Balsa Cirrito
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SOY CATÓLICO, SOY JUDÍO, SOY MAHOMETANO
Creo haber dicho en alguna ocasión – digamos, en treinta o cuarenta ocasiones – que no soy precisamente un fan de la Semana Santa. Pero debo añadir que mi rechazo es fundamentalmente estético. El look semanasantero me produce un espanto artístico que no logro superar. En mi opinión, ese estilo recargado, de adornos sobre adornos que están encima de adornos que adornaban, esa acumulación de cosas, ese terror a dejar dos centímetros sin decorar, esa rocalla sobre rocalla, son propios de los pueblos pobres.
Me explico. Da la sensación de que en los pasos de Semana Santa se pone todo lo que se encuentra en la casa. Más o menos como si una mujer para ir a una fiesta se colocara siete collares de oro porque tiene siete; diez pulseras porque tiene diez; una docena de pendientes porque tiene una docena, etc. O sea, dejamos que se vea todo lo que tenemos ya que, y a eso iba, el pobre piensa que el rico debe enseñar su riqueza, y como no quiere mostrar que es pobre, cae en el defecto de la ostentación. Puede que la mía sea una opinión algo intransigente, pero, si quiero ser sincero, es lo que pienso.
En todo caso, la Semana Santa es una de las cosas más singulares del mundo. Lo que soy yo, siempre me he negado a considerarla una celebración religiosa. Con el evangelio en la mano, resulta que la Semana Santa es bien poco cristiana (por poner un ejemplo entre muchos, repasen el capítulo 6 de San Mateo). Y, sobre todo, me llama la atención el colosal número de ateos que son forofos de Semana Santa, particularmente en Sevilla. Pero no forofos de tropa. Conozco a ateos cargadores de paso, cargos de las cofradías, hermanos mayores e, incluso en un increíble hallazgo, presidente de la Junta de Cofradías de una capital andaluza. Del mismo modo, conozco a muchos católicos, sobre todo de fuera de Andalucía, a quienes la Semana Santa desagrada profundamente y quienes la consideran un acto folklórico no muy diferente a una feria. De hecho, en la literatura española – y hablo de escritores católicos – existe una poderosa corriente en contra de manifestaciones de este tipo, sobre todo desde el siglo XVIII en adelante, con el Padre Isla a la cabeza, aunque no es difícil encontrar alusiones críticas o irónicas con anterioridad en escritores tan notables como Cervantes o Quevedo.
Personalmente reconozco que cuando veo a un extranjero, particularmente si proviene de alguna nación protestante, contemplando el paso de una procesión, siento vergüenza como español y como andaluz. Es fácil reconocer en la mirada de estos extranjeros que nos consideran seres primitivos, atrasados y supersticiosos; en un sentimiento no muy diferente al que nosotros experimentamos cuando vemos a unos indígenas centroafricanos bailando la danza de la tribu.
Por supuesto, hay excepciones. Cuando me topo con algún cofrade que realmente vive la Semana Santa como una experiencia espiritual, alejada de folklorismos baratos y sin creer que las hermandades son unidades de la Wehrmacht que hacen en el pueblo lo que le sale de los panzers, no puedo remediar sentir una gran admiración, cercana a la envidia, y un deseo incontrolado de que todos los cofrades fueran de esta guisa. Siendo honrado, también conozco casos de éstos.
Aunque me he desviado mucho de lo que tenía pensado, que iba relacionado con el título del artículo. Voy. En la Edad Media en España había ciudades, sobre todo en el sur, en las que la población se podía dividir, aproximadamente, en un 40 por ciento de musulmanes, otro 40 por ciento de cristianos y un 20 por ciento de judíos. El día santo de los musulmanes es el viernes, que no trabajaban. El de los judíos el sábado, que ídem. Y el de los cristianos el domingo, que más de lo mismo. De resultas, prácticamente media semana se iba de festividad religiosa, y los negocios había que atarlos de lunes a jueves, porque el resto de los días, como mucho, eran semilaborables. Hay algo formidable de la Semana Santa que nadie le puede criticar, y son las vacaciones. Así que vayamos a lo importante. Digo yo, con la de musulmanes que hay ahora en España, ¿no tienen ellos otra celebración parecida de la que podamos rebañar una semana de vacaciones en, digamos, el mes de noviembre? Y los judíos. Bueno, puede que ahora sean pocos, pero de alguna manera los tenemos que compensar de que los expulsáramos de España en 1492. Los judíos tienen muchas fiestas. ¿No vamos a celebrar ninguna de ellas? No tiene ni que ser una semana, con tres o cuatro días me conformo. ¿Y no va el estado español a hacer estas fiestas oficiales? ¿No? ¿De verdad que no? Maldito Rajoy…












villalibre | Miércoles, 23 de Abril de 2014 a las 04:51:19 horas
los españoles es que hacemos las cosas muy mal y la peor de ellas es no tener suficiente fe cristiana. Si queremos triunfar en la vida, tenemos que tener fe en nuestra costumbres y atarnos a nuestra cultura. Yo empezaría con pedir un plebiscito pidiendo atodos los españoles 1)-que empezáramos cada mes con una semana santa-, y 2)-empezar cada estación del año con una romería. Estoy seguro que dios nos quitaría el paro y la miseria que tenemos encima en menos que canta un gallo. Que Dios os perdone calabaceros de mala fe.
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