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Sábado, 01 de Septiembre de 2018

Carlos Roque Sánchez

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DE CABRA, EGABRENSE

 

 

 

 


Perdone si le retrotraigo unos años, ahora se han cumplido cuarenta y cuatro, pero es que esta historia ya es antañona pues empieza nada menos que en 1974, en los estertores de lo que se dio en llamar el tardofranquismo. Y tuvo lugar en las Cortes franquistas durante una sesión en la que se discutía sobre ciertos planes de educación y en la que hubo un rifirrafe verbal, a especie de esgrima dialéctica, de lo más divertida e instructiva por cierto, acerca de la conveniencia docente del latín. Le sitúo en clave de citas.


“La sonrisa del régimen”. Así era conocido el inefable político cordobés José Solís Ruiz (1913-1990), que llegó a ocupar importantes cargos durante la dictadura de Francisco Franco, entre ellos el de Procurador en Cortes. Y como tal fue el encargado de defender una Ley del Deporte para su promoción y fomento, basada en aumentar el número de horas semanales dedicadas a él en el Bachillerato.


Una idea de lo más loable y a la que no se le puede poner una sola pega, si no fuera porque lo quería hacer en detrimento del latín que, a su buen entender y saber era, por clásica, poco menos que una lengua muerta como el griego. Vamos que según este poderoso y casi permanente ministro, todo un gerifalte de la política del momento, el latín no servía para nada, había que acabar con él y enterrarlo y así lo proclamaba desde la bancada azul.
Mas por suerte en el hemiciclo no todos pensaban igual, ni dormitaban el entonado discurso educativo, y uno de ellos era el filósofo y político vallisoletano Adolfo Muñoz Alonso (1915-1974), un cerebro del Régimen por aquel entonces rector de la Universidad Complutense de Madrid y Procurador en Cortes, que a diferencia del ministro tenía fama de ser algo antipático.


“Más deporte y menos latín”. Resulta que en la defensa retórica de su proyecto para ampliar las horas lectivas dedicadas al deporte, en detrimento de otras materias mucho menos ‘saludables’ como el latín, el griego y la literatura, el ministro utilizaba la totalitaria frase de la cita del subtítulo.


Un latiguillo a modo de consigna bien aprendida que el cordobés de Cabra intercalaba una y otra vez en su vehemente discurso y que sin embargo no impedía que fuera perdiendo el debate. De ahí que en un momento del mismo que consideró oportuno pretendiera rematarlo con un: “Porque, ¿para qué sirve hoy el latín?”. Una pregunta retórica, claro.


O eso pensaba él cuando la espetó, porque lo cierto es que produjo todo un efecto perverso, dada la réplica que le dio el vallisoletano de Peñafiel. Y es que el espeto tuvo una pronta respuesta en forma de educada rechifla peñafielense, en la que apelaba con inteligencia, rapidez mental y frialdad al gentilicio del ministro. Cuentan que desde su escaño en la grada y muy tranquilo, el profesor le respondió un vibórico: “Deje el señor ministro en paz al latín, que gracias a él, ustedes, los de Cabra, se llaman egabrenses”. O algo así.


Sin duda una reflexiva cuestión de gentilicio, que bien vista es de agradecer, aunque se sea un ignaro en esos menesteres. Comprenderán que no añada una palabra más, con pocas bastan. De Cabra, egabrense, ministra Calvo.


“Alea jacta est”. Más arriba les decía que por suerte, sin embargo y como demostraron los hechos posteriores, a pesar de la ocurrente e ingeniosa respuesta del profesor, por desgracia, ganó el señor ministro. Vaya por Dios.
Si bien no es menos cierto que, por fortuna, se acabó el régimen franquista muy poco tiempo después, con lo que el ministro egabrense no pudo rematar su empeño de enterrar el latín, así que vaya lo uno por lo otro. No obstante la injerencia del egabrense en la enseñanza reglada del latín, fue sin duda su más enconado enemigo, tuvo su momio y su trascendencia, pues otros como él vinieron detrás.


Entre ellos una ministra de la cosa esta de la Educación, una tal Cabrera que, como el comandante de la copla, mandó parar y con un hasta aquí hemos llegado. Latín y Griego son lenguas muertas y hay que enterrarlas. Fíjese cómo es la vida con las coincidencias. Es probable que Cabrera y Cabra tengan mucho que ver y puedan compartir gentilicio, aunque no sea el mismo que el de los egabrenses de Cabra (Córdoba) de nuestra ‘Opinión’.

 

Pero esa es otra historia que deberá ser contada en otra ocasión. La suerte está echada.


CONTACTO: [email protected]
FUENTE: Enroque de ciencia

 

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  • Profesor Ludwing von Pato

    Profesor Ludwing von Pato | Martes, 04 de Septiembre de 2018 a las 19:33:42 horas

    Muy ilustrativo eso de "la sonrisa del regimen", para referirse a un tipo que ostentó diversos cargos en la "democracia organica" de Francisco Franco, entre ellos la de Procurador en Cortes. Lastima que se haya olvidado de mencionar si tal "risueño" señor fué designado, digitalmente, y escogido pata tal cargo por su jerarquia militar, eclesiastica o administrativa, como era habitual. Por cierto, como anecdota cabe recordar a un general nazi, condenado por crimenes de guerra, Albert Kesselring, apodado "el sonriente".

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