Gabriel Oliva Navas
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OBESIDAD EMOCIONAL O CUANDO EL ENTRENAMIENTO Y LA DIETA YA NO TE AYUDAN (PARTE I)
Llegó el momento de ponerte a punto, de pasar la ITV y de esculpir tu cuerpo que a lo largo de tu hibernación particular te has encargado de oxidar y maltratar a base de suculentos placeres. Inevitablemente y sin previo aviso, se acerca el verano, el buen tiempo y el despojo de toneladas de ropa. Comienzas a deshacerte de ella como capas de cebolla y vas sacando del hueco más recóndito de tu ropero la amenazante colección estival. Entonces, es cuando te das cuenta que ese descarado espejo que cubre una de las paredes de tu apreciado dormitorio ha dejado de caerte bien, crees que te has introducido en aquella atracción de La Casa de los Espejos que tanta gracia te hacía en las ferias de tu pueblo (y que ahora no tiene ninguna) y que el reflejo que observas no tiene nada que ver con la idílica y maravillosa imagen mental que tenías de tu cuerpo: ¡Eso tiene que ser este puñetero espejo… nunca me ha favorecido! ¡A ver si cambiamos las dichosas luces! ¡Pues esto es lo que hay, a quien le guste bien y al que no, pues que no mire! (realmente el que miras eres tú y a quien no le gusta también eres tú). El final, como no podría ser de otra forma, es la inauguración del primer concurso de zapatazos contra espejos. Siempre ganan ellos, desiste.
No obstante eres consciente de que ese reflejo no es más que un brutal golpe de realidad, que sinceramente te esperabas, pero que estabas aparcando con la triste esperanza de que tendrías un invierno noruego. El problema no es lo que ves sino cómo lo interpretas, por qué te hace sentir mal esos kilos de más o por qué ese vientre que adopta una diabólica curva confirmando la teoría de la gravedad, martillea tu consciencia terriblemente.
Lejos de frivolizar con el tema, distinguiremos entre personas con obesidad o sobrepeso que pueda conllevar riesgos importantes para su salud, con personas que buscan la excelencia estética basada en un falso estereotipo impuesto por los medios de comunicación, publicidad y los desalmados cánones modernos.
Un poco de teoría. Una herramienta comúnmente utilizada es el Índice de Masa Corporal (IMC) que no es otra cosa que dividir el peso (kilogramos) entre la altura (metros) al cuadrado. Un ejemplo para clarificar: Una persona que pesa 80 kg. y mide 1,86 m. su IMC será de 23,18 kg/m2 (80/1,86²). Este dato nos dará una información muy fiable para establecer el peso dentro de un marco más o menos saludable. Por tanto, podemos considerar que hay exceso de peso y obesidad cuando el IMC es respectivamente igual o superior a 25 y 30. Normalmente, se considera que un IMC es “saludable” cuando está entre 18,5 y 24,9, que es "de riesgo" cuando es de 25-29,9 y de "alto riesgo" cuando es igual o superior a 30 (Fuente: EUFIC).
En contraposición, este dato no nos otorga información concreta respecto a la distribución de las grasas, la cantidad que hay depositada en el cuerpo y cómo influye su localización en el desarrollo de unas patologías u otras (para ello hay otras herramientas de las cuales no vamos hablar, para no enredarnos más).
Sí que vamos a enumerar, de forma fugaz, el elenco de consecuencias que están asociadas a la obesidad de riesgo y alto riesgo. Entre otras, estas: Glucosa (azúcar) alta en la sangre o diabetes. Presión arterial alta (hipertensión). Nivel alto de colesterol y triglicéridos en la sangre. Ataques cardíacos debido a cardiopatía coronaria, insuficiencia cardíaca y accidente cerebrovascular. Problemas óseos y articulares. Apnea del sueño. Cálculos biliares y problemas del hígado. Algunos tipos de cáncer.
Sin haber dicho nada nuevo, consideraba útil poner de manifiesto este breve apunte para hacernos reflexionar, concienciarnos y ver en qué situación nos encontramos.
Realmente, este artículo va dirigido a todas esas personas que SÍ se encuentran en un estado de obesidad o sobrepeso y que deben ponerse manos a la obra para reconciliarse con su cuerpo y alejarse de los posibles problemas anteriormente comentados. Los otros, a los que le sobran unos inapreciables gramos, serán carne de cañón para futuros artículos. Hoy no os toca.
Lo primero que hace una persona con obesidad o sobrepeso (IMC >27) es ponerse en manos de profesionales, o eso deberían al menos, endocrinos, especialistas en nutrición, médicos varios, entrenadores personales…etc. Habitualmente, el itinerario que se les impone es sistemático: dieta y el abstracto haz deporte o lleva una vida saludable (me imagino que más de 7 años de carrera dan lugar a un nivel de concreción mayor) y, por supuesto, la modificación de ciertos hábitos; dejemos la cirugía para problemas más importantes.
Pues allá vamos, dicho y hecho. La dieta la tenemos, si hemos tenido suerte y nos hemos topado con un buen profesional, habrá adaptado la dieta a nuestras necesidades vitales y acordes a nuestro genotipo (ver dietas inteligentes); por el contrario si no ha sido así, la dieta será extraída del cajón de personas con obesidad en la que se introducen, posiblemente, alimentos que lejos de ayudarte causen el efecto contrario. Después, y haciendo caso a las recomendaciones, voy hacer algo de deporte, en este momento las dudas te atrapan en una espiral de indecisión que te lleva a tomar el camino más corto y directo: me apunto al gimnasio.
Al principio, parece ir todo sobre ruedas, comienzas a perder peso rápidamente y te sientes mejor. Cambias ciertos hábitos y tu vida por instantes se vuelve más placentera. La autoestima que estaba tan lejos se ha acercado de nuevo para saludarte. Te vas autoimponiendo nuevos retos y nuevas metas, te sientes feliz, receptivo, sociable. Te has subido a la cresta de la ola. El esfuerzo que te exigía la disciplina de los primeros meses ha recompensado todas tus luchas contras las tentaciones diarias. Esto en el mejor de los casos.
Sin embargo, hay un momento que puede ser al principio, durante o al final del proceso en el que se produce un estadio de recesión y no sucede lo esperado. No pierdes peso con la misma facilidad que al principio y sigues acumulando grasas en esos dichosos sitios que tanto odias (abdomen, caderas…). La pesadumbre y decepción van aumentando. No lo entiendes: ¡Estoy siguiendo a rajatabla todas las indicaciones de los especialistas, he acudido a todos y a más, incluso tengo un entrenador personal! Quizás el problema, amigos, tenga que ver más con las emociones que con tu relación corpórea estrictamente física. Te has vaciado literalmente en entrenar tu cuerpo, tanto que has dejado relegado a un ínfimo rincón las emociones y sentimientos que te habían conducido, con toda certeza, a tu aspecto inicial.
Ahora, tendrás que entrenar tu mente, por encima de tu cuerpo, sólo así podrás continuar en tu arduo camino.
Los expertos (psicólogos, nutricionistas, coachs…) deslizan que la obesidad emocional no es una enfermedad en sí, sino un fenómeno que puede derivar en diversas psicopatologías. "Estos padecimientos tienen su origen en la psique humana y la relación que tenemos con la comida y la alimentación. Y así como algunas personas no pueden dejar de comer por razones emocionales, otras dejan de comer (o vomitan lo que se han comido) debido a lo mismo" (Fuente: La obesidad emocional, Enrique Sánchez Lores y Diana Andere).
Es decir, nuestra burbuja emocional influye directamente en la acumulación de grasas. El cuerpo al sentirse amenazado o inseguro por cualquier motivo tiende a protegerse o incluso esconderse bajo capas de grasas. Como bien sabemos, nuestro cuerpo es bastante inteligente y capaz de interpretar estos mensajes actuando en consecuencia. Entre la literatura relacionada con este tema podemos encontrar documentos que confirman cómo las diferentes emociones y sentimientos influyen de una forma más o menos directa en el sobrepeso: el estrés, la ansiedad, la ira, el resentimiento. En realidad lo que se acumula debajo de la piel es energía que no utilizamos y que la transformamos en grasas; son, aseguran, emociones tóxicas.
Y van más allá, apostillan ciertos autores que el sobrepeso tiene un trasfondo psicológico marcado, o no, por un acontecimiento pasado que influyó decisivamente en su desarrollo. Desde una relación conflictiva con una madre posesiva hasta el abuso sexual donde se identifica delgadez con belleza y por ende amenaza. También, se sugiere, que la personalidad influye, personas excesivamente ahorrativas y tacañas suelen también acumular más grasa que otras.
Por tanto, si has llegado al punto que te matas a entrenos, que no consigues que el brócoli sea la estrella de tu menú diario y sigues sin perder peso o te has estancado, es probable que se deba a un hecho puramente emocional y no estrictamente físico. Entonces, ¿cómo crear un entorno emocionalmente favorable para minimizar el sobrepeso? Si quieres respuestas y conocer algunas herramientas que te ayuden a entrenar tu mente en este sentido, tendrás que esperar a la próxima semana, querido lector.
Mientras tanto recuerda:
“LA GORDURA ES UN BÚNKER ALREDEDOR DE UN ALMA QUE TEME QUE LE DEN EN LA HERIDA QUE YA TIENE”. ALEJANDRO JODOROWSKY.












Humo de Cádiz | Martes, 31 de Mayo de 2016 a las 23:14:31 horas
Buen artículo. Coincido q lo emocional supera a lo físico y para llegar a una correcta comprensión de nuestros problemas debemos adentrarnos sin ningún miedo en nuestro psique y "sacar a hacer ejercicio" a todo aquello q nos lastra y que no nos deja llegar a nuestro destino.
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