Antonio Franco
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ESCAPADA
Las carreteras están salpicadas de ramilletes de memoria que marcan con flores las pérdidas de algún ser querido. Más adelante, un par de hombres, entrados en la treintena, ofrecen a los conductores, allá donde repostan los vehículos, manojos de espárragos verdes. Si los observara algún miembro destacado del gobierno en funciones tal vez afirmaría que la economía sumergida supone un especie de “cáncer” para el país. Los vendedores de manojitos de espárragos, sin embargo, no tienen cuenta en Suiza.
En la plaza del pueblo, lugar de encuentros diarios, los lugareños ven pasar la vida ante sus ojos desde el asiento de sus bancos que, un día, el alcalde tuvo a bien mandar colocar para el disfrute de los jubilados. ¡Ese coche es forastero!, comenta al que está sentado a su lado. El receptor del mensaje asiente con un movimiento inconfundible de su cabeza. Las conversaciones, repetidas, les llevan a las continuas emigraciones laborales a lo largo de sus vidas. La vida son tres días y ya andan metidos en el tercero. Los anteriores les ha proporcionado unas manos ásperas y rugosas, duras y tiernas para con los nietos. Los años han transcurrido tan de prisa que, cuando han venido a darse cuenta, ya se encuentran en los bancos de las conversaciones, repetidas, que encierran una sabiduría de difícil comprensión.
Rara vez hablan de política. Pero no faltan a ninguna cita electoral. Es una manera de alzar la voz, en silencio, y vengar a sus muertos. Eso dicen algunos. No leen el periódico. No les hace falta, sin embargo. Están informados de lo que les interesa. A veces sorprenden sus apreciaciones. “¡Ahora quieren atacar a los terroristas y antes le han vendido armas a esos mismos terroristas!” Hay que callar ante tan tajante afirmación. Las frases entrecortadas forman parte de la sabiduría encerrada y que resulta de difícil comprensión.
Un día construyeron en una plaza del pueblo un monumento a los asesinados durante la guerra civil. Ese día, algunos empezaron a perder al miedo. Evocaron los tristes y largos años de silencio y miedo. Casi todos en el pueblo habían perdido a algún ser querido, amigo o conocido. Silencio. Dolor. Los recuerdos fluían en manantial de lágrimas.
Anoche llovió. Por la mañana, cuando los primeros rayos de sol empiezan a ganar la partida a las nubes, mujeres jóvenes rebuscan entre los cardos, tagarninas, hinojos y otras plantas; caracoles para vender en los mercados de alguna localidad de la costa.
El tiempo no tiene prisa. Mal sitio para establecer una consulta psicológica.
“¡Aquí no hay futuro!”, comentan. Las cifras del paro descienden durante las campañas agrícolas. La construcción, en los años en que la burbuja inmobiliaria parecía no tener fin, llevó a muchos lugareños a buscar trabajo en ciudades en expansiones urbanísticas imparables. Nadie les dijo que aquello no dudaría siempre.
“Espárragos, caracoles, tagarninas de la sierra, a manojito los niños venden por la carretera”, cantaba Carlos Cano. Hay situaciones que no cambian. O cambian poco.
Salud.












The Joker | Sábado, 09 de Abril de 2016 a las 14:26:16 horas
Que trate de insultarme alguien como tù, es para mì el mayor de los elogios. Argumentos te he dado a espuertas, y has sido tù quien no sabe como rebatirlos y te lamzas a inventar cuentos que ni tù te crees o a insultar directamente. Solo te llega los sesos a soltar sandeces como que un partido elegido democraticamente es antidemocratico.O que la desapariciòn de màs de 60 millones de amerindios fuè por la gripe. Y lo de la falange ya es para miccionar y no echar gota, claro Falange era de izquierdas y el KKK era una asociaciòn proafricana y las SS eran como los boy-scout. Te crecera la nariz.
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