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Sábado, 24 de Noviembre de 2018

Carlos Roque Sánchez

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CONFERENCIAS Y CHARLAS

 

 

 


Primeros pasos. Desde hace ya bastantes años, demasiados quizás, y de forma casi ininterrumpida, mantengo la didascálica costumbre de dar alguna que otra conferencia a lo largo del curso académico. En realidad, son tantos años ya, que ni recuerdo dónde fue la primera vez, ni de lo que hablé. Como se lo estoy contando, sencillamente, lo he olvidado. Un doble y selectivo olvido, el qué y el dónde, que no ha sucedido con tres recuerdos que me acompañan, dos de los cuales por lacerantes aún me mortifican. Se los cuento. Uno fue el miedo que pasé antes de empezar a hablar por primera vez, tal era mi complejo de inferioridad cuando me vi allí frente a un auditorio. Otro, el pánico que se apoderó de mí mientras pronunciaba las primeras palabras, tal fue la sensación de exhibicionismo personal que sentí como conferenciante.


Ni que decirle tengo que esta primera experiencia fue un desastre, o por eso la tengo. Vamos para olvidarla. Algo que por suerte o desgracia no ha ocurrido, aquí me tiene, pues ha pasado el tiempo, sigo hablando de ella y, lo que es peor aún, continúo sin comprender cómo fui capaz. Será que es cierto aquello que se dice, una cosa es el sentimiento del miedo y otra el vicio de la cobardía y, que por supuesto, no son equivalentes ni intercambiables, sensación y comportamiento. Innato e involuntario el primero, también innato pero controlable por la voluntad el segundo. Y precisamente en la capacidad humana de la voluntad está el salto cualitativo que nos diferencia de otras especies. Por esto somos humanos, bueno también porque tenemos culo, pero esa es otra historia sobre la que habrá que reflexionar en otra ‘Opinión’.

  
Uno, otro y, ahora, estotro. También recuerdo el escaso número de personas que acudió, lo sé porque antes de empezar las conté, tan nervioso estaba y tan poca gente había. En concreto diez, sí dos manitas, aunque bien es cierto que, ya empezada, entraron cinco más, así que tuve un total de quince, la niña bonita. Pero como dijo aquél, tampoco está tan mal que con menos hizo Jesús de Nazaret una revolución. Ya, lo sé. Fue lo primero que se me ocurrió a modo de autoconsuelo, pero estará conmigo que la comparación es impropia e insostenible. Él era Jesucristo, el ungido. Así que no me consoló en lo más mínimo el pensamiento al inicio de la conferencia, y lo que les dije. Para olvidarla. De todas formas, quede blanco sobre negro que me gusta mucho dar conferencias, por lo que he seguido y sigo aceptando, la mayoría de invitaciones que gentilmente me ofrecen.


De conferencia a charla. Y de este modo, con el paso del tiempo, las conferencias se han sucedido, las circunstancias han ido cambiando, yo he evolucionado y, todos estos ingredientes que le he puesto sobre el tapete de su pantalla, hemos corrido desigual suerte. Para empezar, los miedos primerizos se me ven menos. No es que hayan desaparecido, siguen ahí por supuesto, sólo que ahora vienen disfrazados de nervios, de responsabilidad. En cierto sentido comparto con T. Hobbes su visión del binomio miedo-hombre, cuando dejó escrito lo de: “El día que yo nací, mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo”. El miedo, esa larga sombra que viaja siempre con nosotros, así me lo imagino o quiero imaginar, y que no creo que ya cambie a estas alturas, poco imaginativas, de mi vida.


Lo que sí ha cambiado con el tiempo y por fortuna, es el número de asistentes que tienen la deferencia de venir a escucharme, más que a oírme, la mayoría de las veces. Se lo expreso así porque resulta que ha aumentado, no mucho mucho esa es la verdad, pero ha aumentado y además me escuchan. Estará conmigo que poco más se puede pedir. Así que, qué quieren. Se lo cuento tal cual lo siento, que cada uno es cada cual y tiene su corazoncito con su rincón para la vanidad. (Continuará)

 

CONTACTO: [email protected]
FUENTE: Enroque de ciencia

 

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