1955 (II) (por Ángela Ortiz Andrade)
Se acercaba la hora de ir a la panadería para trabajar. Tomás había conseguido un puesto como panadero después de haber estado ayudando a descargar sacos de harina durante varias semanas; prefería ganar dinero y ayudar en la economía familiar, a sus diecisiete años, se sentía más mayor, más responsable. Desde que su padre falleció, la abuela se había mudado a casa para encargarse de las labores del hogar para que su hija pudiera trabajar fuera de casa, ahora él también contribuiría con su sueldo de panadero; era duro, porque después de hacer el pan, lo repartía con una bicicleta por las casas, regresando a la suya muy avanzado el día.
Pasó por delante de la sala de Elisa, la cortina estaba recogida y podía ver el interior. Estaba tumbada en el sofá con la cabeza apoyada en uno de sus brazos leyendo, la saludó y ella le hizo un gesto para que entrara. Tomás salía hacia su trabajo con mucho tiempo de antelación para, si surgía la ocasión, poder estar un rato con la chica.
Desde hacía unos cuantos años, ella y su madre formaban parte de la casa, venían de Valladolid, Madrid o Salamanca, “de por ahí lejos”, como decían los más viejos, hablaban muy fino y tenían un aire bastante moderno y cosmopolita, cosa que chocaba con el lugar donde vinieron a vivir y que a Tomás fascinaba.
Le señaló el hueco que había junto a sus pies para que se sentara y él así lo hizo, sin dejar de mirarla, desprendía un olor exquisito.
-“¿Ya te vas?”
-“Si, como cada noche”.
-“¿Pero no tienes descanso? Quiero salir contigo. Estoy cansada de que nos veamos tan poco tiempo y siempre en el mismo lugar, si quedáramos me pondría algún vestido bonito y me arreglaría el pelo como las actrices de Hollywood. Tal vez nos podríamos acostar luego, si tú quieres. ¿Quieres?”
Le echaba una mirada insinuante, mientras le metía uno de los pies por debajo de la camiseta.
Tomás se levantó como un resorte y enfadado le dijo que no le gustaba que hiciera esas cosas, que se estaba comportando como una fulana y se fue sin decir adiós siquiera, ella se reía a carcajadas.
-“¿Pero vamos a salir algún día o qué?, soso. Que eres un sosoooo” , gritaba ella.
Nunca amasó el pan con tanta rabia como esa noche, se tranquilizó cuando los bollos estaban en el horno y pudo encenderse un cigarrillo. Esa chica lo sacaba de quicio, ¿qué pretendía con ese comportamiento?, pero junto a ella descubrió que existían muchas más cosas interesantes en el mundo que lo que había conocido antes de que apareciera. No se parecía en nada al resto de las chicas del pueblo, se comportaba de manera diferente, a menudo vestía pantalones, hacía ejercicio y se negaba a asistir a misa los domingos y fiestas de guardar. Pero a pesar de eso a él lo atraía, era irresistible, adictiva.
Mientras estaba fumando salió a la calle para tomar el fresco, su hogar estaba a pocos metros del trabajo y Tomás le dijo a sus compañeros que se le había descompuesto el vientre, que necesitaba ir al retrete, sus compañeros lo animaron a que se ausentara. En realidad lo que quería era retomar la conversación con Elisa y cerrar con ella una cita para el domingo próximo.
Cuando empezó a caminar, vio a lo lejos salir a un hombre de la casa. No pudo reconocerlo y por mucho que se apresuró, no le dio alcance y le perdió la pista. El portón estaba cerrado con llave, entró y corrió hacia la sala de Elisa, pero su puerta estaba también cerrada y aunque la aporreó con cuidado para no alertar al vecindario, nadie le abrió. Se dirigió hacia donde su familia, pero todo estaba en orden. Recorrió apresurado los pasillos y revisó todas las puertas, pero no había signos de que hubiera ocurrido nada raro.
Tomás regresó al trabajo dudando sobre si era verdad lo que había visto.
Ángela Ortiz Andrade

































El okupa de Cuelgamuros | Domingo, 23 de Septiembre de 2018 a las 13:53:57 horas
Ah, cuantos recuerdos. El relato me recuerda a mi amago de affaire con la bella Sarita, y el fatal desenlace que se pudo haber dado de no mediar mi querida "Collares", emnos mal que siempre estaba al acecho para evitar que me metiese en lios, de faldas y de otras cosas. Aprovecho para saludar a dos de mis más fieles fans, a ver cuando volveis a traerme flores por cierto. Y un besamanos para doña Angela. Un placer leerla, como siempre.
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