"Historias populares de la villa de Rota", por Prudente Arjona
En esta sección se ofrecerán fragmentos del libro escrito por el roteño Prudente Arjona, titulado "Historias populares de la villa de Rota", que como su propio nombre indica, refleja buena parte de la historia local. Aunque el libro está a la venta en papelerías del municipio, el afán del autor nunca fue lucrarse con ello, por eso, permite a Rotaaldia.com compartir algunos de sus capítulos para que el gran público tenga conocimientos de una parte pasada de la villa.
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LA VERA CRUZ Y JOSÉ NAVARRETE
Antes de adentrarnos en lo que don Antonio García de Quirós nos relata de nuestra calle veamos el significado de las palabras Vera Cruz, que proceden de otras de origen latino, Vera, que significa Verdadera y Crux, que significa Cruz, o sea, Verdadera Cruz o Cruz Verdadera, palabras que, separadas en su origen, llegaron a formar una sola al usarse frecuentemente en español Veracruz.
El nombre de Vera Cruz o Veracruz forma parte del título de innumerables cofradías que radican en muchos templos de España, ya sean ermitas, iglesias conventuales y parroquias. Es uno de los títulos de cofradías de penitencia más antiguos, aunque en nuestra localidad no existió hasta el siglo XVI, constituyendo la primera hermandad de penitencia que registran nuestros anales.
Añadimos seguidamente a la historia de esta calle lo publicado en su día sobre la misma por don Antonio García de Quirós en su libro Historia de la Ermita y Cofradía de la Veracruz. Como es sabido, José Navarrete, aquel portuense, escritor, militar, político liberal y unas cuantas cosas más, que vivió en esta calle, a la que, desafortunadamente, el Ayuntamiento quiso dar su nombre, quitando el de Veracruz con la oposición e indignación del pueblo, dejó impreso en su novela María de los Ángeles una descripción preciosa de lo que para él representaba dicha vía en aquellas fechas, que por cierto decía de la misma que era la más aristocrática de Rota, añadiendo que las casas de la calle Vera Cruz tienen las paredes muy encaladas y son casi todas de dos pisos, con azoteas en las que se alza generalmente una torrecilla cuadrada; los balcones son salientes, espaciosos, con rodapiés, macetas de claveles y albahacas, alcarraza con agua fresca, jaula del canario, montera de pizarra en cuyos huecos amontonan los nidos las golondrinas, y cortina de lienzo blanca o listada, que montan sobre una varilla y cae por fuera del antepecho de madera, atándose con cintas a los hierros.
Bajo esta tienda, que lo es de campaña para las mocitas que tienen pretendientes callejeros, se sientan a coser las mujeres; algunas casas, pocas, lucen cancela de hierro en vez de portón, y en todas hay hermosos patios con aljibe, corredores altos y toldo, o montera de cristales; en las casas de un solo piso, macetas de flores sirven de almenas al pretil de la azotea que mira a la calle.
Esta, con aceras enlosadas a trozos, recibe la animación y el colorido de las gentes que siempre hay allí, bien asomadas a las grandes rejas de sus ventanas bajas, algunas con celosías, bien sentadas en el escalón del zaguán, o en sillas a la puerta; de la nube de chiquillos que gatean, saltan y chillan; de las carretas colmadas de paja, o de botas de vino que cruzan su empedrado; de los que pregonan “La flor de las viñas vendo”, o “salmonetes vivos”; del panadero que en calzoncillos y con un pañuelo encarnado a la cabeza, anudado atrás, monta en pelo sobre una yegua con tres sacos de harina por delante; de la calesa que entra sonando el jaco los cascabeles; de los trabajadores que salen al campo con el borrico que lleva el serón con los aperos sobre la albarda y sobre el serón el perro, y por ultimo, de ese quid bienhechor e inexplicable, de que están llenos el aire, la luz, las personas, y hasta las piedras de Andalucía.
José Navarrete pasó muchas temporadas en su huerta de La Costilla, casi a la orilla del Océano, donde encontró el retiro al que le obligaba sus lides políticas, y después de retirarse de éstas, la escogió como mansión de reposo y de silencio, alternando sus días entre la pluma y las caricias de su anciana madre.
Esta sencilla lectura que nos dejó Navarrete de la calle Veracruz, no sólo hace una fiel descripción de la misma, sino que nos detalla el discurrir de un día cualquiera, desvelando asimismo la vida que se desarrollaba en nuestra población en aquellos tiempos, tanto en el plano laboral, como social y comercial.
Haciendo nuevamente referencia al Sr. Navarrete, tengo que añadir que en el punto sexto de la sesión plenaria celebrada por el Ayuntamiento Pleno el 30 de marzo de 1901 dio cuenta el señor alcalde, don José Buada Sabariego, de su fallecimiento, ocurrido en la ciudad francesa de Niza, dándose seguidamente lectura por el secretario a los periódicos recibidos de dicha población, en donde se participaba el óbito. Concluida la lectura, se acordó designar una comisión del Ayuntamiento que expresara en nombre del mismo el pésame a la familia del finado, y que se notificara de oficio a su señora viuda, doña Lucía Harana.
Al mes siguiente del fallecimiento del escritor se llevó a pleno una propuesta del alcalde para rotular la calle Alpechin, hoy Almenas, con el nombre de Navarrete. Sin embargo, la viuda, doña Lucía Harana, no vio con buenos ojos tal iniciativa, por considerar la citada calle de poca categoría para que ostentara el nombre de su marido, pidiendo al mismo tiempo que se rotulara en su lugar la calle Veracruz, propuesta que fue aprobada por el Ayuntamiento en la sesión plenaria del 22 de Enero de 1902, lo que lastimó nuevamente el sentir del vecindario, que elevó diversos escritos a la Corporación manifestando el malestar de la ciudadanía, por lo que para conformar a todas las partes, incluida la voluntad de su viuda, se tomó el acuerdo plenario de revocar la iniciativa anterior y rotular la plaza de Mendizábal con el nombre de José Navarrete, dado que en la misma había vivido el escritor en su última etapa, sobre el año 1899.
No podemos pasar por alto que el nombre de Veracruz tuvo su origen en la ermita y cofradía del mismo nombre, siendo, por tanto, posterior a la organización de la expresada cofradía. La calle en cuestión era el itinerario del Vía Crucis que, aún antes de la fundación del convento hacían los cofrades de la Vera Cruz desde su ermita hasta el antiguo camino de Jerez, pasando por la ya rotulada calle de la Veracruz y adentrándose en lo que después fue calle del Calvario. De aquí que la calle fuera como la Vía Dolorosa, en la que los piadosos cofrades meditaban la Pasión del Salvador, y para ello la cofradía colocó en la calle y en su prolongación, a distancias aproximadamente uniformes, las cruces de madera para cada estación del Vía Crucis.
Aprovechamos para puntualizar que el ejercicio del Vía Crucis propiamente dicho empieza en el último tercio del siglo XV, aunque con un número variable de estaciones, ya que hasta unos doscientos años más tarde no se estableció el número de catorce.
La calle estaba, pues, regada de estas cruces de madera, sin cuadros ni presentaciones, ya que sólo las cruces eran y son el elemento substancial del Vía Crucis, aunque se aconseje el uso de esos cuadros, y sobre ellos las cruces, para que ayuden a meditar mejor los pasos de la Vía Dolorosa.
De las catorce cruces que componían las diferentes estaciones penitenciales del Viacrucis que se desarrollaba a lo largo de las calles Veracruz y Calvario sólo han quedado dos, una de ellas en la pequeña glorieta junto a la vivienda número 94 de la calle Calvario, conocida como Casa Rincón, donde los arrieros hermanos Caridad, el Vélez y Paco Mendoza disponían en tiempos pasados que yo conocí, las cuadras de sus borricos, y donde Andrés Alcedo tenía también su vaqueriza.
Esta cruz correspondía a la decimotercera estación del Vía Crucis, por lo que como recuerdo de la celebración del antiguo Vía Crucis el Ayuntamiento mandó construir un pedestal artístico con cruz de hierro forjado, que fue inaugurado el Viernes Santo de 1959, cuyo importe ascendió a 25.000 pesetas, siendo realizada por don Manuel Cerquera Becerra.
Por causas que se ignoran, dicha cruz cayó al suelo en 1973, siendo colocada seguidamente sobre la columna de mármol, pero el 6 de agosto del mismo año, a las 21,20 horas, volvió a caerse nuevamente acompañada de la columna donde se erigía, hiriendo a dos menores que se encontraban jugando en aquel lugar, aunque gracias a Dios las heridas fueron de carácter leve, según recoge ampliamente don Antonio García de Quirós Milán en su mencionado libro, y posteriormente don Rafael Hernández, Candón, en su libro Mi Rota en tiempos...
Debo decir que frente a dicha cruz se celebraba desde antaño la ceremonia de las Tres Caídas de la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno en su desfile procesional en la mañana del Viernes Santo. Es interesante saber que la última, o sea, la decimocuarta y última cruz de la estación del Viacrucis, se encontraba situada en la capilla del antiguo cementerio de la calle Calvario.
Retomando de nuevo la calle Veracruz, nos encontramos con la segunda de las cruces aún existentes, llamada del Rompidillo, aunque en la antigüedad se le conocía como Cruz de Vicente, que, como ya decíamos anteriormente, ha cambiado algo su ubicación y estructura tras la construcción del Paseo Marítimo del Rompidillo y la rotonda que daba acceso a la zona del muelle, con la creación de una avenida en terrenos ganados al mar. La venerada Cruz fue colocada en el centro de la mencionada rotonda, si bien por petición popular el Ayuntamiento se vio obligado a devolverla a su anterior enclave, encontrándose actualmente en el pequeño jardín que también se creó entre la avenida de Puerto Rico y la calle Veracruz.












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