Historias populares de la villa de Rota, por Prudente Arjona
En esta sección se ofrecerán fragmentos del libro escrito por el roteño Prudente Arjona, titulado "Historias populares de la villa de Rota", que como su propio nombre indica, refleja buena parte de la historia local. Aunque el libro está a la venta en papelerías del municipio, el afán del autor nunca fue lucrarse con ello, por eso, permite a Rotaaldia.com compartir algunos de sus capítulos para que el gran público tenga conocimientos de una parte pasada de la villa.
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EXTRAMUROS Y ARRABALES
Era sábado por la mañana y el sol pegaba sobre la fachada este de la Puerta de Regla, marcando sobre los adoquines de la calle Higuereta la sombra estilizada de los pilares a manera de almenas que coronan el arco ojival de la histórica puerta de la Santa Cruz, de la Carne, de Sanlúcar, Arco de Regla y que sé yo cuantas veces rebautizada... Soñoliento aún el pub Los Arcos, antes Bar Eugenio, comencé a pensar lo que fue aquel espléndido negocio que atraía y concentraba a marineros, guiris, taxistas, cabareteras, camareros y todo tipo de personas, donde también podías cambiar dólares por pesetas y viceversa en cualquier momento, puesto que el Bar Eugenio se encontraba abierto casi las veinticuatro horas del día. Pienso que no puedo pasar de largo sin hablar del dueño del local, Eugenio Sánchez, hombre singular y polifacético, que además de su negocio, fue empresario taurino, junto a su socio, Felipe Benítez Ruiz-Mateos, de una plaza de toros portátil, aunque con la mala suerte de que era raro que no lloviera cuando organizaban algún tipo de espectáculo. Al mismo tiempo desempeñó la labor de apoderado de uno de los pocos toreros que ha dado la Villa, aunque la fortuna no le acompañó en su carrera, ya que fue corneado peligrosamente en la Maestranza de Sevilla, terminando de subalterno, pero eso sí, Alonso Morillo acabó su carrera taurina siendo un extraordinario banderillero.
Pero Eugenio tenía además otras aficiones y negocios, como la cría y exportación de gallos de pelea, de cuyas experiencias y aventuras vividas en la América Latina quedé abstraído por su narrativa amena y enriquecedora, contándome, mientras nos hallábamos bajo los toldos de la playa, con todo lujo de detalles sus hazañas, en las que no faltaron huidas por la puerta falsa, persecuciones, amenazas, robos, gansterismo y tiros de verdad, de los que salvó el pellejo en más de una ocasión gracias a sus dotes de negociador, así como a su hábil y convincente verborrea.
En el tiempo que Eugenio Sánchez representaba a Alonso Morillo iban a lomos de un enorme coche Dodge Dart que les servía para desplazarse en las corridas de ciudad en ciudad, cuyo conductor era ni más ni menos que Rafael Moreno, Cantiflas, por lo que pienso no hará falta contar más sobre el desarrollo de aquellos viajes, ni las anécdotas y el desmesurado cachondeo que acompañaba a aquellos desplazamientos, ya que la aparente seriedad de Eugenio escondía una picaresca fina y una soslayada ironía, en la que entraba en juego la simpatía y espontaneidad de un Cantiflas imprevisible, capaz de envolver con su cante, su baile y su humor al más pintao.
Pero si se puede hablar de Eugenio como un ser singular, también hay que hacerlo con letras mayúsculas de Rafael Moreno, Cantinflas, del que tengo que decir que es un personaje entrañable, humano y cariñoso como el que más. Podríamos llevarnos días enteros comentando sus anécdotas, historias, aventuras y desventuras, que de todo ha vivido, pues Rafael ha sido camionero en Argelia, ha recorrido de punta a punta el país a bordo de camiones con mineral de sílice para la fabricación de vidrio, ha pertenecido a grupos flamencos, como palmero, bailarín, cantaor, humorista, etc., llevando su particular arte y su incomparable humor por toda Europa, África y Suramérica, lo que me hace recordar una entrevista que le hice para la televisión local, junto al mejor de los guitarristas que han nacido en esta Villa, como fue Pepe Marcos. Ambos hicieron juntos infinidad de giras artísticas, en las que lo pasaron pipa, ganando dinero en ocasiones, y en otras, manteniendo sus estómagos tan vacíos como sus carteras, pero disfrutaron del arte, de la libertad y el goce de hacer lo que les gustaba.
Rota, que es una tierra de artistas en el más amplio sentido de la palabra, ha contado siempre con personajes extraordinarios que han derrochado arte y profesionalidad por donde han pisado, tanto en el flamenco como en la pintura, en los medios de comunicación, en el diseño, en las letras, etc., y, como no, en el teatro. En este sentido quiero referirme ahora a Jesús Jiménez Guerra, el Calvo, y David Arjona Lobato, hermano mío, que aunque contemporáneos, ya que vivieron sus hazañas y aventuras en los años 70, recorrieron como actuantes del Grupo de Teatro La Cuadra, de Sevilla, casi todos los países europeos y sudamericanos, incluyendo a Cuba. Quejío, Los Palos, Nanas de Espina, Herramientas o Andalucía Amarga, fueron algunas de las obras que ofrecieron en sus giras. Las experiencias amalgamadas en el mundo de la farándula junto a Salvador Távora, director del grupo escénico, son inolvidables, y ambos están de acuerdo en que han quedado marcados para siempre, lo que les ha llevado a plantearse la vida con una filosofía nueva y distinta de la que hasta ese momento interpretaban.
No sé si a ustedes les ocurre lo mismo, pero para mí esas vivencias son apasionantes, pues las aventuras y desventuras de estos personajes denotan una carga exultante de inquietud, de gente que busca la libertad sin importar el precio y a cambio de cualquier sacrificio…
Es asombrosamente alentador, como ejemplo para los jóvenes, que gente sencilla y humilde empeñe una vida estable para pasar al riesgo, a la aventura y a lo imprevisible por el solo motivo de encontrarse con ellos mismos y descubrir lo que son capaces de hacer, de dar de sí sus cerebros, de estirar y poner a prueba su resistencia física, intelectual y espiritual, desarrollando una vida de bohemios y trotamundos, intentando investigar a través de multitud de pruebas su resistencia a la adversidad, su dureza ante el hambre a veces, el padecimiento de la nostalgia en la distancia y sin dinero en ocasiones, el autocontrol ante la desesperación frente a la incomprensión de idiomas extraños, costumbres impensables y culturas inimaginables. Y hablando de artista, no puedo pasar por alto la faceta de mi hermano David como escultor. Para los que lo desconozcan, pueden visitar en la Iglesia del Carmen al Santísimo Cristo del Molino, instalado en el Altar mayor, que fue donado por él a la parroquia.












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