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Sábado, 24 de Junio de 2017

Carlos Roque Sánchez

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ACERCA DE EXÁMENES  CHULETAS

 

 

 


En estos días se volverá a escribir sobre los exámenes de Selectividad (ya, ya sé que no se llaman así, pero qué quieren lo mío es una edad), sobre las notas y se entrevistará a los escolandos de turno que en este curso hayan sacado las mejores notas de la provincia, para saber entre otras cosas, cómo ven ellos dichas pruebas y qué objeciones les ponen. En fin lo que se dice un clásico del periodismo de pre verano.


Y entre las quejas que sobre esta prueba suelen aparecer las explícitas de siempre, aquellas de las que casi todos hablan. Que si lo intensa que es, pues concentra muchos exámenes en pocos días. Que si los nervios que genera pues, por unas décimas, se puede desvanecer un sueño universitario. Que si...


Que sí, que de acuerdo. Salta a la vista. Sin embargo esta prueba, la llamen como la llamen, tiene también otras características de las que casi nadie habla y que en mi opinión pasan desapercibidas a pesar de constituir lo mollar de la misma. Su esencia intramuros por así decirlo. Por no cansarles les desarrollo aquí y ahora tan solo un par de ellas.


Una. La escasa queja que años tras año muestra el alumnado, acerca de la dificultad que estos exámenes tienen “per se”. Estoy tirando de memoria, perdonen si ésta me falla, pero no recuerdo haber leído nunca una protesta estudiantil generalizada que estuviera basada en el excesivo grado de exigencia cognitivo de alguno de estos exámenes. En “lo difícil que había sido”. No, nunca.


Otra. El sorprendente hecho de que casi siempre cae de lo mismo en la gran mayoría de ellos. Como lo leen. Sin importar la asignatura que sea, la mayoría de los alumnos reconocen que tenían preparadas las preguntas que les ha caído, como unas de las que podían caer.


Y es que esta circunstancia no escapa a los profesores de secundaria y la aprovechan cuando imparten sus asignaturas, compaginando de forma magistral, aprendizaje (conocimientos) y rentabilidad (resultados). Un equilibrio que, por supuesto, se refleja en las notas finales. En el alto número de alumnos que superan la prueba.
Creo que pocos exámenes alcanzan unos resultados académicos tan positivos, al menos en lo que se refiere a notas ¿No les llama la atención que los alumnos no se quejen de la dificultad de un examen tan decisivo para sus vidas, a la vez que admiten que sabían lo que les podía caer?


Mientras escribía lo anterior, y pensaba en posibles respuestas, he recordado esa leyenda universitaria que habla de un economista en ejercicio que fue a visitar a la universidad a un antiguo profesor. De charla en su despacho, observó un papel encima de la mesa que le resultó familiar. Era un examen.


- Pero profesor, ¡si es el mismo examen que me puso hace ya años!
- Sí. Sólo tengo cinco exámenes distintos y los voy rotando.
- ¿Y no teme que lo descubran?
- Podría ser. Pero a pesar de que las preguntas son siempre las mismas, las respuestas, sin embargo, son diferentes cada año.


Si lo piensa, la del examen, es una anécdota de lo más reveladora. Y ya que hablamos de exámenes, pero ahora en relación con las respuestas, he aquí una muestra de las muchas que me han enviado algunos profesores. Constituyen una especie de regalía humor-constructivista y las hay de naturaleza diversa.
Unas son cortantes. P: ¿Conoce algún vegetal sin flores? R: Conozco. P: Comente algo del dos de mayo. R: ¿De qué año? P: Afluentes del Duero por la derecha. R: Los mismos que por la izquierda. (Y es que los profesores tienen una forma de preguntar, que ya pueden).


Otras son creativas, aunque incorrectas. P: Traduzca “Cogito, ergo sum”. R: “Le cogí lo suyo”, por la cartesiana “Pienso, luego existo”. P: Traduzca “Ave Caesar morituri te salutam”. R: “Las aves de Cesar murieron por falta de salud”, por el lapidario “Ave Cesar los que van a morir te saludan”. P: Traduzca “Mater tua mala burra est” R: “Tu madre come manzanas podridas”, sorprendentemente correcta. (Si por algo los llaman latinajos).


También las hay científicas. P: La sal común. R: Tiene un curioso sabor salado. P: Palabra derivada de luz. R: Bombilla. (Ummmm, nunca se me habrían ocurrido). P: El voltio. R: Fue inventado por Voltaire. P: ¿Quién inventó el pararrayos? R: Frankenstein. (¿Letras y Ciencias juntas, Humanidades al fin? P: Trabajo y energía. R: Trabajo es si cogemos una silla y la ponemos en otro sitio y energía cuando la silla se levanta sola. (Supongo que fuerza es cuando se rompe la silla).


Sin olvidar las “artísticas”. P: El arte griego. R: Hacían botijos. (Siglos de arte resumidos, con perdón, en una puta frase. P: Un cuadro de Velázquez. R: Las Mellizas. (¿Pero no eran Las Mininas?) P: La catedral de Burgos. R: Fue construida por los romanos gracias a un arquitecto americano. (¡Claro! Así, sí)


 Seguro que los estudiantes entrevistados no son los autores de ninguna de estas respuestas, como tampoco, convencido estoy, han fabricado y utilizado chuleta alguna. Aunque nadie está a salvo de determinados momentos de debilidad chuletera. Nadie.


Me sé yo de uno que en cierta asignatura del departamento de Química Técnica estuvo tentado, muy tentado. De hecho solo un acto de remordimiento de conciencia a tiempo y, sobre todo, el temor a que le pillaran, impidió su utilización. Pero estuvo así, así.


Lo que no les voy a decir es el tipo de chuleta pensaba emplear, aunque sí les adelanto que era de las mejores. Ya saben que las hay de muy variados funcionamientos y sustentadas en muy diversos objetos: zapato, imán de nevera, reloj, boli "BIC", kleenex, silla, jersey, ventana, cambiazo, falda, hilo, mesa, estuche, reloj, gomilla, plancha, techo, y así, ‘ad infinitum’.


Con respecto a su funcionamiento, sé de una.... Bueno, pensándolo bien, mejor lo dejo aquí, por aquello de no dar ideas.


CONTACTO: [email protected]
FUENTE: Enroque de ciencia

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