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Lunes, 10 de Octubre de 2016

Carlos Roque Sánchez

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PREMIO NOBEL DE LA PAZ

 

 

 


No es de lo que quería y tocaba escribir en esta segunda entrega “octubrina”.
Pero estará conmigo que hay veces en las que la actualidad, casi te da hecha la columna de la semana. Como es el caso, en el que por el título ya se puede imaginar de lo que va.


El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, ha sido galardonado con el Premio Nobel de la Paz 2016, “por sus grandes esfuerzos para finalizar la guerra civil de más de cincuenta (50) años en Colombia”.
Lo que dicho así, de entrada, suena bien pero claro, aunque bien suene, si uno se fija bien en la noticia, hay un par de detalles que llaman la atención. La llaman y a mí al menos me chirrían.


Uno es el hecho de que haya llegado tan sólo cinco (5) días después del plebiscito celebrado en el país, con el objetivo de aprobar ese acuerdo de paz con la insurgencia más antigua de América Latina.
Un acuerdo, les recuerdo, pergeñado entre el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que supuestamente pondría fin a una guerra en la que han podido perder la vida más de doscientos mil colombianos, mientras otros seis millones se han visto obligados a abandonar el país.
Lo dicho. Suena bien al principio y mientras se oye. Al menos lo que es la música.
Otra cosa es cuando uno se pone a escuchar la letra y llega hasta el final de la composición. Aquí el segundo detalle del que les avisaba y que resulta ser de lo más sorprendente y suspecto. Precaución.
De lo más sorprendente y suspecto, sí.


¿Pues no va el pueblo colombiano y de forma mayoritaria, un 50,2% de los votantes, rechaza los acuerdos impulsados por su presidente? ¿Pero bueno, cómo es posible? ¿Qué ha podido leer en dicha letra para rechazarlo?¿Y tras este resultado, aún así, le conceden el Nobel de la Paz al esforzado prócer? Caución.
Llámenme tiquismiquis si quieren, supongo que estarán en su derecho, pero tengo para mí que algo huele a podrido en la lejana Dinamarca.

 

En cualquier caso, este de Santos de 2016, no es el primer galardón pacífico y polémico propuesto por la academia sueca y que ha decepcionado a muchos. Cautela.
Sin ánimo de ser exhaustivo, ni intención de agotar el tema, me viene a la memoria el no menos polémico de siete años antes, el de 2009, concedido al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, coincidiendo con su primer año en la Casa Blanca.


Paradójicamente lo recibió por su “extraordinario esfuerzo en fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre pueblos” y en particular por su “visión de un mundo sin armas nucleares”.
Paradójico digo porque en ese mismo año el ejército estadounidense se reforzó en Afganistán; dos años después Obama ordenaba bombardear Libia para acabar con Gadafi y, en 2014, EEUU volvía a tener una potente presencia militar en Irak para combatir el yihadismo.


Bueno pues con todo ahí lo tienen. Nuestro hombre fue Premio Nobel de la Paz en 2009.
    

 

Y si va de polémica, cómo no citar al menos el de Wangari Maathai, activista política keniana de la etnia kĩkuyu y primera mujer africana en recibir el Premio Nobel de la Paz en 2004, por “su contribución al desarrollo sostenible, la democracia y la paz”.
Lo que está bien si no fuera porque a la vez, la señora defendía y apoyaba la práctica de la ablación femenina. Ya saben, la amputación del clítoris como ritual tradicional de la mujer en su paso de la niñez a la adultez. Un asunto para ella de lo más respetable al ser de naturaleza e índole cultural.
En fin. Cada uno y sus cadaunadas.


Bueno lo dejo aquí, que no les quiero agriar el día. Pero no porque falten nobles pacíficos y polémicos. ¿Sabían que Hitler, sí, don Adolf, fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 1939? No, no es un error tipográfico.


Para contacto personal: [email protected]
FUENTE: Enroque de ciencia

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