Balsa Cirrito
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PROHIBIDO PROHIBIR
Hay una frase de la escritora inglesa Evelyn Beatrice Hall que se cita muy a menudo y que se suele proponer como definición de la tolerancia: “Detesto lo que dices pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Pues bien, nos hallamos en una época en la que - como casi en todas - se ha vuelto a poner de moda la primera parte de la frase, detesto lo que dices, pero en la que se evita tanto como se pueda cumplir la segunda, la de defender el derecho a decirlo.
Lo que me preocupa es el amplio, constante y agrio empleo de esa intolerancia por sectores que consideramos progresistas. Que la extrema derecha era intolerante ya lo sabíamos. Que la extrema izquierda también, tampoco era un secreto. Pero el deslizamiento del progresismo hacia esa intolerancia me produce tristeza y estupor. Siempre me he considerado eso, progresista; ¿será que no lo soy?
Me irrita el hecho de que se insulten o descalifiquen las ideas ajenas. Muchos, por lo que veo, suponen que tener ideas avanzadas es una obligación, y que quien no las defienda casi no merece vivir en este mundo; lo cual, además de intolerante, resulta aburridísimo: me encanta que haya gente con pensamiento conservador, incluso retrógrado (siempre y cuando no sea un grupo demasiado numeroso ); proporcionan un enorme colorido al universo de las ideas, donde la uniformidad es el mayor pecado.
Un ejemplo. Hace un par de meses, los modistos Dolce y Gabbana, afirmaban en una entrevista que se encontraban a favor de la familia tradicional y en contra de la adopción de niños por parte de las parejas homosexuales. Dolce y Gabbana, que como saben ustedes son gais, fueron de inmediato masacrados mediáticamente. El furor y la cantidad de críticas que cayó sobre ellos no se recordaba desde las peores tardes de Curro Romero. En fin, me parece mal semejante aluvión, pero todavía eso podría considerarse aceptable. Lo que me resultó rayano en el nazismo, concretamente del sector goebbelsiano, es que algunos iconos gais, como Elton John, pidieran públicamente el boicot a las tiendas de Dolce y Gabbana. Es decir, hay que acabar con ellos. O sea, o eres superguay o te arrojamos a la hoguera. Y eso que las declaraciones de los modistos italianos habían sido realmente ponderadas y razonables. (Por supuesto, si esas mismas declaraciones las llega a realizar alguien no perteneciente al lobby gay, habría sido directamente decapitado). Realmente, y hablo ahora por mí, el derecho de los gais a contraer matrimonio me parece incontestable, al tratarse de un acto libremente ejercido por dos individuos adultos y que no afectan a terceros. Pero la adopción, evidentemente, es un asunto muy diferente.
En mi caso, me encuentro a favor, pero muy ligeramente y con muchas dudas (de hecho, el no tener dudas a este respecto sí que me parecería un pensamiento descerebrado) y, por supuesto, entiendo que haya personas que no estén de acuerdo. Pero hemos pasado, en el corto plazo de cuatro o cinco años, del punto en que casi nadie considerara ese tipo de familia una opción, a que se convierta en un mandamiento de la corrección política.
Otro caso (no voy a poner muchos para no hacerme muy pesado). Hace ocho o diez meses, una autora italiana Costanza Miriano publicó un libro titulado Cásate y sé sumisa. Las mayoría de las ideas de la autora, lo digo por delante, me parecen muy desafortunadas (aunque otras muchas sólo son pintorescas, sin resultar ofensivas para nadie). Básicamente, Costanza Miriano pretende volver al modelo de mujer habitual hace sesenta años. Nos pueden parecer mal las propuestas de la escritora, podemos criticarlas (por más que la inmensa mayoría de quienes critican el libro no lo hayan leído), podemos decir que está más desfasada que la tarta al whisky. Pero pedir, como han pedido PP, PSOE, IU y montones de asociaciones feministas, que prohíban el libro me parece mucho más grave que el contenido de la señora Miriano. La referida señora Miriano está en todo su derecho a defender un modelo de mujer; coartarle su libertad para defenderlo es lo que siempre he llamado fascismo.
Porque hay algo que muchos progresistas no parecen entender. Actuando así, arrojan piedras sobre su propio – nuestro propio – tejado. En el siglo XVIII, uno de los escritores más influyentes de nuestra historia y que mayor bien hayan hecho a España, el fraile Benito Jerónimo Feijoo, se hallaba inmerso por entonces en innumerables polémicas con los sectores más reaccionarios y conservadores de nuestro país, que lo criticaban con ferocidad. El motivo: Feijoo, atizaba contra las supersticiones, la incultura, las falsas devociones, los injustificados privilegios. Era, con mucho, de los hombres más avanzados y progresistas de la época. El rey de entonces, Fernando VI, forofo del escritor y creyendo hacerle un favor, publicó un decreto sorprendente: por ley, quedaba prohibido criticar las obras del padre Feijoo. Evidentemente, en este caso Feijoo era el bueno. Pero ¿qué habría ocurrido si el rey hubiera defendido a los malos? Pues para nuestros días lo mismo. En materia de ideas, lo único que debería estar prohibido es prohibir.












Sota de bastos | Martes, 28 de Abril de 2015 a las 18:07:26 horas
¿No me digas? Bueno siempre será mejor será eso que lo que son otros, un ejemplo de los tiralevitas, limpiabotas, mamporrero o Groom of the stool, de turno. Como tú, por supuesto que por lo visto no estás cabreado, sino muy feliz con tu cometido, pus yá sabes, sarna con gusto no pica.
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