Balsa Cirrito
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SOY ESPAÑOL, NO FACHA
Sí, soy patriota. Por surrealista que parezca, en España decir que uno es patriota casi equivale a confesar que es pederasta, atracador de gasolineras, que le gusta la ternera muy hecha o, incluso, cosas peores. No sé si es algo que ocurre en algún otro lugar del mundo (corrijo: no ocurre en ningún otro lugar del mundo), pero toca las narices. Al mismo tiempo, los patriotismos autonómicos dentro de la propia España, pese a su carácter indudablemente xenófobo, insolidario, etnocentrista y, en ocasiones, con su carga de racismo, son respetados y jaleados por gentes que se dicen progresistas o de izquierda. Es evidente – por definición – que ser nacionalista catalán (o vasco, o andaluz o asturiano o gallego…) es mucho más reaccionario y antiprogresista que ser nacionalista español. Quienes apoyan estas cosas sabrán por qué lo hacen. O, mejor dicho, ellos no sabrán.
Últimamente, en este sector falsamente progresista encuentro con estúpida frecuencia ataques a España, tratando de hacer creer que el prototipo de español es Francisco Franco o el Millán Astray de Muera la inteligencia, como si Francia no hubiera tenido su Petain y sus dos Napoleones, Italia su Mussolini, Inglaterra su Cromwell, Portugal su Salazar (y su Mourinho), Rusia su Stalin y sus zares y Alemania quien todos ustedes se están imaginando. Parecen olvidar estos izquierdistas que desconocen el significado de la palabra izquierda, que España es también la patria de Lorca, de fray Bartolomé de las Casas, de Feijoo, de Jovellanos, de Alberti, de Pablo Iglesias (el bueno, el que fundó el PSOE, no el de ahora) (bueno, si quieren también del Coletas), de Machado, de Concepción Arenal, de Galdós, de Goya, del padre Isla, de Larra, de Buñuel, de Fermín Salvochea, de Blasco Ibáñez, de Picasso, de Pedro Almodóvar, del abate Marchena, de Mariana Pineda, de Espronceda, de Quintana, de Ramón y Cajal, de Clarín, de Bardem (hablo del director), de Clara Campoamor, de Giner de los Ríos, de… Todos fueron progresistas y críticos, en algún caso terriblemente críticos, con España, pero seguían siendo y sintiéndose españoles, la mayoría de ellos intensa, dolorosa, radicalmente españoles.
El problema, nuestro problema, es doble. Por un lado, el progresismo español – lamentablemente – parece que se entera de la historia de España leyendo libros ingleses y franceses. Comoquiera que estas dos naciones han sido nuestros tradicionales grandes enemigos, ya se pueden imaginar las cosas que dicen de nuestro país. Son muchos los ejemplos que podría poner, pero por no hacerme largo, me quedo con uno. Es imposible leer una novela o ver una película que transcurra en la España del siglo XVI donde la Inquisición no sea el asunto fundamental, y donde no acaben quemados en la hoguera unos cuantos herejes. El mensaje es que los españoles somos unos fanáticos intolerantes. Sobre Inglaterra, Hollywood ha hecho muchas más películas que sobre España, y el número de novelas me imagino que no será menor. Nunca, que yo recuerde, se ve en una película sobre la Inglaterra del XVI el funcionamiento casi industrial de las hogueras británicas quemando católicos. La reina Isabel de Inglaterra (de la que muchas pelis dan una imagen amable) ordenó quemar a un número de católicos que supera – sólo en su reinado – el total de la Inquisición Española a lo largo de sus casi cuatro siglos de historia. Pero nadie pone a los ingleses de intolerantes, a despecho de las matemáticas.
El segundo problema es que todos éstos que odian España – paradójicamente - no tienen ni puñetera idea de cómo es el mundo fuera de nuestro país. Su desconocimiento del extranjero es tan radical que piensan que fuera de España no sólo atan a los perros con longanizas, sino que las longanizas son, además, de cerdo ibérico; de resultas, ignoran las miserias, morales o de otro tipo, que en el exterior se dan con idéntica o superior frecuencia. Acostumbran a pensar, por ejemplo, que Francia es superchachi y superlibre. Olvidando, por poner muestras, el trato miserable que le dieron a los republicanos españoles, las masacres cometidas en sus colonias (masacres modernas, no del siglo de la gran puñeta) de Argelia o de Indochina, o los innumerables crímenes de fanatismo religioso (sólo los de la noche de Saint Barthelemy y los días siguientes superan todo lo que haya podido ocurrir en España). Eso no impide que algunos paletos en España, en situaciones en las que se pide justicia y libertad, canten aún hoy la Marsellesa (también puede que sea un homenaje a Casablanca). Y lo digo sin galofobia: más bien soy admirador de Francia, pero, como sea, en todas partes cuecen las habas con agua hirviendo.
Muchos de estos españoles anti-España no se dan cuenta de que su actitud es, precisamente, muy española. La crítica a nuestro país, el masoquismo nacional, el creernos peores de lo que somos, el ver en nuestros defectos peculiaridades nacionales que no existen, porque son comunes en todas partes… En el fondo esto sólo significa que todos aquellos que critican desaforadamente a España demuestran ser muy españoles; cuánto más la critican, más españoles son.
Hace unos meses discutía con un compañero de trabajo sobre la violencia doméstica y mi amigo afirmaba que en España había mucho machismo y que se le pegaba a menudo a las mujeres.
- No exageres – decía yo – España no es de los peores sitios. Todo lo contrario, en nuestro país…
- ¿Pero cómo vamos a compararnos con, por ejemplo, Alemania o con los países escandinavos con el nivel de respeto que hay allí? – me interrumpía muy ufano el compañero.
- Creo haber leído – yo mentía, ya que no creía, sino que en realidad estaba seguro de que lo había leído en la prensa un par de días atrás – que precisamente Alemania y los países escandinavos es donde los hombres pegan más a las mujeres.
- ¿Qué estás diciendo? ¿Estamos locos? ¡Lo españoles más civilizados que los noruegos, lo que hay que oír! – mi amigo dejaba escapar una carcajada irónica.
Pero una de las mejores cosas del mundo contemporáneo es su facilidad para acabar con las discusiones. Ante el yo digo esto y tú dices lo otro, buscamos en Internet y, por supuesto, resultaba que España era uno de los países de Europa donde había menor número de casos de maltrato, asesinato de mujeres y violaciones. En el lado opuesto, los países del norte, particularmente Dinamarca y Finlandia, se encontraban entre los más violentos en las relaciones entre sexos, y los alemanes y holandeses no andaban lejos de ellos.
Mi amigo no lo podía creer. Dentro de su esquema mental (inducido) no cabía el hecho de que los españoles fuéramos más civilizados que los norteños. “Esto no puede ser, esto no puede ser”. Acabó negando la validez de las estadísticas, y como quiera que éstas fueran un estudio oficial de la Unión Europea, terminó desarrollando una serie de argumentos, a cual más imaginativo, para restarles crédito.
Y es que lo mismo España es mejor de lo creen algunos. Mucho mejor. Mucho, mucho mejor. Muchísimo mejor.












Marta | Viernes, 18 de Septiembre de 2015 a las 22:56:39 horas
Tonetti, yo no soy liberal.
Lo que pretendo explicarte es que no todos los liberales tienen empresas, ni son unos depravados, sino que realmente (pero equivocados) piensan que es lo mejor para el bien común. Y que insultándolos no se les convence. Y de momento sus votos valen igual que los "nuestros"
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