Gabriel Oliva Navas
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PERDIENDO LA PERSPECTIVA
Hoy iba a continuar el artículo anterior sobre rendimiento y nutrición. La verdad es que no me apetece un carajo. Y no porque el tema no sea apasionante, que lo es. Sino por cuestiones bien diferentes. Los que tenemos la suerte o responsabilidad -y por tanto, no tanta suerte- de transmitir cualquier conocimiento en el nivel que sea – no hace falta sacarse una cátedra para ejercer influencia en un colectivo-, nos encontramos con situaciones indeseadas que sacuden nuestra conciencia, relativizando nuestros míseros problemas hasta bajarnos de la nube hipócrita de esa frágil felicidad que aparentamos tener. Y es que perdemos la perspectiva con la puñetera rutina del día a día y de la codiciosa inercia de tirar los días para llegar al refugio del dulce hogar: fortín inexpugnable de nuestros miedos.
Así que, los días de mi semana, van cabalgando entre clases y clases, entre entrenos y entrenos: en ocasiones con charlatanería vacía y otras muchas -o eso pienso para lavar mi conciencia- con escuchas empáticas. Me dedico a dar clases de natación, entrenamientos personales y otras actividades deportivas y de ocio, desde hace ya bastante tiempo. Adoro mi trabajo, siempre seguí la máxima aquella de: encuentra un trabajo que te guste y jamás volverás a trabajar en tu vida.
Un martes cualquiera, sentado en una silla de plástico, al borde de la piscina, descansaba después de una de mis clases de Aquarunning. Esas clases provocan un efecto vigoroso y estimulante al que las imparte; al tener soporte musical te hacen sentir, por momentos, protagonista de un concierto; tú, evidentemente, eres la estrella y los alumnos el público, cuando realmente debería ser al contrario -pero ya sabéis, a veces nos gustan darnos baños de cutre narcisismo reflejo de incipientes delirios de grandezas del que quiso ser mucho y se quedó en menos-. A todos nos pasa. Yo, aún sigo luchando para invertir esta relación. A veces, me sale.
En esas, se me acerca Regla, una entrañable mujer de ochenta y muchos años con pelo cano, estatura baja con camino lento e irregular; sin embargo, con paso tan firme como temerario. No obstante, su paseíllo hacia mí por la orilla del vaso de la piscina, eclipsa todas sus heridas de guerras de vida dura que dejan al descubierto su bañador de un gastado azul oscuro. Y es que lo hace bailando, sin música, sonriendo, sin nada por lo que reír, y saludando, sin nadie a quien saludar.
Como de costumbre se quita, con parsimonia, su reloj de correa metálica y lo deposita junto a un pequeño monedero en la mesa del socorrista, que en esa ocasión presido: -Aquí te lo dejo hijo, y méteme esto que tú eres el único que me lo metes bien-. Por muchas veces que me dice la misma frase, no puedo evitar esbozar una sonrisa. Cojo los tapones de cera a medida, uno rojo y otro azul, y se los coloco tirando del lóbulo con cierto cuidado en sus oídos. -El rojo en la izquierda, hijo- me dice. Lo sé de sobra, pero muestro cierto interés en sus explicaciones, creo que eso le hace sentir escuchada. La mayoría de las veces dejo que se vaya por su palote amarillo y sus dos pulls para que entre en el agua. Cuando llevas muchas clases, apetece el silencio. Sin embargo, ese día le pregunté:
-¿Qué tal hoy, Regla?
-Pues regular, hijo, apenas he dormido.
-¿Y eso?
-“Me” se olvidó tomar la pastilla de dormir.
-Vaya, algún ansiolítico, supongo, ¿no?
-No sé, pero se llama algo de zepan… Y por no molestar a mi hija tan tarde aguanté. Pero como llevo más de veintitrés años tomándola me puse muy mala y empecé a temblar. Creía que iba a morirme. Llamé a la ambulancia porque no aguantaba más y no me podía levantar de la cama. Al final mi hija bajó y me las trajo y alcancé dormir unas horas… ¡Qué mal lo pasé chiquillo!
- Y, ¿por qué las tomas Regla? ¿No puedes dormir?
- Tengo muchos dolores, tengo una prótesis en la cadera, la rodilla es de metal y tengo soldada la espalda, además tengo porosis- -¿Osteoporosis? Le interrumpo. –Eso…o artrosis, o las dos cosas, no sé. Además, desde que falleció mi hijo con diecinueve años no consigo dormir…-
La conversación prosiguió durante diez minutos más. Todo lo que relataba no eran más que patadas en las entrañas de mi vida de niño pijo, mimado, y con la seguridad adquirida de quien ha sido cobijado por una familia bien. Claro que tengo mis problemas, pero, cuando escuchas los de verdad, relativizas. Nada comparable.
Esta vez, tenía más ganas que nunca de que se fuera al agua para poder digerir todo lo que me había contado. Así lo hizo: - En que calle me pongo, hijo, que no quiero molestar a los demás-. ¡¿Molestar a los demás?! Pensé cargado de ira. – Tú aquí no molestas, Regla, al revés. Ponte donde quieras, que ya organizo la calle- Se introdujo en la cuatro y se hizo sus largos.
Entonces, te das cuenta que tu profesión es algo más que soltar paridas y paradigmas inútiles que qué coño tienen que ver con tus alumnos. Perdemos infinidad de tiempo en preparar cuestiones técnicas, programaciones, estructuras y formaciones. Y apenas dedicamos segundos a aprender a escuchar, empatizar y mejorar mínimamente el día de los que acuden a cualquier centro deportivo. Únicamente nos preocupa que la clase nos quede redonda y perfecta, que el grupo esté bien organizado y disciplinado, y que atiendan nuestras órdenes de generalito de tres al cuarto.
Que sirva mi artículo como reflexión para pedir perdón por las numerosas clases que hemos soltado pensando que tenemos en frente seres abstractos receptores con la única obligación de escuchar y no ser escuchados. Y aunque el silencio es necesario según qué momentos, una sola mirada o una sola pregunta provocarán, a menudo, un efecto mayor en el proceso de enseñanza/aprendizaje que cualquier corrección técnica superflua.
Ese es el arte que difiere al buen del mal entrenador: el que es capaz de encontrar el momento justo para hacer la pregunta y la mirada precisas.
Supongo, que se me pasará…












Mari Carmen | Sábado, 11 de Febrero de 2017 a las 20:20:18 horas
Esos sentimientos lo has tenidos porque eres humano y te gusta ayudar a las personas. te digo una cosa _ si importante es hablar más importante es escuchar_ no cambies nunca sigue así un saludo
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