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Sábado, 30 de Junio de 2018

HIstorias populares de la villa de Rota, por Prudente Arjona

En esta sección se ofrecerán fragmentos del libro escrito por el roteño Prudente Arjona, titulado "Historias populares de la villa de Rota", que como su propio nombre indica, refleja buena parte de la historia local.  Aunque el libro está a la venta en papelerías del municipio, el afán del autor nunca fue lucrarse con ello, por eso, permite a Rotaaldia.com compartir algunos de sus capítulos para que el gran público tenga conocimientos de una parte pasada de la villa.

 

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MERCADO CENTRAL DE ABASTOS

 

 

 


Antes de dejar las calles Pasadilla y Almenas, debemos detenernos en la actual Plaza de Abastos, construida en 1929 siendo alcalde don Zoilo Ruiz-Mateos Camacho. En dicho lugar estuvo ubicada la ermita de la Veracruz, donde recibían culto el Cristo Crucificado y Nuestro Padre Jesús Nazareno, recientemente nombrado Señor de Rota. Esta ermita había sido construida en la primera mitad del siglo XVI y cedida posteriormente por la hermandad de la Veracruz a la congregación de Padres  Mercedarios, quedando más tarde incluida como parte del patrimonio que supuso la compleja edificación del Convento de la Merced.


Dicho convento, del que sólo nos queda como vestigio la torre de la Merced, ocupaba parcialmente parte de la actual plaza del mismo nombre, los solares de la casa del convento que hacía esquina con la calle Álvaro Méndez y otras varias fincas cedidas generosamente a la orden por el industrial señor Lynch y por el capitán Álvaro Méndez Pinto, gran protector de los religiosos. La construcción del Convento fue autorizada, aunque no  costeada, por los duques de Arcos, duró casi veinte años, permaneciendo operativo durante doscientos más, hasta la desamortización de Mendizábal.


Sin entrar en estos momentos en el análisis del destino corrido por los bienes patrimoniales del convento, mencionaremos que el espacio que ocupaba su solar fue utilizado como bodega, como la de don Eleuterio Ruiz-Mateos Rodicio, o la posada y mesón, en 1887. También estuvo allí el primer reñidero que hubo en la localidad, celebrándose peleas de gallos, propiedad de don Isidoro Ruiz-Mateos Rodicio.


Mucho más tarde estos espacios fueron utilizados como Fábrica de Gaseosa y Aguas de Seltz propiedad de don José Buada, con entrada por la calle Veracruz. Desde  1915  hasta 1920 se instaló en esta calle el Casino Roteño, y por aquellas mismas fechas un señor apellidado Saavedra abrió el primer cine público que hubo en la localidad, que tenía su entrada a través de la torre de la Merced. Curiosamente, en el mismo lugar don Ricardo Almisas Chirado, conocido por Cachicho, que tenía por aquel entonces un negocio para la venta de carbón al por mayor, reutilizó dicha finca para instalar en ella el teatro Pérez Galdós, cuyo recinto fue remodelado tras ser adquirido en los años sesenta por don José Resinas para convertirse en el Cine Victoria, que terminó siendo vendido al Ayuntamiento en el año 2000 para la construcción de la actual plaza de la Merced.


Durante la proyección de aquellas películas mudas o los primeros dibujos animados, llamados popularmente muñequitos de tinta, un familiar del señor Almisas tocaba un viejo piano como ambientación.


De la historia del Convento podríamos contar mil y una anécdotas acontecidas a lo largo de los doscientos años de su existencia. No obstante, dejamos esta labor a los historiadores locales, por lo que sólo diremos que cubrió un servicio religioso y social del que carecía la población en aquella época, entre otros: educación para la juventud, la necesidad espiritual en cuanto a la carencia de predicación, la falta de asistencia a los moribundos y la falta  de celebración de misas por las mañanas para las personas pobres que tenían que marchar al campo sin oírla. De todo ello da cuenta don Antonio García de Quirós Milán en sus libros Semblanzas Roteñas y Historia de la Ermita y Cofradía de la Vera Cruz,  y muy especialmente en este último.


Otro de los cometidos de los Padres Mercedarios fue el de la enseñanza, muy deficitaria en aquellas fechas, cumpliéndose paralelamente una de las pretensiones de la Orden, como era la de captar nueva savia entre los jóvenes de la localidad, propiciando que muchos niños encontraran su futuro haciéndose frailes.


Ni que decir tiene que el clero estaba en aquellos tiempos muy bien reconocido, y que ante la necesidad latente en que se vivía, la dedicación a la Iglesia suponía para las familias una forma de asegurarse el futuro y adquirir una cultura que de otra manera era imposible que pudiesen ofrecer a sus hijos, mientras que el interfecto se aseguraba un plato de comida caliente, además de un reconocido prestigio en la sociedad del momento, en que la mayoría de las personas no sabían leer ni escribir, y cuya reputación les permitía tener acceso a las diferentes jerarquías sociales, tanto eclesiásticas como políticas e, incluso hasta la realeza, si llegaba el caso.


Me atrevería a opinar que el pueblo de Rota experimentó un gran cambio a partir de la instalación de los Padres Mercedarios en la localidad, pues aparte de cubrir todas esas lagunas que hemos anteriormente mencionado, los roteños encontraron en el convento un importante apoyo espiritual. Esto ha quedado reflejado en los varios protocolos de la Hermandad de las Ánimas del Purgatorio, donde aparecen los nombres de muchísimos parroquianos que pedían a la congregación la celebración de misas y oficios religiosos por el eterno descanso de sus almas una vez fallecidos, así como de las viudas y viudos por el alma de sus consortes difuntos.
Claro queda que estas misas, unas cantadas y otras rezadas, se formalizaban a través de contratos firmados por los escribanos correspondientes, previo compromiso de pago de rentas anuales o por tiempo indefinido, en la mayoría de los casos contra los bienes patrimoniales de los interfectos, o bien donando directamente propiedades.


Como muestra  he aquí el  extracto de una de las infinitas escrituras recogidas en el Protocolo del Convento, datada ésta en el año 1710: Francisca Romero, viuda de Pedro Márquez, hizo donación al convento de Mercedarios de esta villa de dos aranzadas de tierra en el pago del Guijo, linde por una parte con el arroyo de Helices, y por la otra con tierras que el dicho convento tenía en el citado pago, con el cargo de cien misas rezadas por su intención que se dijesen por una vez, como más largamente constaba de la escritura de donación que se otorgó el 7 de noviembre ante Diego Antonio de Castro, escribano público y del cabildo de esta villa.   

 

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