar que su objetivo me parecía entonces tirando a soviético. Pretendían, ahí es nada, que se fueran eliminando progresivamente las barreras arquitectónicas de Rota. Que las aceras dispusieran de unas suaves laderas que permitieran a todos aquellos que utilizan sillas de ruedas subirse a ellas sin necesidad de contratar a la cuadrilla de costaleros del Santo Entierro. Pertenecían a la asociación de Disminuidos, y volvían a la radio o a la televisión local una y otra vez, buscando apoyos para su empeño. Recuerdo – con vergüenza – que por aquellos días yo (y conmigo mucha gente) pensaba algo así como que estaban un pelín zumbadas, y que porque ellas tuvieran un problema, no íbamos a echar el pueblo abajo. Pero no se cansaban. Paulatinamente iban consiguiendo algunos objetivos. Una rampa aquí, otra allá, las aceras de una plaza… Y todos íbamos viendo que, en realidad, tampoco era tan absurdo lo que pedían, ni resultaba más caro construir las aceras de forma más accesible. Y que, al fin y al cabo, no sólo beneficiaba a los disminuidos, sino también a mujeres con carrito, padres con coche de bebe o niños con bicicleta.


No se trata, como ven, de una historia demasiado espectacular, ni prueba gran cosa, salvo que por aquel entonces este servidor se ustedes resultaba un tanto gilipollas (enfermedad de la que estoy en trance de curación, pero de la que todavía manifiesto algunos desagradables síntomas). Sólo que cuando escucho alguna propuesta bienintencionada pero irrealizable, me acuerdo de aquellas dos mujeres y me pregunto si realmente se trata de una propuesta imposible. Viene a cuento tan considerable preámbulo si lo relacionamos con los buenos consejos sobre energía que nos suelen ofrecer los ecologistas. ¿Utilizar transportes públicos? ¿Coger la bicicleta en vez del coche? ¿Apagar el ordenador cuando no estamos en casa? Eso no lo haremos nunca, solemos decir. Sin embargo…


Sin embargo no tiene por qué. Tras mucho tiempo de averías continuas, las pasadas navidades decidí deshacerme de mi ciclomotor, que hasta ese momento había sido uno de los más fieles compañeros de mi vida. Y en vez comprarme otra moto, adopté la opción de utilizar la bicicleta. Francamente, no creía que mis buenas intenciones duraran mucho pero, contra mi propio pronóstico, no resultó una determinación absurda ni quimérica sino, todo lo contrario, sumamente divertida. Desde entonces voy a todas partes en bicicleta. Cada día me canso menos, no sólo sobre la bici, sino también cuando camino. He perdido peso, y estoy deseando que llegue el verano para lucir en la playa un vientre que se aproxima más al de Cristiano Ronaldo que al de Torrente (I, II, III o IV). Mi ciclomotor no consumía mucho, pero, de cualquier modo, calculo que ahorro sobre doscientos cincuenta euros anuales (que bien puedo emplear en cervezas, porque como he adelgazado bastante, no tengo por qué preocuparme de las calorías). O sea, que todo son ventajas. Y ni he tenido que realizar ningún sacrificio ni nada por el estilo.


A lo que voy. Si el panorama energético sigue siendo el que parece que va a ser, parece que todos nos vamos a tener que ir acostumbrando a coger la bicicleta. Pues no pasará nada. Será estupendo. Y lo mismo nos libramos del debate de nucleares sí o nucleares no, porque no van a hacer falta. Lo cual será todavía mejor.


PD. Las dos mujeres que citaba al principio – hasta donde yo sé – no han recibido ni el premio de Roteñista, ni la Calabaza de Oro, ni la Golden Urta

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