Carlos Roque Sánchez
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HABLEMOS DEL AMOR. SAN VALENTÍN
Sin duda alguna San Valentín es el santo que pone nombre al amor y aunque sea a toro pasado, no me resisto a escribir algo sobre él y su día, el pasado 14 de febrero. Un santo cuya identidad permanece en lo más oscuro de la historia y mucho me temo que nunca saldrá de ahí. Me explico.
Leyenda de San Valentín. Resulta que desde el punto de vista eclesiástico y hasta el mismo Concilio Vaticano II de 1969, la Iglesia Católica reconocía nada menos que once días de San Valentín en el santoral y para más ‘inri’, el 14 de febrero, lo celebraban al menos tres nombres. O sea.
De ahí que en mi opinión, el San Valentín que ha llegado hasta nosotros, y en cuyo nombre enamorados del mundo entero intercambian millones de regalos, en realidad nunca existió y no es más que un personaje fruto de la unión de otros. Un santo sin existencia y sin identidad personal del que sin embargo, celebramos su onomástica. Estarán en que es toda una paradoja. O sea que.
Dicho esto con la mayor de las reservas aunque con fundamento, pues fue el propio Papa Gelasio en el siglo V quien, al cristianizar ese día, explicaba que se trataba de uno de esos santos “cuyos nombres son venerados por los hombres, pero cuyos actos sólo Dios los conoce”. Vamos que estamos ante una leyenda. O sea que sí.
Bueno, en puridad leyendas pues son varias las que han circulado alrededor del personaje, si bien sobre todas destaca una. Según esta versión Valentín fue un sacerdote cristiano que en el 270 fue detenido y torturado hasta morir, por orden del emperador romano Claudio II. Eran unos tiempos en los que los cristianos sufrían persecución en Roma y los soldados tenían una prohibición taxativa: la de no poderse casar, una orden que bajo ningún concepto podían desobedecer. La razón, por mera operatividad, resultaba hasta lógica. Con buen criterio los mandos militares pensaban que si permanecían solteros, los soldados combatirían con más fragor en el campo de batalla que si estaban casados, una lógica incuestionable. Como casados la vinculación sentimental y emocional con sus familias les haría ser más prudentes a la hora de combatir, lo que disminuiría su rendimiento bélico. Así que ningún sacerdote romano estaba autorizado para casarlos.
Y aquí es donde aparece la figura de Valentín, que decide casarlos bajo el ritual cristiano, claro, y de forma reservada y secreta, faltaba más. Pero humanos somos, y pronto fue un secreto a voces que circuló de boca en boca por la ciudad, dándole cierta popularidad al sacerdote casamentero. Al menos la suficiente como para que el propio emperador le mandara llamar a su presencia y tras oírle, ordenar que le detuvieran para ser juzgado. Era el principio del fin. De su fin como hombre.
Un milagro por amor. La leyenda continúa con la aparición de Asterius, el funcionario encargado de condenarle, quien no dudó en burlarse de él y de la religión cristiana poniéndoles a prueba. Ni más menos le preguntó si sería capaz de devolver la vista a una de sus hijas que era ciega de nacimiento. Un reto inadmisible pero que, sorprendentemente, el sacerdote no solo aceptó sino que, en nombre del Señor, obró el milagro y la ciega volvió a ver. Ni que decirles tengo que el tal Asterius y toda su familia se convirtieron ‘ipso facto’ al cristianismo pero que, como ya saben, a pesar de su arrepentimiento no pudo librarle de su ejecución, que tuvo lugar el 14 de febrero. Sin embargo, antes de que ésta tuviera lugar, sucedió algo que nos interesa mucho para esta historia, pues sigue contando la leyenda que mientras estuvo encarcelado, su guardián le pidió que diera clases a su joven hija Julia. Una docencia a la que nuestro sacerdote, de buen corazón, accedió.
Un amor por milagro. Y pasó lo que suele pasar en estos casos, entre lección y lección el maestro se enamoró de la pupila. Sabido es que el roce da el cariño y que estas cosas pasan. Por cierto que la historia no dice si se trató de un amor correspondido, lo que sí cuenta es que la víspera de su ejecución, el enamorado envió una sentida y enamorada nota de despedida a su amor, que acababa con las palabras “de tu Valentín”. Y ahí está el origen de las cartas y misivas de amor, poemas y tarjetas postales que se envían los enamorados en la actualidad.
Por supuesto que los que les cuento, es una historia transmitida oralmente y de la que no hay ningún testimonio escrito. Es decir, que probablemente tenga poco o nada de cierta, lo que si se piensa tampoco hace al caso, total, "Se non e vero, e ben trovato".
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FUENTE: Enroque de ciencia












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