Balsa Cirrito
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VIVA GUTEMBERG
Dicen que China es el país del mundo con mayor afición al juego. Me lo creo. El hecho de comprar un producto electrónico de origen chino ya supone participar en un arriesgado juego de azar. Es cierto que se trata de productos baratos; pero también que el consumidor se anda preguntando todo el tiempo: ¿funcionará?, ¿moriré electrocutado?, ¿sacará hojas la impresora?, ¿escupirá chicharrones? Por lo general, como ocurre en casi todos los juegos, el que se arriesga, pierde, y el aparato, ya sea un MP5, una tableta o un faro para la bici, no funciona. Aunque no es de China y de sus productos de quien quiero hablar.
Hace cosa de año y medio me compré un libro electrónico. Lo adquirí por internet, era de marca china y su precio insultantemente barato. Además, de estos que son – creo que se dice así – retroiluminados, por lo que podía ver películas, examinar fotos y escuchar música (a veces, incluso, al mismo tiempo). Venía, además, el e-libro con unos dos mil quinientos títulos almacenados. Por supuesto, al principio lo adoré como a un sueño de Borges. Aquello de disponer de una colosal biblioteca portátil de forma gratuita y sin ni siquiera necesidad de piratear los textos, era el paraíso para cualquier lector. ¡Y vaya si leí! Como un desesperado. Pero no fue agradable, porque, al disponer de tantos títulos, experimentaba la sensación un poco angustiosa de aquel que se está perdiendo algo, parecida a la de de ese otro tipo que ha contratado todos los canales del paquete de Canal +, se pone a ver la televisión y teme no haber elegido el canal más interesante; de tal suerte, leía libro digital tras libro digital con la furia de un neófito tecnológico.
El e-libro se convirtió en mi compañero inseparable. Salía a la calle siempre con él, puesto que cualquier rato de espera, ya fuera en la consulta del médico ya en la cola del banco, lo amenizaba con mi elegante aparato. Y así anduve casi un año. Pero el dispositivo fue poco a poco fallando. Primero se le salió un interruptor. Luego tardaba mucho en encenderse. Al final se fastidió por completo. Aunque la garantía fuera de dos años, se trataba de una inversión más muerta que las acciones de una empresa de Ruiz-Mateos: a un producto chino comprado por internet échale un galgo a la garantía, que no la atrapa. No escarmenté y volví a comprar otro e-book chino, aunque éste un poco más caro y en un comercio de confianza. Ni diez días me duró. Realicé la devolución y, mientras aguardaba el reembolso del aparato para comprar otro, me di cuenta de que en realidad no me gustaban los e-books. Quiero decir, I mean, me gustaba el hecho de disponer de una enorme biblioteca volandera, pero el libro electrónico en sí, no.
Cuando leemos asociamos el contenido a la presencia física del libro. Si pienso en los libros que leí en mi e-book, me doy cuenta de que confundo la mayoría, que mezclo los unos con los otros, que no los individualizo como ocurría con los volúmenes físicamente encuadernados. Y, por supuesto, y esto es algo que percibí desde el principio, la satisfacción que se experimenta en la lectura de un e-book es muy inferior a la que se obtiene de un tomo con las hojas de papel. Incluso, la forma de leer resulta muy diferente, ya que en el volumen físico uno siempre tiene constancia de las páginas que restan, cosa que no siempre ocurre en el electrónico y que, como resulta fácil comprobar, perjudica notablemente a los libros que no son de creación literaria, ya que cuesta mucho hacerse una idea general, por no poder hojear hacia delante y hacia detrás.
Estamos acostumbrados a pensar que cualquier avance o cambio tecnológico es sagrado y poco menos que irreversible. A decir verdad, todo rechazo de una novedad tecnológica nos sitúa en la categoría de seres extravagantes. Negar la utilidad de las novedades nos convierte en retrógrados o, y es un insulto terrible en los días que corren, en antiguos. Pues bien, soy antiguo, prefiero el libro-libro al e-libro, sin dejar de reconocer la utilidad de este último para circunstancias puntuales, como pudiera ser un viaje, pero siempre sabiendo que, en definitiva, no deja de ser un sucedáneo, como la palometa del salmón o el pádel del tenis.
No sé, he escuchado muchas veces a expertos anunciar la muerte del libro tradicional, relegándolo al limbo donde reposan el video VHS, la cámara fotográfica de carrete o los dispositivos buscapersonas. Sin embargo, lo mismo se equivocan (cosa que es lo más habitual en un experto, ya sea del tema que sea) y el libro dure más de lo que se figuran. Gutemberg – el jodido – es mucho Gutemberg.












Guttenberg | Viernes, 29 de Noviembre de 2013 a las 17:01:30 horas
No sea usted tan ingrato querido "adolcross". Cuando se hace apologia de las nuevas tecnologias basandose en que las tradicionales son obsoletas, peores y prescindibles se cae en la ingratitud. Pero es que existen ocasiones que las innovaciones no superan ni son mejores en muchos aspectos a lo yá conocido. Existen muchos ejemplos que demuestran que en algunos ambitos los avances no hacen sino emprobecer nuestro patrimonio cultural, gastronomico, ludico, etc. "Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres.".(Heinrich Heine).
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