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Sábado, 07 de Noviembre de 2015

Balsa Cirrito

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LAS CORNADAS ARE DIFFERENT

 

 

 

 

En los últimos años, diría más, en los últimos meses, ha renacido con fuerza un debate que, pese a lo que muchos puedan pensar, es muy antiguo en nuestro país. Casi desde el inicio de las corridas, en España ha habido taurinos y antitaurinos. Incluso me atrevo a decir que ha habido épocas donde la fiesta de los toros ha sido atacada con más ímpetu que ahora. A la altura de la década de 1910, quizás la época dorada del toreo, con Joselito, Belmonte y Rafael El Gallo, nos encontrábamos, sin embargo, con que la práctica totalidad de los intelectuales españoles se oponía con fuerza a la fiesta de los toros. Unamuno, Baroja, Jacinto Benavente o Azorín mostraron en repetidas ocasiones su repugnancia por las corridas. Con anterioridad, Larra, Lope de Vega o Tirso de Molina también dejaron ver su escaso agrado por la llamada fiesta nacional. Con ello quiero decir que estar en contra del espectáculo de los toros peleando en la arena no supone una merma del patriotismo, como parecen pensar algunos aficionados a las corridas y también bastantes antitaurinos, ambos de forma políticamente interesada, sino, sencillamente, una visión diferente del mundo.

 


Reconozco que hace tiempo, cuando con dieciocho años me fui a vivir a una ciudad entonces tan torera como El Puerto de Santa María, disfruté no poco de las corridas de toros. Iba con cierta frecuencia a la plaza, y sabía cuáles eran los mejores tendidos y los mejores lugares para ver el espectáculo (dentro de la categoría de las entradas baratas, claro está). Mis padres tenían unos amigos franceses que venían todos los años y que eran más aficionados a los toros que Orson Welles y Ernest Hemingway refundidos. Con ellos discutía a menudo sobre aspectos técnicos y estéticos de la tauromaquia y, como consecuencia, llegué a ser un entendido de segunda categoría. Aunque también es cierto, que con el paso de los años fui experimentando un rechazo cada vez mayor, especialmente, cuando me figuraba que se le aplicaba el mismo tratamiento a los animales domésticos. Si pensaba en mi perro, y me lo imaginaba torturado de la forma en que se tortura en una corrida, no podía evitar ver semejante espectáculo como una fiesta bárbara y degradante.

 


No obstante, juraría que el estar a favor o en contra de los toros, cuando el debate se toma con seriedad y no con el tinte folklórico de costumbre, se trata de una elección filosófica de alto alcance, completamente trascendental. Por un lado, los que se hallan a favor de las corridas plantean la vida del toro como una especie de delicia constante, una existencia regalada que se trunca en veinte minutos de sufrimiento en la plaza. Por otro, los antitaurinos consideran que hacer un espectáculo de esa tortura es degradante para quien lo contempla y, por supuesto, terrible para el toro. Si bien se mira son dos opciones vitales complejas, mucho más si las aplicáramos con los mismos parámetros a los seres humanos. Podríamos plantearnos qué querríamos para nosotros. Qué vida nos parecería más deseable. ¿Aceptaríamos con gusto un destino como el del toro de lidia, esto es, una vida cómoda y regalada en lo material, a cambio de un final intensamente doloroso? ¿O, tal vez, preferiríamos una vida menos satisfactoria y un final más rápido? Supongo que cada cual sabrá qué opción prefiere.


Hace años, Sánchez Dragó escribió que el toro no sólo es nuestro animal totémico, sino el tótem más concluyente del mundo. En la mayor parte de las ocasiones (el gallo de Portugal o de Francia, el león inglés, el águila norteamericana, el oso de Rusia…) el animal totémico es una elección de un país que coincide con la imagen que cree tener, y que no necesariamente resulta auténtica. En el caso de España no. El tótem nos ha elegido a nosotros tanto  como nosotros a él. No en vano son mucho más populares las banderas con el toro de Osborne que las que llevan el escudo de España. Por ello, aún estando en contra de las corridas, me atrevería pedir calma a los abolicionistas. Las corridas deberían desaparecer por sí mismas, porque nuestra sensibilidad no las tolere, no por una prohibición gubernamental como piden tantos. Salvando algunas fiestas de pueblo – donde sí parece claro que debieran intervenir las autoridades – hay que dejar a las corridas que sigan su curso, y que mueran o vivan según la ley del mercado. Es más, juraría que lo que en la actualidad sostiene la fiesta de los toros es la ferocidad antitaurina, que convierte a quienes de otra manera serían moderados defensores o indiferentes, en acérrimos partidarios de la tauromaquia. Por supuesto, querría que las corridas desapareciesen; pero, por supuesto también, no podré evitar cierta tristeza el día que eso ocurra. Es difícil olvidar a tantos artistas españoles, curiosamente más entre los de izquierdas que entre los de derechas, que reflejaron el misterio que inevitablemente reside en el toreo: Goya, Picasso, Lorca, Alberti, Bécquer, Miguel Hernández, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Moratín… Aunque, en última instancia, cuando desaparezcan, las corridas nos dejarán un legado: cientos de plazas de toros por toda la geografía nacional, un catálogo de espacios públicos sin parangón en el mundo; pero también nos quitarán una etiqueta: España dejará de albergar la principal de las razones por las que tanto éxito tuvo el eslogan de Spain is different. Sin las corridas, seremos casi iguales a los demás. Lo cual, en realidad, tampoco es tan malo.

 

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  •  Nietzsche

    Nietzsche | Domingo, 08 de Noviembre de 2015 a las 15:46:09 horas

    Sería interesante conocer el punto de vista del autor de la opinión, como docente, sobre el caso de un gobierno que mientras por un lado formula una plataforma de estudios sobre la tauromaquia, por otro no duda en minar el camino, con el claro proposito de condenar al ostracismo, de otras materias clásicas en educación como la música y la filosofia. Mucha gente se podría preguntar si el tema económico o politico puede justificar sustituir asignaturas en las que han destacado destacados genios por otra cuyos principales representantes no han aportado a la humanidad nada que no fuera perverso.

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  • Darwin

    Darwin | Sábado, 07 de Noviembre de 2015 a las 23:55:39 horas

    ¿Sublime arte de la tauromaquia? ¿Desde cuando la tortura, la brutalidad, la crueldad y la bestialidad tienen etiqueta de arte? ¿Desde cuando un comportamiento sadico es merecedor de ser llamado maestria? A lo largo de la historia no han sido pocos los cafres que han llegado a publicar libros, defendiendo o ensalzando los más bajos instintos y atrocidades imaginables y no por eso hay siquiera ni que tener en cuenta sus desvarios. Defender la crueldad y el sadismo no hace sino involucionar al ser humano, colocandolo por debajo de otras especies.

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  • Tomasito

    Tomasito | Sábado, 07 de Noviembre de 2015 a las 20:04:01 horas

    ¿Desahuciar a 46 millones de españoles que viven sobre la silueta de una piel de toro?,¿acaso no izamos de nuevo, el "toro de osborne si algun ennortao lo derriba?,¿acaso no vamos al llegar hasta el 7 de Julio después del Uno de enero,Dos de febrero etc...?¿acaso alguien va a ser capaz en éste pais de prohibir la bandera roja y gualda con el torito bravo?,¿acaso van arrojar al fuego cual justiciera Inquisición, todos aquellos libros de escritores que cantaron y contaron el sublime arte de la tauromaquia?No,¿verdad?y Sisí...¡qué plan CUP,digo CAPU_ _ _ _.

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  • Darwin

    Darwin | Sábado, 07 de Noviembre de 2015 a las 18:12:39 horas

    Me quedo sorprendido, y no precisamente gratamente, cuando leo que habría que eliminar ciertas “fiestas“ tradicionales por basarse en la barbarie y la tortura animal y al mismo tiempo que no de debería dar el mismo trato a las corridas de toros, que tienen el mismo poso de barbarie, crueldad y salvajismo que las otras, solo por el aspecto económico del tema. Osea que si son rentables se dejen hacer a aquellos que basan su negocio en el sadismo, la tortura y los bajos instintos, aún sabiendo que se promociona la degradación del ser humano. Pareciera un pensamiento bastante “liberal“...

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