ALMAS DE PEDERNAL

 
 
  

No conozco en profundidad el caso del policía expedientado, pero sí lo severo de la sanción. Si, como he leído, el caso se limita la desobediencia en un asunto tan increíblemente insignificante como el que cuenta este periódico, tan nimio que da vergüenza repetirlo, se trata entonces de un asunto ridículo que – y lo digo para que cojan onda -  he oído calificar en la calle como de leso autoritarismo, de absoluta malalechez, de tremenda cabronidad.

Porque dejar a un hombre suspendido de empleo y sueldo durante dieciocho meses lo entendería si el referido agente hubiera abusado sexualmente de una denunciante o le hubiera roto el tímpano de una puñada a algún raterillo. Pero, ¿por una discusión con un superior, por algo que tiene toda la pinta de un calentamiento,  vamos a sancionar de forma tan cruel? ¿No existen correctivos más adecuados? ¿Disparamos cañonazos cuando debieran ser balines de corcho?

Desde hace un tiempo me he convertido en una especie de versión renovada del Rey Leño de Robert Graves; alguien que apenas se altera por lo que ocurre, que observa el mundo con displicencia, que no cree que merezca la pena soliviantarse. Mi mujer está viendo el telediario y comenta esto o aquello indignada mientras yo respondo como un maestro zen: “hay que entenderlos”, “tampoco es tan grave”, “las cosas son así”… Sin embargo, el asunto del agente Trujillo ha logrado cabrearme, hasta el punto que a ratos parezco un capuccino dada la espuma que me sale de entre los labios. ¿Qué tienen en el ayuntamiento en el pecho, un corazón o un canto rodado? ¿Son hombres o fieras? ¿Toman para desayunar café o gasolina contaminada? Me encanta esta gente tan inflexible, tan firme, tan digna, tan cuadrada… Por supuesto, con los demás, porque para ellos mismos practican la indulgencia que da gusto.

Estamos hablando de unos gobernantes que tienen tantos frentes judiciales abiertos que se está estudiando por el Ministerio del Interior el dedicarle una sala de juzgado en exclusiva. De gente que carga con alegría los gastos de esos infinitos procesos legales a los ciudadanos, que para eso los han votado y ellos son así de chulos, como bien demuestra el photoshop que le meten a las fotos oficiales. De personas que dentro de muy poco pedirán clemencia y comprensión y que se quejarán de injusticia y persecución ante los roteños cuando escuchen sus sentencias. De cargos que se han adjudicado con generosidad enormes sueldos, porque la crisis bien entendida no empieza por uno mismo, sino por los desgraciados pardillos que no están calentando sus confortables sillones.

Muchos de estos – más bien todos – blasonan de cristianos, creyendo, equivocadamente, que lo de ser cristianos va de sufragar mantos (no estoy insinuando nada) o coronas a la Virgen. Pues bien, ahí recuerdo una máxima bíblica en cuya verdad creo más cada día que pasa: “así como juzguéis seréis juzgados”. Todos; incluyendo quien esto escribe. Incluyendo a quienes leen. Incluyendo a los jueces.