MINUTOS DE SILENCIO

Si el dolor colectivo, como sentimiento intenso de pena o tristeza,  se pudiese cuantificar, nos daríamos cuenta que va en proporción a la mayor cercanía de las noticias que lo provocan.

Siempre resulta doloroso un atentado terrorista, donde son asesinadas personas inocentes que estaban allí en el instante del ataque, pero, dependiendo de la situación geográfica, el dolor es más o menos fuerte. El sentimiento va perdiendo intensidad como las ondas que se forman en un estanque cuando lanzamos una piedra. El lugar del lanzamiento es el más perceptible, y las ondas que  va formando se van difuminando hasta llegar a desaparecer.
Guardamos un minuto de silencio por los atentados terroristas acaecidos en Europa. Sin embargo, si en Kabul mueren ochenta personas víctimas de un atentado, el hecho pasa casi desapercibido del dolor colectivo. Es noticia, pero no dedicamos un minuto de silencio a repudiar la masacre y a unirnos al dolor de los afganos.
Guardamos un minuto de silencio por las mujeres asesinadas por sus parejas en nuestro país. Condenamos la violencia de género e, incluso, dedicamos un día en el calendario a repudiarla. Cada día son asesinadas en el mundo miles de mujeres y, aunque semejantes actos merecen toda nuestra repulsa, no nos causa el mismo furor si la víctima es paisana nuestra o se trata de una mujer saudí. A veces, cubrimos nuestros ojos con el pañuelo de la hipocresía para “no herir los sentimientos de los verdugos si estos nos proporcionan trabajo”.  Me estoy acordando de Arabia Saudí al poner el entrecomillado anterior.

No es lo mismo el cadáver de una persona flotando en el Mediterráneo como consecuencia de un éxodo en busca de una vida mejor, que el dolor que sentimos cuando la noticia es la muerte en accidente de tráfico de cualquier compatriota.

No causa el mismo impacto en nosotros un accidente de tren en la India, donde suelen morir cientos de viajeros, que un choque de trenes en Italia, como ocurrió hace unos días.

Con las víctimas producidas en cualquier catástrofe natural ocurre otro tanto. No es lo mismo que mueran cientos de personas en un terremoto producido en Irán, que muera una docena de personas en circunstancias parecidas cerca de nuestro entorno.

Si el dolor se pudiese expresar en forma de un gráfico de líneas donde en el eje cartesiano vertical se marcase la distancia de las victimas a nuestro entorno, y en el eje horizontal la intensidad del dolor producido, el dibujo creado por las líneas al unir los resultados sería un tanto significativo.

Aristóteles afirmó que el hombre es un animal político, vive en la polis, en la comunidad, en torno a unos objetivos comunes. Este hecho genera una empatía hacía sus propios vecinos. Algo que no ocurre hacía los ciudadanos de otras polis, de otras ciudades.

Nuestra polis, como modelo de convivencia, se ha agrandado. Pero no lo suficiente para abarcar todo el orbe. Por eso seguimos distinguiendo entre el “ellos” y el “nosotros”. Lamentamos las víctimas de “ellos”, pero no las consideramos “nuestras” víctimas. Al menos, no del todo.
Salud.